domingo, 5 de abril de 2009

Esperando la carroza 2

Hay un viejo dicho teatral que reza: Lo bueno de los fracasos es que nadie los recuerda. Y se podría agregar que también son buenos porque se pueden reciclar impunemente.

En 1986, al año siguiente del estreno de la película de Doria, Jacobo Langsner escribió una segunda parte de la obra original que estrenó como Barbacoa en Montevideo. En 1987 la misma obra se estrenó en Buenos Aires con el título Chimichurri. Y, cambio de títulos al margen, fracasó estrepitosamente en ambas riberas del Plata.

Ahora regresa como guión para Esperando la carroza 2. No hay mucha reelaboración y así los reparos que se le hicieron a la obra mantienen su validez: fallas garrafales en su estructura, humor no sólo grueso sino poco efectivo, ausencia de un nudo central y personajes que si no se conocieran de la obra anterior naufragarían sin remedio.

No hagamos mucho suspenso y digámoslo claramente: Esperando la carroza 2 es un bodrio irredimible.

Antonio (Luis Brandoni) y Nora (Betiana Blum) han subido un poco más en la escala social. Él ahora no sólo tiene conexiones con las oscuras fuerzas de la ley sino también con diputados, ministros, senadores y jueces. Puso un matadero clandestino a nombre de su hermano Jorge (Roberto Carnaghi, en reemplazo del recordado Julio De Grazia), en el que también trabajan Emilia (Lidia Catalano) y su hijo el Rulo (Facundo Espinosa, en reemplazo de Darío Grandinetti). La esposa de Jorge, Susana (Mónica Villa) está embarazada, más por necesidad argumental que otra cosa, por puro paralelismo. Si en la primera abundantes líos giraban en torno a un velatorio, aquí habrá un pequeño revuelo en torno a un parto. Elvira (China Zorrilla) es la gran ausente. Sus líneas fueron a parar al personaje de su hija, Matilde (Andrea Tenuta). Y las líneas de Matilde ahora las tiene una hija que le nació de la nada, Marita (Dolores Fernández). Porque Langsner no sólo no reelaboró mucho sino que ante la negativa de la Zorrilla a participar del proyecto, se limitó a correr las líneas de ésta a la Tenuta y las de la Tenuta a una hija. Y así la correlación entre una y otra película no cierra para nada. En la uno, Rulo y la Tenuta tenían la misma edad, en ésta Rulo y la hija de la Tenuta tienen la misma edad. Y la distancia entre una y otra película la ponen los hijos de la Villa. El mayor que era un bebé en la uno, ahora tiene entre 8 y 12 años (se lo ve brevemente en el auto en la ida al matadero). De donde se concluye que el tiempo fue cruel y rápido para la Tenuta, quien pasó de adolescente a tener una hija adolescente en menos de 10 años mientras que el Rulo no envejeció sino que rejuveneció.

La excusa argumental para juntarlos es una fiesta de aniversario de Nora y Antonio, ella no quiere que estén presentes porque son muy ordinarios y desentonarán con sus nuevos y encumbrados amigos, lo que provocará gritos y reyertas. Cada situación terminará torpemente y volverá a empezar en los mismos términos. Las reiteraciones son hartantes y la falta de progresión termina por aburrir. El humor, las pocas veces que es efectivo, se asemeja al de una película de Sofovich (Gerardo, porque Hugo era más habilidoso y obtenía algunos logros remarcables). La dirección de arte, de tan recargada, termina por no decir nada. La dirección de Gabriel Condrón es inexistente, parece como que los actores se hubieran reunido por su cuenta a repetir los personajes que alguna vez les dieron fama, por ejemplo, la escena en la que unos muchachos acosan en la calle a los Tenuta y a la Fernández es vergonzosamente mala. Y el acordeoncito de la banda sonora que está presente en cada segundo de la película es insufrible por pesado y monocorde.

Pocas películas en el cine argentino son tan queridas, celebradas y recordadas como Esperando la carroza (ahora uno). Una estatura mítica que se ganó por el video y las repeticiones por televisión, porque cuando se estrenó en cine no fue un éxito de público ni de crítica. El público saluda a la Zorrilla (doy fe, fui testigo) no con un hola sino con un “Yo hago fideos, ella hace fideos”, porque se saben de memoria diálogos enteros y recuerdan secuencias completas. Y no está nada mal que así sea porque cada hallazgo cómico era una epifanía que nos mostraba todas las lacras que cargamos. (Gracias, Doria.)

Es una pena que se haya mancillado ese mito con una secuela tan pero tan mala. (¡Y encima amenazan con la tres!)

Un abrazo,

Gustavo Monteros

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