jueves, 22 de febrero de 2018

La forma del agua


Guillermo del Toro, gran apreciador del talento de nuestro Federico Luppi (lo tuvo de protagonista de su primer largometraje, Cronos (1993) y de El espinazo del diablo (2001) y le dio un papel de gran estrella invitada en El laberinto del fauno (2006) ) le andaba acercando el bochín (aclaración para los no rioplatenses: expresión que nace en el juego de bochas y que significa estar a punto de conseguir algo sin lograrlo, claro) a eso de convertirse en inolvidable.


Todo director aspira a lograr su Cabaret, su Chinatown, su El padrino, su Tiburón, su La dolce vita, su El séptimo sello, su Il gatopardo, su Taxi driver o sea la obra ineludible, la de visión imprescindible, la que saca de la desmemoria al despistado: Pero sí, ¿cómo no te acordás?, Fulano el que dirigió Tal Cosa.


Del Toro estuvo a punto de lograrlo con El laberinto del fauno, pero es una obra que requiere muchos pies de página y, bueno, ya se sabe, las aclaraciones necesarias atentan contra la universalidad. Y una película para volverse inolvidable, ineludible y citable tiene que ser de acceso universal irrestricto.


La forma del agua abreva en varias fuentes, el cine B de fantasía, la Guerra Fría, los experimentos o descubrimientos secretos de la CIA, pero aunque no se sepa nada de esto, se disfruta con plenitud.


Transcurre en el año 1962 o por ahí, y es una historia de amor entre una mujer muda, Elisa (Sally Hawkins) y una extraña criatura anfibia (Doug Jones) por suerte muy antropomórfica. No conviene saber más, es de esas películas que se disfrutan mucho más, adentrándose a ellas con la menor información previa posible. Agreguemos tan solo que hay un vecino, Giles (Richard Jenkins), una compañera de trabajo, Zelda (Octavia Spencer) las dos trabajan limpiando laboratorios medio secretos, un científico, el Dr. Robert Hoffstetler (Michael Stuhlbarg) y un hombre del gobierno, Richard Strickland (Michael Shannon).


La forma del agua es audaz y original. Su originalidad y audacia consisten en ir más allá, mucho más allá en sus materiales de origen. Sí, digámoslo, para tranquilidad de los buscadores de datos, la criatura tiene un diseño similar a la de El monstruo de la Laguna Negra, glorioso producto del cine B de 1954, dirigido por Jack Arnold y protagonizado por Richard Carlson, Julie Adams y Richard Denning. Además, para acentuar la cercanía, el personaje de Michael Shannon dice que lo hallaron en un río de Sudamérica, que es de donde es El monstruo de la Laguna Negra, más precisamente en medio del Amazonas. También va más allá que cualquier thriller de la Guerra Fría. La combinación da un cuento de hadas para adultos, de una frescura y una empatía maravillosos.


El elenco es soñado y se merecen todas las nominaciones a premios que obtuvieron. Todos han demostrado su valía en numerosas películas, pero aquí la consustanciación con sus personajes es tan ideal, que solo la frase hecha de “parecen haber nacido” para interpretarlos abarca sus logros. Sally Hawkins que enamoró a medio mundo en 2008 con Happy-go-lucky (La felicidad trae suerte, se llamó por aquí) re-enamora al medio mundo que ya fue suyo y enamora de paso a este extraño hombre anfibio, sin decir una palabra esta vez (en Happy-go-lucky hablaba hasta por los codos)


No sé cuántos Óscars ganará, si es que gana alguno, no importa, pasada la ceremonia los premios se habrán olvidado, la maravilla persistirá. Repito el consejo que di respecto de Llámame por tu nombre, veánla cuando estén más receptivos a dialogar con una obra maestra, que esta lo es, lisa y llanamente. Todas las semanas, desde todas las formas que tenemos hoy de acceder al cine, nos propinan películas que en su 99, 99% van de apenas tolerables a bodrios intolerables, esta es el 0, 01% que no solo es excelente sino que vuelve a enamorarnos del cine, a maravillarnos, a deslumbrarnos, a devolvernos los ojos de la infancia.


Pero, claro, ¿cómo no te acordás?, Guillermo del Toro, el que dirigió La forma del agua.

Gustavo Monteros



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