jueves, 11 de mayo de 2017

Graduación

Christian Mungiu con 4 meses, 3 semanas y 2 días (2007) no solo ganó fama internacional sino que puso al cine rumano en primer plano. Más allá de las inevitables diferencias creativas entre los distintos directores de este cine pujante, un factor común sobresalía. Todos parten de una situación pequeña y reconocible, que al irse profundizando, de a poco, se va cargando de implicancias políticas y sociales. Lo macro contenido en lo micro, que se vuelve más y más revelador, a medida que se focaliza mejor la lupa. O sea la más lograda y envidiable manera de contar un relato. Cargarlo de ecos y significaciones con tan solo detallarlo, ya se trate de algo tan personal e individual como la posibilidad de un aborto o de la decisión de dejar a alguien.


Aquí el cuento se abre con una piedra que rompe el vidrio de un departamento habitado por un médico, Romeo (Adrian Titieni), ansioso porque su hija Eliza (Maria-Victoria Dragus) apruebe el último examen del bachillerato y logre así continuar los estudios en Inglaterra, la madre Magda (Lia Bugnar), se verá más tarde, es una figura secundaria y superada en el presente de Romeo. La piedra que rompió el vidrio prefigura unas cuantas tribulaciones posteriores. Eliza será víctima de un intento de violación que desbastará la difícil tranquilidad necesaria para enfrentar un examen. Romeo quiere que su hija tenga la posibilidad de estudiar en el exterior sí o sí, por ella y también por él, que cumplirá vicariamente lo que no pudo o supo conseguir.


Durante la primera hora y media el relato avanza con seguridad y despierta nuestro continuo interés, pero se cae (esa fue mi sensación) en el desenlace. La última media hora se desbarranca, como si no se supiera concluir con gloria lo que se quería contar, o no se pudiera establecer con certeza qué era lo que se pretendía contar. Las diversas aristas que se fueran perfilando se quedan sin filo. Algunas historias se cierran con las formas caprichosas y gratuitas de algunos thrillers tramposos. Y cuando al fin prima la ética individual versus hasta dónde es capaz de llegar un padre para que sus hijos vivan mejor, el relato luce retorcido, como si lo que hubiera tenido que surgir de él fue reemplazado por algo impuesto por la fuerza.


Mungiu filma con la pericia de un maestro, de allí que uno tienda a dudar de la propia percepción, pero a la salida, cuando uno puede armar con tranquilidad el rompecabezas y fundamentar el análisis, se ve que esta vez los ecos sociales y políticos no surgen de la historia sino que son tirados desde afuera como aquella piedra de la primera escena.


Una decepción luminosa, y no es un juego de palabras, puede que la película no sea tan satisfactoria como se esperaba, pero hay mucho talento detrás, y la experiencia igual recompensa. La equivocación de los maestros es a veces mejor que los aciertos de unos cuantos discípulos poco agraciados.


Gustavo Monteros

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