jueves, 9 de marzo de 2017

Monsieur Chocolat


Chocolat, dirigida por el también actor, Roschdy Zem, es una película biográfica (comúnmente llamadas, biopic) que cuenta el ascenso artístico y caída del primer payaso negro de Francia, a fines del siglo XIX y comienzos del XX.


Chocolat cae en muchos vicios habituales de las biopics, esquiva algunos y se anota unos pocos triunfos.


Si bien el título refleja a una sola persona, en realidad es la historia de una relación, la que se da entre el payaso George Footit (James Thierrée, actor de gran prosapia como se verá) y Chocolat (Omar Sy, que se ganó fama internacional con Amigos Intocables, 2011, o Intouchables, en el original de Olivier Nakache y Eric Toledano).


Footit es un Carablanca, o sea en la clasificación de los payasos, el que lleva la máscara de Pierrot, es decir, maquillaje blanco, cejas dibujadas en la frente, pintura roja en los labios, nariz y orejas, y es elegante, orgulloso, autoritario y malicioso. Chocolat será una variante del Augusto, o sea el de la nariz roja, zapatos enormes, maquillaje que combina el negro, rojo y blanco, peluca grotesca y ropa de colores brillantes, y es impertinente, promueve travesuras y desestabiliza al payaso blanco o Carablanca.


Esta información es necesaria, puesto que en los títulos finales nos ratificarán algo que la película ya ilustró ampliamente, y es que Footit y Chocolat revolucionaron el número del Carablanca y el Augusto llevándolo a alturas inauditas.


Insiste como El aviador (Martin Scorsese, 2004) en el flasback pedagógico que nos informa el origen de un trauma (a su favor diremos que el de Chocolat no es tan torpe ni tonto como el del film de Scorsese, quizá porque en Francia la psicología conductista no es el único modelo psicológico en uso). Es casi tan larga como La môme (La vie en rose, 2007) de Olivier Dahan, igual de “ilustrativa” o sea más que contar hechos, los ilustra, como si se tratara de las vidas de los héroes contadas en las historietas de las viejas Billiken y Anteojito. También como dicha película de Dahan, cuenta con grandes actuaciones, eso sí, no llegan a ser tan monumentales como la que Marion Cotillard dio de la Piaf, a lo que voy es que no salvan esta película del montón, como lo hizo Marion con aquel film bastante pobre que la convirtió en estrella internacional. También a favor de Chocolat está que no sea solemne como suelen serlo casi todas las biopics, quizá por tratarse de payasos.


El problema principal de Chocolat es primero político y después de punto de vista.


Chocolat en la cima de la fama parece haber olvidado que es negro. Una irresuelta cuestión de papeles lo manda a la cárcel, temible porque por entonces ni había nacido la noción de derechos humanos, bah, la de derechos de cualquier tipo. Allí lo desnudan, lo humillan, lo torturan, lo golpean, más que nada porque los guardias resienten la aberración de ser un negro rico y famoso. Después lo tirarán a una celda, donde está también Victor (Alex Descas) un haitiano preso por difundir ideas políticas opuestas al stablishement. Víctor le hará comprender que su actuación puede verse como una burla al negro ignorante, una aseveración del estereotipo, una ratificación de que el negro no merece más que este retrato indigno y denigrante. Cuando vuelve a ser libre, Cholotat intenta hacer algo para revertir ese lugar común, pero no toma en cuenta que carece de sustento ideológico y que tampoco puede defender su caso sin elocuencia. Hasta ese momento ha vivido hedonísticamente y ni pensaba en los estereotipos humillantes que una vez lo paralizaron. El dinero repentino calma los nervios de los necesitados como pocas drogas. Germinará sí otra idea de Víctor, la de hacer Otelo, pero sin la reversión de los lugares comunes reservados al cómico, negro para peor, probará ser una mala idea.


Esta visión claramente política de la cuestión no es expuesta ni a fondo, ni con superficialidad, es simplemente “ilustrada” como si fuera otro traje, otro auto, otra pieza de mobiliario.


El film tampoco asume el punto de vista de George. No se necesita ser Sherlock Holmes, Hercule Poirot, Jules Maigret o Philip Marlowe, para darse cuenta que George ama a Chocolat, y que nunca lo dirá. Pertenece a la época en que la ambición a la felicidad entre integrantes del mismo sexo que se aman era directamente utópica de tan lejana, y que había quienes preferían morir en silencio, antes que exponerse a un revelación oprobiosa, que consideraban inútil y desesperanzadora. Y sin embargo, como creador y director de los números que hacían, George, al menos en escena, sin ceder su espacio de payaso importante y triunfador, se permitía amar a Chocolat. Puede que ese amor fuera pobre y limitado, pero ese punto de vista podría haberle dado a la película la profundidad que carece.


O ver la historia desde la perspectiva exclusiva de Chocolat. Siglos atrás, Bob Fosse tomó el punto de vista de su retratado, Lenny Bruce, en Lenny y  nos regaló uno de los pilares de las buenas biopics.


Claro, la verdad sea dicha, Chocolat no aspira al arte, es solo un pretexto para explotar y expandir la fama internacional de Omar Sy, dándole otro papel carismático, seductor y de segura empatía. El hombre es una estrella innata, pero hasta las estrellas necesitan de buenas películas para que sus halos prosperen.


James Thierrée es un actor excelente, antes dijimos que tiene una gran prosapia, juzguen ustedes. Es hijo de Victoria Chaplin y Jean-Baptiste Thiérrée, sí, sí, es nieto de Charles Chaplin y Oona Chaplin, biznieto de Eugene O´Neill y tataranieto del gran actor teatral, James O’Neill, o sea fruto de un ilustrísimo árbol genealógico.


En resumen, a pesar de las cortedades mencionadas, merece verse por las actuaciones, por la impecable reconstrucción de época, por la buena banda de sonido y por las maravillosas rutinas payasescas, que entroncan al menos en el cine con una trayectoria que se inicia con Charles Chaplin, Buster Keaton, Harold Lloyd, Douglas Fairbanks padre, Gene Kelly, Burt Lancaster hasta llegar a Jackie Chan, pasando por Belmondo, o sea la del histrión acróbata, que deslumbra siempre.

Gustavo Monteros


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