viernes, 7 de febrero de 2014

12 años de esclavitud



Solomon Northup fue un negro nacido libre en 1808 en Nueva York, fue secuestrado en 1841 en Washington DC cuando se dirigía a una entrevista de trabajo. Fue luego vendido como esclavo, condición que sufrió durante 12 años. En 1853 obtuvo la libertad y publicó un libro contando su experiencia: 12 años de esclavitud. El libro fue reimpreso varias veces durante el siglo XIX y en 1968 Sue Eakin y Joseph Logsdon publicaron una versión anotada. No se sabe nada de su vida después de 1857, por lo que la fecha o circunstancias de su muerte son totalmente desconocidas. (Fuente: Wikipedia).


Ahora el libro es el tercer largometraje de Steve McQueen y el primero que no lleva solo una palabra en su título (Hunger, Shame). Por sus antecedentes, el homónimo del recordado astro estadounidense se presentaba como el ideal para expresar el sufrimiento, la angustia, la resistencia, la capacidad de supervivencia de Solomon. (A este Steve el trazo liviano, el paso ligero no se le dan fácil, aunque él insiste que en su vida cotidiana es un jodón bárbaro. Hunger se centra en la huelga de hambre liderada por Bobby Sands en una prisión de Irlanda del Norte en 1981. Shame narra la dolorosa adicción al sexo de un hombre y la devastadora relación que sostiene con su hermana).


Antes de dedicarse al cine, McQueen fue un reconocido artista plástico, lo que se nota en las escenas de la subasta y del azotamiento, que llevan la impronta de una instalación. Es la película más comercial o popular de su autor, hay un evidente deseo de hacer más asequible los rasgos de su estilo, lo cual por principio no está mal, todos los grandes maestros lo hicieron, tampoco se trata de caer en fundamentalismos (tal como el enunciado por Arnold Schöenberg: “Si es arte no es para todos, si es para todos no es arte”). Eso sí, la música de Hans Zimmer por momentos suena como una concesión que abarata el resultado, tanto violín y piano melosos la equiparan al film lacrimógeno-pochoclero del mes.


Tanto almíbar fue lo que me impidió el pleno disfrute y desató las alarmas. El film es valioso, ostenta encomiables logros narrativos, visuales, interpretativos, promueve debates, emociona y conmociona, pero… Pero la fecha de su realización y de su distribución tiene un dejo de oportunismo.


El año pasado, sin querer o sí, Tarantino con su Django sin cadenas puso sobre el tapete el tema de la esclavitud en un film de género con todas las tarantiniadas habituales, no obstante el pasado esclavista del capitalismo estadounidense surgió más nítido y vergonzante que en muchas obras de tesis. Era lógico entonces que el tema se revisitara. El mayordomo lo hizo de un modo superficial, frívolo casi. Y 12 años de esclavitud toma también el tema, con más seriedad y profundidad, aunque no puede evitar una impronta de autoconsciencia, de “miren cuán serios y profundos somos”. Guarda, el maltrato, la despersonalización, la cosificación del ser humano, la explotación están tratados con una honestidad lacerante, sin embargo, a mí al menos, un orgullo de corrección, de hacer lo que hay que hacer en el momento en que hay que hacerlo, se me imponía por sobre la sinceridad. Mi error, mi desconfianza, mi suspicacia quizá. Que se me acentuaba con una música que me decía: Somos premiables, muy premiables, hacemos esto tan bien que solo una carretillada de premios podría compensarnos, es tan bueno lo que hacemos que no podemos menos que despertar admiración, ovaciones, reconocimiento. Me debo estar poniendo viejo, debe ser eso, el film es bueno y a la larga tal vez necesario.


Chiwetel Ejiofor está magnífico en el protagónico. La debutante en cine, Lupita Nyong’o apabulla con su rabia y su dolor, la escena en la que le pide lo que le pide a Solomon es sencillamente inolvidable. Michael Fassbender, actor fetiche de McQueen, exhibe sin retaceos una sádica crueldad que lo hace merecedor de todas las nominaciones a premios que obtuvo. El resto del elenco, que incluye unos cuantos nombres famosos, descuella por talento y compromiso. No está de más mencionar que los queribles protagonistas de La niña del Sur salvaje reaparecen en esta película. El padre de aquel film, Dwight Henry, es ahora el tío Abram; y la nena, Quvenzhané Wallis, que fuera la actriz más joven nominada para un Óscar, es Margaret Norphup, la hija menor de Solomon.


En resumen, una buena película más allá de mis insidiosos reparos.

Un abrazo, Gustavo Monteros

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