sábado, 2 de julio de 2011

Medianoche en París

Woody Allen es hombre de darse los gustos y celebrar su fantasía. En La rosa púrpura del Cairo, concretó un delirio que cruzó alguna vez por la cabeza de los que vamos mucho al cine: ¿y si las sombras planas que se pasean por la pantalla no fueran tales y tuvieran vida propia en una realidad paralela a la nuestra? Como recuerdan, no sólo daba una rotunda respuesta afirmativa sino que hasta un actor/personaje se escapaba de la pantalla y se colaba en la vida real.

Ahora vuelve realidad el sueño de algunos turistas de París. Muchos van a la Ciudad Luz por la arquitectura, algunos por los museos y otros a sentarse en cafés, bistrós, restaurantes por los que anduvieron hombres y mujeres notables que en el mundo han sido. Estos peculiares turistas van a embebecerse en los lugares visitados por sus notables favoritos, y a veces, mientras toman su café o comen sus tallarines, imaginan que los encuentran y que hablan con ellos. Una actriz amiga pasó una tarde maravillosa en un bistró de Montparnasse conversando con un Chagall fantasmal o imaginario que le contó todos sus secretos. La jarra de vino, que fue lo único que pudo pedir por tener poca plata, contribuyó no poco a la ensoñación. Los efectos pudieron haber sido más devastadores de no haberse apiadado el mozo y alcanzarle una panera y un platito con manteca. Vino, pan y manteca aparte, esta película y la vida demuestran que las personas de la cultura no estamos muy en nuestros cabales que digamos. De estarlo nos dedicaríamos a profesiones más sensatas como el resto del mundo.

París tuvo muchas épocas doradas. Una de las más recordadas es la de la década del veinte. Entre otros, coincidieron Zelda (Alison Pill) y Francis Scott Fitzgerald (Tom Hiddleston), Cole Porter (Yves Heck), Ernest Hemingway (Corey Stoll), Juan Belmonte (Daniel Lundh), Joséphine Baker (Sonia Rolland), Alice B. Toklas (Thérèse Bourou-Rubinsztein), Gertrude Stein (Kathy Bates), Pablo Picasso (Marcial Di Fonzo Bo), Djuna Barnes (Emmanuelle Uzan), Salvador Dalí (Adrien Brody), Luis Buñuel (Adrien de Van), T.S. Eliot (David Lowe), Henri Matisse (Yves-Antoine Spoto) y Man Ray (Tom Cordier). Pavada de gente para conocer y mezclarse.

Woody Allen le concede el sueño de conocerlos y mezclarse con ellos a Gil Pender (Owen Wilson) un guionista de Hollywood con aspiraciones de novelista. Gil está en París acompañando a los suegros (Mimi Kennedy y Kurt Fuller) de su novia (Rachel McAdams) y es obvio hasta para el boletero que ni con una ni con otros tiene mucho que ver. Una noche, harto de aguantar a un amigo de su novia (Michael Sheen) y su casi igualmente insoportable pareja (Arianda Carol), se va a caminar por las calles de la siempre hermosa París, et voilà, a la medianoche recala en la década del veinte. Se encontrará con todos los mencionados arriba y hasta tendrá un romance con Adriana (Marion Cotillard), la amante de Picasso. Adriana ratifica el tema de la película (la nostalgia por los oros del pasado) porque ella, que vive en una época dorada, añora otra, la de la Belle Epoque. De todos modos, aunque la película concluya con la celebración del presente y del futuro, para Allen, que maneja esas bandas de sonido preciosas en las que casi no hay nada contemporáneo, la nostalgia del pasado es un pecado en el que le gusta reincidir.

El elenco, incluida la primera dama francesa (Carla Bruni) como una guía del Museo Rodin, es tan delicioso como la película, pero como suele ser su costumbre, se destaca la maravillosa Marion Cotillard. El perezoso estilo de Woody Allen (pocos planos, tomas largas) nos permiten comprobar la destreza para manejar cambios de emociones que tiene la franchuta. La chica tiene muchísimo talento. Verla es un placer aparte.

París fue, es y será una fiesta. Para que nadie lo discuta, los directores de fotografía, Darius Khondji y Johanne Debas, nos regalan unas imágenes de apertura sencillamente gloriosas. A los que no hemos ido nos permiten figurarnos con nitidez lo que nos estamos perdiendo. Y los que ya la visitaron, se felicitarán de haber ido.

Un abrazo, Gustavo Monteros
En la foto, Marion Cotillard conversa con Woody Allen y Owen Wilson en una pausa del rodaje.

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