El cine de denuncia será transparente, o no será. Así debería
rezar el mandamiento cinematográfico inapelable. Incluso cuando la denuncia se
meta con una de las instituciones más viscosas que se conozcan: la Iglesia
católica.
Entre 1980 y 2006, el párroco, muy de derechas,
Fernando Karadima rigió la exclusiva, rica y privilegiada parroquia de El
bosque en Santiago de Chile. Considerado poco menos que un santo, moldeó
mentes, influyó espíritus a la vez que se permitió placeres poco intelectuales y
menos espirituales con los cuerpos de sus discípulos. Pasado el escándalo, como
suele suceder, la iglesia lo condenó y lo confinó a un retiro, que bien se
parece a una jubilación de privilegio en un convento cinco estrellas.
La película de Matías Lira revisita el caso con ánimo
de despertador de conciencias. Se centra en la experiencia de Thomas Leyton
(Benjamín Vicuña de grande, Pedro Campos de joven), (nombre de ficción que
encubre a la real víctima y denunciante James Hamilton). Thomas, hijo de una
madre promiscua y de un padre preso por haber matado a un amante de la madre,
anda en busca de contención espiritual y se acerca a Karadima (Luis Gnecco),
quien lo separa del rebaño no bien lo ve, porque como reconoce más tarde la
madre del cura tiene un aire a alguien, que quizá fue una víctima anterior o
una presencia imborrable en el pasado del párroco. Thomas, mientras estudia
medicina, pondrá en duda su vocación por el sacerdocio, y terminará por casarse
con Amparo (Ingrid Isensee) con quien tendrá dos hijos. Uno de ellos desatará
el alejamiento definitivo de la perniciosa influencia del cura.
Las películas de denuncia de abusos sexuales son
ríspidas, se trata de retratar sexo mal habido, extorsionado de la peor forma,
con uso distorsionado de la autoridad, con pérfido ejercicio de la ascendencia,
con siniestro abuso de poder. El tráiler de esta película permitía atisbar que
se animaba a graficar el abuso. Sí, lo hace, pero de manera muy tramposa. Pormenoriza
la primera relación, escalona los pasos que llevan a que el cura masturbe al
joven en el auto. Lo despacha, después, con que lo ocurrido se lava en una
confesión general, que basta con mencionar que se entregó a actos impuros. Un par
de escenas después, se ve al joven levantarse de la cama del cura. ¿Cómo se
llegó a eso? Lira no nos lo cuenta, y es algo crucial. No porque mi morbo en
particular quiera saberlo, sino porque en nombre de la trasparencia mencionada
al principio, la película debe desarrollar cómo se consolida esta relación
vergonzante y ruin. No es que uno pretenda un manual ilustrado de perversión,
aunque el film de denuncia es también de divulgación de cómo se ejercen y
consolidan estos abusos de poder; se supone que el género alienta la
advertencia para erradicar estos males. Nos guste o no tienen un costado, sino
moral, al menos pedagógico. Algo así como si te llevan para este lado, están
tratando de usarte o atraparte en el peor sentido. Para colmo, más tarde
muestra claramente cómo quedan establecidas las rutinas sexuales, el cura
masturba primero a Thomas, para que después este, en compensación, permita ser
penetrado. Algo que, en realidad, importa menos que cómo se llega a esto. De ahí
que podamos decir que Matías Lira, consciente o involuntariamente, bordea asimismo
la sexploitation, o sea la excitación barata de la lascivia; por ejemplo, en la
escena de la felatio no tenía necesidad de desnudar a Vicuña, y uno sospecha que
lo hace para complacer la apetencia de lxs admiradorxs del actor. Algo
esperable y no criticable en otra película, pero que en una de denuncia sexual
contradice la denuncia, o lo que es peor, equipara el abuso con el sexo
consentido.
También tiene sus logros, sobre todo en los apuntes
sobre la viscosidad de la iglesia. En un momento, el cura que escucha y
habilita la denuncia de Thomas le dice: O
quizá su amor por Amparo no era lo suficientemente fuerte y su corazón estaba
con mayor fuerza en otro lugar. A lo que Thomas, con toda lógica, le
responde: Está diciendo que yo estaba
enamorado del cura. El confesor, literalmente da un respingo y le espeta: No, pensaba en su amor por la Iglesia,
doctor. Supremo ejemplo de cómo piensan los religiosos católicos, de cómo inducen
al error para no abandonar nunca su lugar de superioridad falsamente moral.
En resumen, tiene más buenas intenciones que logros, y
si bien no pavimenta el camino del infierno, está muy cerca de hacerlo.
Gustavo Monteros
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