De entre los genios que en el mundo han sido, el nombre de
Gila (Miguel Gila Cuesta, 1919-2001) debe figurar con preeminencia. Fue un
humorista, actor, dibujante de historietas, de muy alto vuelo. Y yo y otros
muchos como yo, de entre toda su producción, atesoramos sus monólogos
inigualables. Casi todos incluían el uso de un teléfono. Como con quien quería
hablar casi nunca contestaba el teléfono, después de inquirir por esta persona,
venía el latiguillo que se asocia con su persona cómica, el ahora célebre: ¡Que
se ponga! El humor de sus monólogos partía de un costumbrismo ingenuo que de a
poco se hundía en un surrealismo desternillante. Y de entre todos sus monólogos, el
inigualable (y por suerte infaltable en todas sus actuaciones teatrales) era el
de la guerra. Aparecía vestido de fajina y con un casco, tomaba el teléfono y
preguntaba ¿Es el enemigo? Lo que seguía es y será antológico.
Cuando anunciaron que harían una película con su vida, me
anoté como un seguro espectador. Por suerte no era sobre toda su vida sino
sobre un período muy especial, su participación en la guerra civil española del
lado republicano (digo que por suerte no es sobre toda su vida, porque las
biopics al uso que proliferan son leves, poco sustanciosas y más que contar, ilustran una vida con fotogramas).
Se unió como voluntario en julio de 1936, fue “fusilado” en
algún momento de 1938 y en diciembre de ese año, fue a parar al campo de
concentración de Valquesillo, Córdoba. De allí pasó a otro campo, el de Zamora
y posteriormente deambuló por las cárceles de Yeserías, de Carabanchel y de
Torrijos. Fue liberado en mayo de 1939. A continuación, con la guerra ya
finalizada, fue obligado a cumplir un servicio militar obligatorio de cuatro
años.
Como se sabe la guerra civil española fue cruenta y
despiadada.
¿Es el enemigo? La película de Gila (Alexis Morante, 2024)
comienza cuando Miguel (Oscar Lasarte) vive todavía con sus abuelos (Adelfa
Calvo y Ramón Ibarra). Se declara la guerra y a instancias de su amigo, Pedro
(Carlos Cuevas) se une como voluntario. Los que van en su camión, algunos
hombres y una mujer, no tienen entrenamiento militar y no saben usar un fusil.
No les importa, creen que la contienda durará unos pocos días, los que tarden
en devolver a los fascistas a sus cuarteles. Su primera misión será hacer una
inspección de terreno, confiscar lo que se encuentre para comer o beber, e ir
adonde se designó cuartel provisorio. Tardarán unos meses en cumplir la misión,
puesto que se verán rodeados de enemigos. Más tarde se repondrá de unas heridas
en casa de sus abuelos y volverá a las líneas, donde tendrá su bautismo de
fuego.
Si los monólogos de Gila van del costumbrismo ingenuo al
surrealismo, la película va de un realismo un poco onírico a una pesadilla
atroz. La guerra, como bien nos dice la canción de León Gieco, es un monstruo
grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente.
Los españoles se pintan como un pueblo sencillo, directo,
festivo, humorístico, amante del buen comer y beber. La derecha de siempre,
defensora de privilegios ancestrales, intentó arrasar esa idiosincrasia. Con
ferocidad y sangre lo logró en lo físico, pero no en el espíritu. Gila, al
comienzo de la película, dice que su abuelo le repetía que es posible reírse de
todo. Coincido. No hay horror que no pueda exorcizarse con la risa. Es más,
agrego que no hay derrota si se sale de lo que sale riendo.
A los que no conozcan mucho a Gila, yo les recomendaría que
vieran primero la película y que después fueran a YouTube y eligieran una de
las versiones que a lo largo de su vida hizo Gila de su monólogo de la guerra
¿Es el enemigo? (cualquiera, opten por una al azar, todas tienen la misma
sustancia y el mismo nivel de calidad, solo detalles y agregados las
diferencian) Comprobarán que, si un hombre puede trasmutar así los horrores
vividos, no solo es un genio, es un humanista inmenso.
Gustavo Monteros
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