jueves, 11 de diciembre de 2014

La buena mentira



A veces los afiches “venden” no solo la película sino también sus cortedades. El de La buena mentira es un buen ejemplo. En la parte inferior vemos a un grupo de chicos negros en una llanura que suponemos africana de inmediato. Y no nos equivocamos. La trama se centra en la odisea de los niños emigrantes del Sudán del Sur que recorrieron kilómetros y kilómetros para huir de las matanzas en que perecieron sus padres y vecinos. Eventualmente, tras varias experiencias traumáticas, llegarán a un campo de refugiados y con el tiempo serán aceptados en los Estados Unidos. 


Entonces viene a cuento la parte superior del afiche. En ella vemos a una radiante Reese Witherspoon, que después de unos cuantos fiascos quiere reenderezar su carrera. Como su personaje, casualmente, que pasa de díscola y superficial a comprometida y profunda. Porque cuando el grupo de sudaneses llega a Kansas, ella, una agente de empleos se ve obligada a recibirlos. Primero los muchachos le serán indiferentes, pero poco a poco irá participando de sus desajustes, sinsabores y problemas. E involucrará la ayuda de su jefe, Corey Stoll, de una coordinadora de la ONG que los trajo, Sarah Baker y de un empleado de inmigraciones, Victor McCay.


Las dos mitades del afiche refieren a dos partes distinguibles de la historia. En la que transcurre en África, Philippe Falardeau (Monsieur Lazhar) procura no subrayar una historia de por sí terrible y en la que transcurre en los Estados Unidos intenta no perderse en los típicos convencionalismos hollywoodense. Empata en la primera parte y pierde por goleada en la segunda.


De todos modos, los actores que hacen de sudaneses, Arnold Oceng (Mamere), Ger Duany (Jeremiah), Emmanuel Jal (Paul), Kuoth Wiel (Abital), Femi Oguns (Theo), les imprimen tanta verdad a sus personajes que es imposible no simpatizar con ellos. Y en los títulos finales se nos dará una pista respecto a esto.
 

En resumen, las buenas intenciones no pueden con la maquinaria industrial hollywoodense. Sin embargo, si se aceptan sus convencionalismos gastados, conmueve e interesa.

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