sábado, 14 de enero de 2012

Historias cruzadas


Si consideramos el teatro como el reflejo histórico de las relaciones humanas, el tema ya aparece en el nacimiento del mismo, allá con los griegos, tanto en la tragedia como en la comedia. Y reaparece con importancia en todos los momentos cumbres del teatro, como el período isabelino, el clasicismo francés, la comedia del arte, el siglo de oro español, el absurdo, el realismo, etc. Los grandes dramaturgos que en el mundo han sido se ocuparon del tema: Chejov, Shakespeare, Moliere, Lope, Ibsen, Genet, Becket, Pinter, Anouilh, etc. Es que no hay relación más íntima y a la vez abismal como la que se da entre un amo y un sirviente. Y por la interioridad y sensibilidad del sexo femenino, es incluso más íntima y abismal entre ama y sirvienta. Comparten el techo, el baño, la comida, secretos, miserias, logros y alegría, y sin embargo a la hora de las convenciones sociales y de la cultura heredada, todo las separa.

Y no se necesita ser un experto para saber que en el viejo Sur estadounidense, la relación señora blanca-mucama negra adquiere ribetes peculiares, para decirlo amablemente.

Estamos a principios de los 60, Skeeter (Emma Stone) regresa de la universidad con ganas de ser escritora. Para lograr que una editora (Mary Steenburger) la publique, elige contar la relación señora blanca-mucama negra, desde el punto de vista de la mucama. Hay mucho temor de parte de las mucamas, si cuentan lo que saben, puede costarles la vida. Y es el Sur... El Ku Kux Klan y esas cosas. Pero soplan vientos de cambios: Kennedy, Luther King, etc. Aibileen (Viola Davis) será la primera en animarse. Lo que sigue nos hará reir, nos emocionará, nos conmoverá.

The help, tal el título original, eufemismo con que se designa a las sirvientas negras (la ayuda) de Tate Taylor es tan honesta y profunda como puede serlo una película comercial producida por la Disney. Tiene hallazgos, muchos, pero también esquematismos (la relación de Skeeter y su novio), simplifaciones (la empeñosa ingenuidad de Skeeter, a la que la actriz salva de la noñería) y subrayados melodramáticos (hay escenas armadas con elocuencia a punto de naufragar por los habituales violines llorosos). Sin embargo, a pesar de los peros, Taylor redondea una buena película, de estimable hondura y de sincera emoción, sobre todo por que cuenta con un elenco sin fisuras.

Las buenas actrices no son tontas, saben cuando tienen un buen hueso para hacer un gran puchero. Viola Davis (la madre del alumno que pudo o no ser abusado en La duda) tiene talento de sobra y una presencia abrumadora de tan sólida y carismática. Octavia Spencer es un hallazgo milagroso, sus ojazos hablan y latigan. Bryce Dallas Howard ratifica su belleza y su capacidad todo terreno y auna los extremos de ser frágil y bruja. Jessica Chastain (una de las pocas cosas buenas de la insoportable El árbol de la vida, ay, perdón se me escapó, quise decir: elusiva y desconcertante) hace de su rubia tarambana un personaje inolvidable. Allison Janney (la madre de Amanda Bynes en Hairspray) entrega otra madre que se las trae, en lo bueno y en lo malo. Sissy Spacek sabe como no pasar desaparecibida a fuerza de talento. A Cicely Tyson, una de las más prestigiosas actrices negras, le basta salir en un par de escenas para conmover hasta el tuétano. Y nombro sólo a algunas para no apabullar, pero todas están antológicas. Los actores no le van a la zaga, pero es una película de actrices. Excelsas, todas.

Merece verse por el festival de actrices y por algunas escenas muy logradas. Entre estas últimas, mi preferida es en la que Viola Davis procura construir la autoestima de la rubita que cuida repitiéndole una letanía, porque es una síntesis perfecta y paradógica de la situación de ambas. En el fondo es pasarle armas al enemigo, pero cuando se ha aprendido a sobrevivir, la vida está por encima de todo.

Un abrazo, Gustavo Monteros

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