lunes, 11 de mayo de 2009

Luisa

Se dice desde siempre que este país es rico, que su suelo es fértil, tanto en el llano como en la montaña. No sé si es tan así. Para tan cacareada riqueza somos más pobres que ratón de iglesia.

En lo que sí es pródigo este país, es en futbolistas prodigiosos y actrices maravillosas. De los primeros no voy a hablar porque es una crónica de cine. Y antes que me acusen de discriminador, me atajo: hay actores excelentes, pero las actrices deslumbrantes nos ganan como 3 a 1.

Ante cualquier personaje que podamos concebir, hay por lo menos una variedad de 5 actrices entre las que podemos elegir para que lo protagonice. Jueguen por un segundo a ser directores de casting, imaginen que quieren duplicar cualquier película de la historia del cine, desde Lo que el viento se llevó a Los puentes de Madison, pasando por Amelie o La strada y verán que lo dicho anteriormente se cumple.

Y un ejemplo notable de esta magnificencia de actrices es, sin duda, Leonor Manso.

En teatro la he visto realizar milagros. De sus trabajos televisivos nadie olvidará nunca a María Elena, la madre de Jimena Soria (Inés Estévez) y su célebre Dominicci en Vulnerables. En cine se destacó en tres sirvientas muy distintas, lo que habla de su versatilidad y de su compromiso artístico.

La Raba de Boquitas pintadas, la versión cinematográfica de Leopoldo Torre Nilsson de la novela de Manuel Puig. La mucama que logra casarse con el hijo de su patrona, una insoportable dama patricia (China Zorrilla) en Corazonada de Carlos Galettini, el segundo episodio de Las sorpresas. Y la protagonista homónima de La hora de María y el pájaro de oro, fallido film de Rodolfo Kuhn, una caracterización destacable que inspiró años después la bella canción de Antonio Tarragó Ross: María va. No era para menos, verla caminar era enternecedor and a thing of beauty.

A lo largo de los años coleccioné decenas de anécdotas que evidencian su grandeza, su sencillez y su generosidad.

Durante la dictadura vino a La Plata a hacer La novia de los forasteros de Pedro E Pico con la Comedia de la Provincia. En ese momento yo trabajaba con un técnico de la Comedia en la realización de la escenografía de mi primera obra. Cuando le pregunté cómo era la Manso, me contestó: Actúa como una gata morronga, no se la va a oír. Como persona ¿cómo es?, insistí. Amable, me respondió, pero casi no habla, se la pasa leyendo el libreto y subrayando cosas. Para el estreno, el técnico me regaló una entrada. Yo me asusté, era en la última fila. No voy a escuchar nada, pensé. Me quedé de una pieza, fue la actuación más bellamente chejoviana que vi en mi vida. Y sí, expresaba el dolor de su personaje en susurros, pero su dicción y emisión eran tan perfectas que entendí hasta la última sílaba.

Esta otra anécdota me toca más de cerca. Como saben, pasé mi infancia en Catamarca. Una vez la Comedia Nacional decidió hacer Los mirasoles de Julio Sánchez Gardel, que transcurre en Catamarca. Al director (Cecilio Madanes, creo) se le ocurrió que la hicieran con acento catamarqueño. El elenco terminó hablando una mezcla rara de acentos que iba del mejicano del doblaje al cordobés mal aprendido pasando por un paraguayo for export o un correntino arrastrado de chamamé. La única que hablaba “catamarqueño” a la perfección era la Manso. Después, confesó en un reportaje que asustada por no conocer el acento catamarqueño, se fue a la Casa de Catamarca en la Avenida Callao y pidió hablar con una catamarqueña. Apareció una señora muy simpática a la que hizo hablar dos horas, antes de pedirle tímidamente que le leyera en “catamarqueño” los parlamentos que tenía que decir para poder grabarla.

Otra vez, a Alberto Ure se le ocurrió hacer una relectura radicalizada de Hedda Gabler de Ibsen. El control de sala no quiso dejarme entrar porque era menor. (La obra, según la compañía, cosa rara porque en el teatro no se calificaba, era prohibida para menores. Procedían con cautela para evitar un escándalo mayor.) Cuando fui a devolver la entrada, el boletero, que me conocía porque iba mucho a ese teatro, me dijo: Yo te hago entrar, pibe; cuando se apaguen las luces de sala, sentate en el primer lugar libre que encontrés y quedate mosca. Ure había decidido hacer explícitas las ambivalentes relaciones subyacentes de la obra. Promediando la representación, la Manso se revelaba como una lesbiana lanzadísima y revolcaba por el piso a la Aleandro, que era Hedda. Hoy en día, eso no asusta a nadie, pero en esa época la sociedad era muy pacata y resentía las audacias, había que tener coraje y convicción para hacer una cosa así. En la función a la que fui, cuando llegó esta escena, varios espectadores se levantaron y salieron insultando a las actrices y gritando que los que nos quedábamos, éramos unos degenerados. Mientras duraban los improperios de esta gente, que sabía lo que iba a ver e iba a propósito a expresar su censura, la Manso redoblaba los besos urgentes y las caricias desesperadas. Para pasar el mal momento, se concentraba más. Y uno no sabía qué mirar, si a los energúmenos o a ella. Poco tiempo después, alguien puso una denuncia clamando que se trataba de un “atentado a la moral” y la obra bajó.

Hace unos días, cuando leí que a la Manso, el guión de esta película la había conmovido tanto, que dejó de lado sus trabajos teatrales para abocarse de lleno al rodaje, me dije: Preparate para una fiesta de los sentidos. Me puse mis mejores galas y allá fui.

Luisa es tanto una película de director como de actor. El debutante Gonzalo Calzada ensaya una caligrafía cinematográfica personalísima tomando como epicentro a la Manso, que se mimetiza en el personaje hasta perderse, y ya no vemos más a Leonor, sino sólo a Luisa.

Luisa es una mujer muy sola, que arrastra una gran pérdida. Tiene las arideces y las manías de los que viven solos. Su única compañía y alegría es un viejo gato. A la mañana trabaja en las oficinas de un cementerio privado; a la tarde es una mezcla de sirvienta y secretaria de una vieja gloria del espectáculo (Ethel Rojo). Un día, su gato muere y es despedida de sus dos trabajos. Su única motivación para seguir adelante es darle un entierro digno a su gato. Porque se rompe el micro en el que viaja, deberá tomar el subte. Descubrirá un mundo que no sospechaba, y fundamentalmente aprenderá que no está sola.

El film, el director y nosotros, los espectadores, seguiremos el arco emocional del personaje de Luisa. En un comienzo estaremos envarados y rígidos, perdidos en una situación sin salida. Y cuando Luisa comience a soltarse, nos abriremos a la emoción.

Aunque el film se centre casi absolutamente en la Manso, los personajes secundarios están muy bien armados y permiten el lucimiento de Carmen Vallejo, como una vecina borracha y entrometida; Marcelo Serre, como el portero, y Victoria Carreras, como su mujer. Y se despide a lo grande de la actuación y de la vida, Jean Pierre Reguerraz, con un tullido entrañable.

La dan en la sala chiquita del Ocho. La noche del viernes, en la función que antes se llamaba “primera noche”, éramos 9 espectadores. Ni bien el film terminó, el encargado de sala vino a apurarnos para que nos fuéramos. Tenía que acondicionar la sala antes que entraran los de la próxima función, que no era de Luisa, sino del tanque Hollywoodense Rápido y furioso 4. Como recuerdan, la puerta está en el centro de la sala. El encargado se paró allí y nos miraba fijo. Nosotros lo ignoramos, concentradísimos en la pantalla, mientras se desenrollaban los títulos finales. Lo derrotamos, y el pobre terminó yéndose. Es que no nos queríamos ir, nos habían dicho una verdad que nos había acariciado el alma.

Perdón, la oración anterior es pura literatura y puede no expresar lo que pasaba cabalmente. La verdad es que estábamos muy emocionados y necesitábamos tiempo para recomponer nuestra máscara social.

Cuando Leonor tenía 14 años, como Torre Nilsson filmaba en su barrio, se fue con unas amigas a espiar la filmación. En una pausa del rodaje, se presentó a Torre Nilsson y le dijo: Cuando termine el secundario, voy a ser actriz de cine. Torre Nilsson recordó siempre la anécdota, pero olvidó la cara de la chica. Cuando la convocó para Los siete locos, la Manso le recordó la anécdota. Torre Nilsson se rió y le dijo: Qué suerte que lo lograste. Coincido plenamente con él. Para la gloria del cine nacional, es una suerte que haya podido cumplir su destino.

Un abrazo,
Gustavo Monteros

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