sábado, 19 de marzo de 2011

Un despertar glorioso

¿Puede una película con Diane Keaton, Harrison Ford y Rachel McAdams (una actriz joven, bella y talentosa con hambre de gloria) salir mal? No subestimemos a Hollywood. El cine industrial contemporáneo no conoce límites: siempre puede hacerlo peor.


Becky Fuller (McAdams) es una productora televisiva con la obligación de levantar el rating de un programa de noticias tempranero que está último en la lista. Entre otros problemas, deberá lidiar con que sus conductores (Keaton y Ford) se odian. Un inicio promisorio que se queda en eso. Un despertar glorioso padece del peor mal que puede sufrir una comedia: es insulsa, anodina.


A su favor tiene (literalmente) un par de chistes buenos y sus estrellas. Diane Keaton, no hay quien lo niegue, puede hacer divertida hasta la lectura de un catálogo de clavos, remaches y grampas. Como en otras malas comedias en que le tocó estar, nos arranca una sonrisa con líneas y situaciones áridas como un desierto. Harrison Ford, lo ha probado, es una estrella carismática por excelencia. Haría llevadero hasta un trámite en IOMA. Y Rachel McAdams no pasará a la historia con este trabajo, pero se hace querer porque se carga la comedia sobre los hombros y rema contra viento y marea. No llega a buen puerto, pero ni los navegantes del Kon-Tiki lo harían. Patrick Wilson ratifica su talento hallándole matices a un galán que en el guión es sólo estólido y monocorde. Jeff Goldblum y John Pankow (el primo de Paul Reiser en Mad about you/Loco por ti) celebran con dignidad su oficio.


Debo confesar, eso sí, que me conmovió el giro final del personaje de Harrison Ford, por más que fuera convencional y esperable. No porque esté siempre dispuesto a comprar lo que me venda (lo cual es cierto, después de todo el hombre es la cara de lo mejor del cine industrial de la última parte del siglo pasado: Han Solo, Indiana Jones, Blade Runner), sino porque se prueba los zapatos que dejó vacante Walter Matthau, los de los personajes cínicos y gruñones, pero con una bondad inmanente e indestructible. Todavía le quedan grandes, aunque no por mucho.


Tiene apuntes laterales de algo que se discute en estos días (la traición a la noticia por intereses o rating, la conversión de noticieros en shows ficcionados efectistas y grotescos, la compulsión televisiva de propalar bosta constante y el consumo irrestricto de los telespectadores de cuanta basura se lo pone en frente), pero que no profundiza ni ironiza.


En resumen, si como a mí, sin importar lo desperdiciados que estén, les emociona ver en un mismo cuadro a Diane Keaton y Harrison Ford, véanla. Pero si esto los tiene sin cuidado, óbvienla sin culpa.


Dirigió Roger Michell (Notting Hill, Fuera de control, Venus).

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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