jueves, 28 de marzo de 2019

Durante la tormenta


Por motivos que se me escapan, a veces insisto con autores que sé que en el fondo nunca me gustarán. Tal vez lo hago con la esperanza de cambiar de opinión alguna vez o de toparme con una obra que de verdad me haga dialogar con ese autor. Desde hace tiempo concibo mirar películas, leer libros, mirar cuadros o escuchar obras musicales como un diálogo entre el creador detrás de esas experiencias y uno mismo. Y como en la vida, no tenemos conversación con todo el mundo. Por experiencia sabemos que hay personas con las que se nos dificultan los intercambios más simples, como un saludo. Mientras que con otros, nos basta una mirada para iniciar un diálogo que durará largo y tendido. Con el catalán Oriol Paulo no creo que tenga esa suerte.


El hombre nacido en el 75 en Barcelona es un director y guionista que se dio a conocer internacionalmente con El cuerpo en el 2012. Un thriller centrado en la desaparición de un cadáver de la morgue. El film definía sus gustos con claridad. Le gustaba dar más vueltas que una calesita y tener giros sorprendentes todas las veces que se pudiera. Más que la veracidad, trabaja el verosímil. Como espectadores nos obliga al “es un poco rebuscado, pero factible, siempre y cuando se den todas esas variables azarosas”. Cuestión de gustos. Que como dije en la reseña sobre La trêve no comparto en lo más mínimo. En lo personal, porque llega un momento en que todo vale todo el tiempo y que con tal de crear otra sorpresa, no solo son capaces de matar a la madre sino de vender sus órganos también.


Su siguiente película, Contratiempo (que puede verse en Netflix) llevaba esos gustos a extremos de récords. Un policial tan arravesado y atravesado que ya olvidé. Tanta profusión de hechos y personajes tan extemporáneos hace que mi memoria los retenga menos que pelo en la boca.


Ahora, sabrá Dios por qué, le veo su estreno Netflix de la semana, Durante la tormenta, donde por género tiene todos los permisos para dar tantas vueltas como quiera o hasta marearse él mismo.
  

Durante la tormenta es un thriller metafísico de tiempos paralelos que pueden modificarse en la alteración de tales o cuales detalles o incidentes. Dicho así parece más complicado que lo que es. Una joven esposa se muda a una gran casa donde descubre unos videos, un televisor viejo y una igualmente vieja videocámara que le permite ver hechos sucedidos durante la caída del muro de Berlín en 1989. Durante una gran tormenta salvará la vida del chico que ve en el televisor y cuya realidad es la del 89, para después despertar en otro pliegue del tiempo en el que su hija no está. Comenzará a hacer lo imposible para recuperarla.


Aquí don Oriol Paulo, como ya dijimos, tiene todos los permisos del mundo para dar vueltas y vueltas y vueltas. La imaginación es el límite y la de él es muy extensa. Ojo, “One man’s meat is another man’s poison”, dicho inglés que bien puede traducirse como “Lo que a uno cura, a otro mata”. A lo que voy es que lo a que a mí me exaspera hasta la desesperación, puede ser el origen del placer para otro. Conozco espectadores que disfrutan hasta el babeo que les desbaraten el hilo de la historia cada treinta segundos. Nada malo, cuestión de gustos.


O sea, si les gusta que les sorprendan mucho y a cada rato con el retorcimiento de una trama, Durante la tormenta es su opción irresistible. Si les gustan las sorpresas, pero no tantas, escápenle mucho…mucho.


Ah, Durante la tormenta puede verse en Netflix. La protagoniza (esforzadamente) Adriana Ugarte, el interés romántico es el Chino Darín, como un vecino que se las trae (y lleva) está el omnipresente Javier Gutiérrez, hay una participación especial de la hipnótica Belén Rueda y dos muy famosos por Netflix, como un marido anda Álvaro Monte, el recordado Profesor de La Casa de Papel y como un médico Francesc Orella, el nunca bien ponderado Merlí.

Gustavo Monteros

jueves, 21 de marzo de 2019

La trêve


El policial es uno de mis géneros favoritos, sino “el” favorito. Pero cuando los años han pasado y uno ha visto muchos, se ha aprendido a detectar las trampas, los lugares comunes, las salidas extemporáneas. Entonces uno se fastidia y se pelea con el material propuesto.


Algo de esto me pasa con La trêve, serie belga que va por Netflix. En la primera temporada me pareció que le daban demasiada vueltas al mismo trompo. La pobre víctima tenía una capacidad de sobrevivencia digna de un highlander porque medio pueblo intentaba liquidarla sin éxito. Además siguiendo el modelo del detective de vida tumultuosa, estilo Sherlock Holmes, que es un drogón el pobre, el detective de  La trêve, Yoann Peeters (Yoann Blanc) no se daba con nada, pero tenía un presente muy conflictivo. Siempre paga que los detectives tengan problemas que se reflejen en los casos. Tanto que uno ya extraña el modelo Philip Marlowe, que tenía un pasado duro que lo hacía proclive a enredarse en problemas por musculosos de tornillos flojos o de chicas despampanantes y letales, pero no lo andaba exhibiendo o arrastrando con cara de ténganme piedad.


En la segunda temporada, Yoann Peeters, ya no está en actividad propiamente dicha, sino que da clases a futuros policías, pero a pedido de su ex psiquiatra vuelve a la investigación para despejar la culpabilidad de un joven acusado de un sangriento crimen. El caso no es tan rebuscado como el de la primera temporada, pero casi. Entre los problemas personales de Yoann y la acumulación de motivos y sospechosos, por la mitad uno tiene ganas de inculparse y cantar  el tango aquel de arrésteme, sargento, y póngame cadenas, para que lleguen a una conclusión. Ah, eso sí, que el final sorprende…sorprende. Por lo lógico en el fondo, aunque en el transcurso repita el truco tan de moda en algunos autores, o sea la de crearte mucha empatía con algún personaje secundario y darle en el momento menos pensado un atroz destino, más que nada para disimular la meseta narrativa en la que cayó la trama. Aquí la sangre no llega al río, pero sí a la piscina.


Como sea, si un cuento te enoja, no te está resultado indiferente. Y si no te es indiferente, por algo es. Los motivos quizá no sean los que te hacen amar The killing, por ejemplo, más bien todo lo contrario, pero por algo no dejás de llegar al final.


En nombre de ese algo que no puedo precisar del todo, recomiendo que se acerquen a La trêve. Incluso si se es muy quisquilloso (como el insoportable que estas líneas subscribe), hay algo en los misterios de estas comarcas con bosques frondosos que atrae y tienta.


Como mencionamos antes, La trêve, creada por Stéphane Bergmans, Benjamin d'Aoust, Matthieu Donck, puede verse en Netflx.

Gustavo Monteros



jueves, 14 de marzo de 2019

Rebelión


Rebelión es una serie irlandesa con dos temporadas hasta la fecha, que evoca dos momentos cruciales en la lucha irlandesa para sacarse de encima el yugo inglés.


La primera temporada transcurre en Dublín en 1916 en lo que se conoce como el Alzamiento de Pascua. Diversos personajes claves (por posición social o por ubicuidad en la zona de conflicto) que obedecen los dictados del melodrama clásico o de la novela histórica romántica ven sus destinos entrecruzados gracias a grandes amores, traiciones y decisiones políticas.



La segunda temporada (que en el original ya no se llama Rebelión sino Resistencia) se centra en 1920, también en Dublín, en lo que se conoce como el Domingo Sangriento. Operación de limpieza del IRA comandada por Michael Collins contra agentes de inteligencia inglesa que trabajaban más o menos ocultos. De nuevo, un grupo de personajes claves (por su utilidad) verán sus vidas entrecruzarse por amores, traiciones y resoluciones políticas.


Las dos temporadas, si bien tienen unos pocos personajes en común, pueden verse independientemente. Cada temporada tiene cinco capítulos de cerca de una hora. En lo personal me gustó más la segunda. Obviamente está vista desde el punto de vista irlandés. Los ingleses por culpa de la lógica imperialista manejaron siempre horriblemente el conflicto, agravándolo en cada instancia. La lógica imperialista que podía reportarles beneficios en el extranjero, no se avenía ni por asomo a las ambiciones de los irlandeses, que por sobre todo querían que los dejaran en paz (gentileza que los ingleses se encapricharon en no conceder).



En esta segunda temporada, Brian Gleeson, uno de los doscientos hijos de Brendan Gleeson que se dedican a la actuación como su célebre padre, se calza el proyecto al hombro y despunta un interesante hambre de ser estrella que, de tener un poco de suerte, puede verse saciado.


Rebelión, como es de esperarse, tiene una impecable reproducción de época, diálogos encendidos, y atrapantes ambiciones políticas encontradas y desencontradas. Los puristas dicen que no respeta la verdad histórica al pie de la letra, pero ¿qué ficción lo hace? Si no aprendimos ya que la historia en la ficción histórica es solo un pretexto, no lo aprenderemos más. Las lecciones las dan los manuales de historia. Las ficciones solo entretienen con algo que puede parecerse o no a los hechos. Y si bien la temporada tiene un final claro, abre la puerta de par en par para una bienvenida continuación.


Rebelión, creada por Colin Teevan, puede verse en Netflix y es muy recomendable. Los irlandeses siempre pagan.

Gustavo Monteros

jueves, 7 de marzo de 2019

Suburra - La serie


Primero fue una novela de Giancarlo de Cataldo y Carlo Bonini. Después una película de 2015 que dirigió Stefano Sollima. Y ahora una serie, la primera hecha en Italia para Netflix.


Las tres se centran en tres núcleos narrativos, los trapicheos de la distribución de drogas por la mafia a secas, las prebendas políticas en los entretelones por el poder, la explotación por parte de la iglesia de sus viejos privilegios.


La película, que también puede verse en Netflix, busca escandalizar y exacerbar prejuicios, acentúa por ejemplo las orgías sexuales con participación de obispos y políticos.


La serie, mi favorita, en cambio, busca más la complicidad del espectador e interpela moralmente acercando los hechos delictivos a experiencias que los no delincuentes podemos llegar a tener.


Ojo, la serie pretende ser una precuela a la película, en la que importantes personajes hallan su destino final. Digo pretende porque en la segunda temporada, la historia adquiere independencia y no sé si todos los personajes llegarán a como se los presenta en la película. Este apartamiento de la película más que lamentarse, se agradece.


En la primera temporada, vemos a tres jóvenes protagonistas enfrentar sus entornos familiares, que intenta moldearlos, determinarlos, condicionarlos (como todo entorno familiar, la verdad sea dicha). Claro, ellos tienen sus propias ideas y apetencias, y más temprano que tarde comprenderán que no se puede vivir la vida de los otros.


Ellos son: Aureliano Adami (Alessandro Borghi) un mafioso en ciernes que debe lidiar con el legado de su padre y la influencia de su hermana. Alberto “Spadino” Anacleti (Giacomo Ferrara) un gitano con elecciones que se apartan de las tradiciones de su tribu. Y Gabriele Marchilli (Eduardo Valdarnini) un joven hijo de policía que está dispuesto a contentar a su papá hasta ahí.


Por el lado de la mafia a secas, tenemos a Samurái (Francesco Acquaroli) que lucha con llevar a cabo una asociación con la mafia napolitana, trámite que no viene muy fácil que digamos. Por el lado de la política, todo gira alrededor de Amadeo Cinaglia (Filippo Nigro), un señor que dejará las buenas intenciones por un ansia de poder. Y por el lado de la iglesia, más que a los varios arzobispos, la trama elige ir por el lado de la lobista Sara Monaschi (Claudia Gerini). Estos son los personajes principales, su séquito de secundarios son igual e incluso más apasionantes.


Y no precisamente como invitada, sino como eje central, tenemos a la ciudad de Roma, por cuyo dominio definitivo todos pelean, y que está tan bella como el primer día.


Las dos temporadas de Suburra (18 bellos y apasionantes episodios hasta la fecha, producidos en el 17 la primera y en 18 la segunda) más la película de 2015 pueden verse en Netflix.


Si, como yo, aman el policial y aledaños, tienen con Suburra una cita imperdible.

Gustavo Monteros