sábado, 25 de junio de 2011

8 minutos antes de morir

En un principio parece que estamos ante el thriller semanal. Tomas aéreas persiguen a un tren en movimiento con una dramática música de fondo estilo Alfred Hitchcock. Pero al ratito comprendemos que es una de ciencia-ficción. Dentro del tren, el bueno de Jake Gyllenhaal se despierta sobresaltado y una chica (Michelle Monoghan) le da charla como si lo conociera. Él ni por las tapas sabe quién es. Va al baño y, oh sorpresa, ve a un hombre que no es él reflejado en el espejo. Mientras intenta dilucidar qué corno está pasando, explota el tren. ¡Cómo! ¿Mataron al protagonista a minutos de empezar? Sí y no tanto. Como en Hechizo del tiempo o El día de la marmota con el gran Bill Murray, para descubrir las claves de lo que pasa, habrá que recurrir a la repetición de los 8 minutos a los que hace referencia el título en español.

El relato es atrapante y se sigue con expectativa constante. Y más allá del discutible final (¿había necesidad?), las piezas encajarán; el problema es que a pesar de contar en el rol central con el magnético Gyllenhaal, pichón de superestrella carismática a la usanza tradicional, no empatizamos del todo con su personaje. Lo que sucede nos interesa más en términos de trama que en identificación con este flaco en problemas que suda tinta china. El interés no se pierde, pero no hay conmoción. El poco espesor humano que se vislumbra lo pone Vera Farmiga, que se luciera en 15 minutos, Los infiltrados y en Amor sin escalas. O sea todo muy lindo, pero un poco frío e impersonal. Y livianito,  pese a que coquetea con temas considerados “profundos”, con los cuales no me meto porque revelaría vericuetos del argumento que deben permanecer misteriosos hasta que lo vean.

Dirige con brío y efectividad Duncan Jones (está bien, cumplamos con el chusmaje: es el hijo de David Bowie). El niño de 40 años recién cumplidos viene de dirigir la interesantísima Moon, una lograda reflexión sobre la distancia, el Gris de ausencia de la lejanía.

En definitiva, salvo el pero señalado y un par de énfasis patrioteros innecesarios (los yanquis si no agitan las banderitas cada tantos centímetros del metraje, no degluten el pochoclo tranquilos), un entretenimiento recomendable.
Un abrazo,
Gustavo Monteros

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