jueves, 30 de mayo de 2019

Alta mar



Un barco muy Art Nouveau en el que hay un crimen. ¿Alguien dijo Muerte en el Nilo? Sí, sí, solo que esta vez el crimen es en un transatlántico de España a Argentina con parada en Brasil. Art Nouveau hay, pero más que espíritu Agatha Christie, hay impronta de teleteatro.


El plot se centra en dos hermanas, Eva Villanueva (Ivana Baquero, la ex niña de El laberinto del fauno (Guillermo del Toro, 2006) convenientemente crecida) una novelista en ciernes de vívida imaginación y Carolina (una rubísima Alejandra Onieva) que se casará con uno de los dueños del paquebote, Fernando Fábregas (un barbado Eloy Azorín). Las niñas, como son ricas, van asistidas por una mucama de toda la vida, Francisca (Chiqui Fernández) y su hija, la ambiciosa y casquivana Verónica (Begoña Vargas). Hay un capitán argentino de duelo y con compromisos varios, Santiago Aguirre (Eduardo Blanco), secundado por el oficial Nicolás (Jon Kortajarena en plan galanazo) como el interés romántico para Eva y otro oficial de acento francés, Pierre (Daniel Lundh) enamorado hasta los dientes de la cantante del barco, Clara (la bella Laura Prats con un pelucón imposible). Hay también un don Juan tarambana, Sebastián de la Cuesta (Tamar Novas) atendido por el ayuda de cámara con un invento promisorio, Dimas (Ignacio Montes). Está también la bella hermana de Fernando, Natalia (Natalia Rodríguez, a la que le va mejor en peluquería y vestuario que a la cantante Clara) casada con el bestial Aníbal de Souza (Félix Gómez). Tenemos además al tío de las chicas, un amable en demasía Pedro (José Sacristán), en compañía permanente de un demasiado acicalado doctor Rojas (Pepe Ocio) un médico con unos cuantos bemoles. Y como corresponde no debe faltar el polizonte, en femenino en este caso, Luisa (Manuela Vellés) y el hombre de cara desfigurada que nadie ve, Mario Plazaola (Luis Bermejo). Y un acreedor misterioso (Ben Temple) que suponemos participará más en la segunda parte. Sí, la trama se resuelve en su mayoría, pero hay una continuación en ciernes, o más bien en votes salvavidas. Para dar tranquilidad a la población, dicha continuación ya está en producción.


Es de la productora Bambú que antes trajera Las chicas del cable, Velvet y Gran Hotel, los que vieron o pasearon por dichas series saben qué esperar. Clasicismo narrativo y recreación de época detallada y lujosa. Los creadores o, como se dice en anglosajón, show runners de esta serie son Ramón Campos y Gema R. Neira.


Pensé que exigirían una tremenda suspensión de la incredulidad por culpa del escondite de la polizona Luisa. Puedo detallar porque no es un spoiler, es algo que ocurre casi detrás de los títulos iniciales. En una calle llena de gente de bote a bote (para hacer juego con lo náutico del escenario) en la que se vislumbra ya el gran barco, a un auto en el que viajan las hermanas Villanueva, Francisca y Verónica, se le tira encima la futura polizona Luisa, que las convence con rapidez sospechosa de que la lleven con ellas y la salven de una persecución tan mortal como enigmática porque Luisa se niega a dar precisiones. El auto tiene un gran baúl atado a la parte trasera. ¿Dónde esconden a Luisa para meterla en el barco? ¡En el baúl, claro! Pero, ¿dónde la ocultaron? ¿En medio de la calle? Retroceder con el auto no se puede, está atiborrada. Ir hacia adelante es llegar al barco. O sea, ¿la metieron en el baúl a la vista de todos? Y ¿qué hicieron con lo que estaba adentro? Encima no bien están subiendo el baúl, se menciona que el resto del equipaje de todos ya está en los camarotes o en la bodega. Entonces, ¿qué, iba vacío? Si así era, ¿para qué iba atado al auto? Errores o practicidades que los continuistas no toman en cuenta y que a cualquiera con un mínimo de sentido común distrae o hace que la atención se desvíe para ver cuál será el próximo. Por suerte es el único grosero, de modo que mi atención regresó a la trama principal.


Si se gusta de los melodramas policiales (ojo, es eso, más que un policial en sí) o de los teleteatros/culebrones, no lo duden, esta es su serie ideal para una maratón de fin de semana de lluvia.


Alta mar puede verse en Netflix.

Gustavo Monteros



jueves, 23 de mayo de 2019

Los Hermanos Caradura - The Blues Brothers


¡Volvió The Blues Brothers (Los hermanos caradura, 1980) a Netflix! ¿Estaba? ¿Cuándo se fue?, se preguntarán ustedes en broma. No olvidemos que Netflix es una plataforma de contenidos que varían para hacer espacios a otros, algunos incluso regresan. Por suerte, The Blues Brothers entre ellos.



A mí, a veces me pasa que la oferta me apabulla. No sé qué ver, o más bien, no sé qué tengo ganas de ver. Y cuando la neurosis está a punto de atormentarme, opto por un musical. El género me tira, y mucho. El problema es que en esos estados de duda, prefiero la comedia musical, y ya se sabe que en el mundo moderno, ha triunfado el drama musical, que está bueno, pero no para todas las ocasiones. En este preciso momento, por ejemplo, si exceptúo los shows o los documentales, puedo optar entre Miss Saigón e Into the Woods, muy buenas opciones a las que le falta el toque “feel good” (optimista) que me desate alguna sonrisa. Bueno, está también la versión televisiva de Hairspray, con sus logros, sí, pero prefiero la versión cinematográfica que sacaron ya hace un año. Lo sé con precisión porque la alternaba con…The Blues Brothers.



The Blues Brothers no es un musical en el sentido estricto del género, es más bien una comedia de acción con canciones, lo que la acerca al público que NO le gusta el musical. Como sea es lo suficientemente FEEL GOOD, así con mayúsculas, como para verla con frecuencia.



Es una creación de John Landis, bueno, más bien una travesura, que protagoniza el malogrado John Belushi en su esplendor y el siempre delicioso y permanentemente subestimado Dan Aykroyd. Los dos deben reunir una banda de rhythm and blues que tuvieron para un beneficio que recupere el orfanato en el que se criaron los hermanos. Los perseguirá la policía y hasta unos parapoliciales. En el camino se encontrarán con amores despechados (la siempre recordada Carrie Fisher) o con una cita ineludible (Twiggy en el colmo de su belleza). Y en el camino no solo reunirán una banda de músico excepcionales sino que también habrá números de los míticos (y nos quedamos cortos) Cab Calloway, James Brown, Aretha Franklin, Ray Charles entre otros gigantes. Y en un gag semi final el cameo del genial (y muy joven por entonces) Steven Spielberg.



Hay además el disfrute permanente de destruir patrullas policiales porque sí y meter gags de todo tipo.



Si no la vieron, no se la pierdan. Es tan gozosa como parece. Y si la vieron, repásenla, sigue tan pimpante como el primer día.

Gustavo Monteros

jueves, 16 de mayo de 2019

Delhi Criminal



Lo que pasó en ese bus en movimiento por la noche de Delhi es un crimen tan atroz, tan aciago que ensombrece no solo la historia del hombre sino la de la condición humana. Cometeré el spoiler de la tranquilidad: no se ve nada de ese horroroso crimen que desafía el poder de las palabras, solo sus temibles consecuencias para la víctima femenina.


Parece que fue un crimen que partió aguas, que endureció penas para las violaciones y socavó la moral machista.


La miniserie se centra en la investigación y muestra la historia del lado de la policía. Celebra sobre todo a la investigadora en jefe, Vartika Chaturveli (Shefali Shah) en un retrato que roza la santidad por su elevada dedicación y paciencia. (Detalle al margen, ya vi varias series o películas indias que acentúan la importancia de las mujeres en lugares de autoridad dentro de la policía, subrayan que son necesarias e incluso mejores que sus pares masculinos). Algunos de sus compañeros en la fuerza son más egoístas, más desidiosos, menos comprometidos. Otros, ojo, son igual de abnegados que ella.


Se nos dice que se basa no solo en hechos reales sino que nos contarán la investigación tal como fue. De ser así, esta vez, los policías estuvieron a la altura de la circunstancia, usaron toda su experiencia para dar con los culpables y traerlos a la justicia (Otro detalle al margen, también por series o películas sabemos que en la India, lo que llamamos apremios ilegales está permitido, y así se golpea o tortura a los sospechosos)


Los abnegados policías deben enfrentar además de las dificultades de la investigación, a dos poderes que aliados son temibles: el de los medios y el de las trapisondas políticas para trepar en cargos o amasar más poder. Circunstancias que se padecen y mucho cuando gobierna la derecha, carroñera y corrupta en esencia (cualquier similitud con el régimen macrista no es pura coincidencia).


Delhi Crime o Delhi Criminal, creada por Laurence Bowen, Toby Bruce y Richie Mehta, puede verse en Netflix. Y más allá de desbordes muy melodramáticos, de algunos trazos muy gruesos y de unos cuantos lugares comunes, es sencillamente apasionante, sobre todo en los aspectos de la investigación que debelan lo universal. En el mundo real hay hombres que hacen cosas que empalidecerían al mismísimo Hannibal Lecter…


En resumen, imperdible por lo que revela y porque (para usar un término de moda) nos interpela y sacude la modorra de nuestro bien pensar, como ¿qué hacer con el monstruo cuando sus acciones son imperdonables?

Gustavo Monteros

jueves, 9 de mayo de 2019

Undercover, Operación Éxtasis



De antemano de entre las vertientes del policial, me da más confianza la de los policías infiltrados en una red mafiosa. Por las siguientes razones: los personajes principales tienen una doble vida, la que dejan atrás y la que empiezan a tener, el peligro siempre latente de ser descubiertos, el secreto que debe mantenerse y que siempre se cuela (así un colega corrupto puede ponerlos al borde de la muerte), la manipulación de un inocente (siempre se logran más cosas de los que están alrededor de los mafiosos), el difuso margen que existe entre los que viven de este o aquel lado de la ley  (al estar sumidos en un mundo de violencia, los códigos y las actitudes ante la vida se vuelven muy parecidos), y la riqueza de las relaciones (entre los policías que pasan a interpretar un rol con alguien al que acaban de conocer, fingir ser marido y mujer y esas cosas) y la empatía que desarrollan con quienes deben a la larga acusar (en las noticias en los medios de después, todos son malos, pero en el día a día, hasta el villano más perverso exhibe rasgos queribles).


Todos estas características y otras más que no enumeramos para no espoilear aparecen en Undercover, Operación Éxtasis, miniserie belga que Netflix acaba de estrenar. Bob (Tom Waes) y Kim (Anna Drijver) son dos policías que hasta ayer ni sabían de la existencia del otro y que a partir de mañana deben pasar por casados. Serán vecinos en un camping de Ferry Bouman (Frank Lammers), un alto capo del narcotráfico, y de su joven esposa, Danielle (Elise Schaap). Hay, también, como corresponde, un lugarteniente muy peligroso, John (Raymond Thiry, por momentos de asombroso parecido al Frank Sinatra adulto).


El showrunner Nico Moolenaar perjura que se basa en hechos reales, aunque lo más exacto sería decir inspirada en hechos reales, porque en líneas generales los hechos policiales suelen tener un punto final y aquí se deja una rendija para una nueva temporada.
En resumen, aunque no es perfecta, hay un par de personajes en apariencia importantes al principio que desaparecen sin que nadie se pregunte mucho por ellos (¡?), y sobre el final el destino de otro queda boyando, ¿quizá como puente para la parte dos?, no impide que se vuelva adictiva y uno consuma capítulo tras capítulo. 

Además está el interés adicional de espiar cómo viven y trabajan comunidades como las belgas, de las que no sabemos tanto porque no son tan frecuentadas en el cine o la tele que se ven por estos pagos.


Ideal para organizarse una maratón de fin de semana lluvioso.

Gustavo Monteros

jueves, 2 de mayo de 2019

Arenas movedizas


Un escritor de policiales arranca siempre por el final. Establece en su mente con claridad el crimen o el delito a descubrir, y comienza a ver cómo distribuirá las pistas, y las espaciará, las dosificará para mantener el interés por develar el enigma de quién fue o por qué lo hizo. El rompecabezas debe quedar armado al final y debe estar a la altura del suspenso generado.


Arenas movedizas de la sueca Camilla Ahlgren nos muestra el crimen en la ultimísima escena, casi en los créditos finales y no nos enoja porque no traiciona la esencia de su relato con un truco barato que dé vuelta la trama o que pretenda resignificarlo todo, no sé, cómo decir que el asesino es el portero al que vimos solo una vez en el tercer capítulo. No, no saca de la manga un as sorprendente y tramposo, pero la verdad sea dicha, la intriga propuesta no le da para seis (¡6!) capítulos, o no supo sacarle partido. No es que aburra, pero el desarrollo de los personajes o situaciones no contribuye mucho al cuadro final. Bah, hay más relleno del aconsejable.


Arenas movedizas se permite una pirueta que no le funciona del todo. Quiere que sintamos empatía con su protagonista a la que sabemos culpable de algún horror a determinar desde el inicio. Un protagonista culpable es todo un escollo, para superarlo debe ser un personaje fascinante o hipnótico. Norman Bates o Hannibal Lecter se presentan como ejemplos ineludibles. La adolescente Maja (Hanna Ardéhn) no llega ni a los talones de semejante compañía. El problema es que no es un victimario orgulloso de su maldad sino una víctima de sus circunstancias. Y como el por qué llega a ser víctima debe ocultarse hasta el final, se vuelve difícil volverla empática o interesante.


El arranque es así. Hubo un tiroteo en una escuela secundaria, Maja estuvo involucrada, hasta dónde y por qué debe establecerse. En el inicio tampoco sabemos quiénes y cuántas son las víctimas. Nuestro acceso a la historia es Maja que por la legislación sueca (tal el país de origen, como ya mencionamos) debe permanecer aislada sin acceso a internet o medios de difusión masiva como diarios, televisión o radio. Solo somos testigos de sus conversaciones con el abogado defensor, Peder Sander (David Dencik) y la información que obtenemos es escueta. No es que la chica no recuerde lo qué pasó, sino que esa información debe reservarse hasta que llegue el juicio, instancia que llega en el ¡capítulo 5!


En el mientras tanto nos queda ver cómo se relacionan los personales y cuáles son sus entornos y antecedentes. Todo policial es un cuento moral y en este la sociedad sueca aprovecha para reafirmarse y celebrarse. A través de los vericuetos de la historia se nos dice que la riqueza es obscena y de mal gusto, que termina por degenerar en conductas no solo reprobables sino letales, que el sistema judicial funciona y que ignora el amarillismo de medios inmundos (ah, quién pudiera ver eso en la Argentina de hoy), que el uso de las armas está mal y que debe evitarse toda forma de discriminación. O sea la sociedad sueca tiene logros para exhibir y los cultiva. Ni un policial es descartado a la hora de formar un ciudadano. Debo confesar que el modo en que la riqueza es mostrada como algo detestable me voló le moño, va a contracorriente de casi todo lo que se ve por todas partes.


En resumen, Arenas movedizas es buena…a secas. Hubiera sido mejor como largometraje. El material, como está presentado y desarrollado, no da para una miniserie. Aunque si bien no apasiona, tampoco aburre.

Gustavo Monteros