jueves, 23 de febrero de 2017

Manchester junto al mar




Seamos conscientes o no, toda película comienza presentándonos sus personajes, según el estilo del género en cuestión, claro. No es lo mismo un policial, una de superhéroes o un musical. El afiche de Manchester junto al mar nos informa, si no leímos nada en ninguna parte, que se trata de un drama. Sus primeros cinco minutos nos llevan a  dudar si no estamos frente a una comedia absurda. Lee (Casey Affleck) es un portero, un arreglatutti, un plomero o albañil ilegal capaz de destapar, romper o componer lo que se le ponga a tiro. Sus clientes son medio raritos, para usar un eufemismo y ser amables, y él tiene una violencia contenida, que bordea la desesperación. Hay un desquicio evidente que incluye ¿solo al protagonista?, ¿a los demás?, ¿al orden de las cosas? Va a los bares, no a confraternizar con chicas, sino a pelearse con el primero que lo mire dos veces. Y ya allí nuestra extrañeza se inclina a que la película va más para el lado del drama. Sí, pero la extrañeza no nos abandonará ya más. Ni incluso en los títulos finales. El film es tanto una tragedia, una comedia, como el estudio de un mundo desquiciado, que nunca regresará a sus cauces.


La prematura muerte de su hermano Joe (Kyle Chandler) obligará a Lee a regresar a su pueblo natal, el lugar del título, donde le espera agazapada la sombra de una tragedia que lo obligó a irse. George (C J Wilson) un amigo de los dos hermanos, lo ayudará con lo urgente. Lee toma sobre sus hombros darle la noticia a su sobrino, Patrick (Lucas Hedges). Y cuando se abra el testamento, grande será la sorpresa de tío y sobrino, Joe hizo a Lee tutor de Patrick. Nos surge la pregunta del millón: si Lee apenas puede con su vida, por algo terrible que no sabemos todavía que es, ¿podrá ocuparse de Patrick? No develaré cómo se contesta esa pregunta, solo diré que sabremos qué fue lo que le pasó a Lee, y cuando lo sepamos, querremos no haberlo sabido, tan tremendo es.


Como sea, nos hacemos a la idea de que estarnos frente a la típica película de redención a través de una segunda oportunidad, que Lee hará las paces con su pasado y que la luz de la esperanza brillará otra vez en el horizonte. Ni ahí. El guionista y director Kenneth Lonergan (You can count on me / Puedes contar conmigo, 2000, ¿se acuerdan de esa hermosa película en la que Laura Linney, en relación amorosa con Matthew Broderick, recibía la visita de su hermano, Mark Ruffalo, al que no veía hace tiempo?)(Margaret, 2005, 2011, dos fechas, una la de su realización y la otra la de su distribución, sí, venía medio problemática, no en sus logros, sino en la relación con sus productores) nos corre de los lugares comunes todo el tiempo.


Patrick es un adolescente manipulador, simpático, conquistador, demandante, que querrá estrechar los lazos con una madre alcohólica y fugitiva, que huyó cuando supo de la endeble salud del ahora difunto Joe, Elise (la gran Gretchen Mol) ahora una cristiana renacida en pareja con Jeffrey (el viejo y querido Matthew Broderick). Lee, más tarde que temprano, tendrá que oír lo que su ex, Randi (Michelle Williams en un conmovedor monólogo interrumpido que le ganó varias nominaciones, Óscar incluido)


Muchos saludaron esta nueva película de Lonergan como una obra maestra. Bueno, tiene momentos magistrales, pero otros que de tan torpes son vergonzantes, como por ejemplo el ataque de Patrick ante la carne congelada, algo tan rebuscado que bordea la estupidez, o el sueño de Lee sobre el final, un abaratamiento inmerecido de la tragedia que se desbarranca en la imprudencia innecesaria, ¿evitar el trazo grueso toda la película para caer en el mismo al final?, ¿con qué necesidad? De todos modos, esto no invalida ni demerita los logros anteriores. Lonergan más que un director de obras redondeadas parece apostar por la búsqueda y, como es de esperarse en estos casos, a veces se pierde.


Casey Affleck entrega una actuación contenida, minimalista, que nunca termina por eclosionar, aunque grite, llore y se desespere. Es una buena elección, su personaje sobrevive a algo que no se supera jamás.


En resumen, una obra valiosa, dura por momentos, en otros, soliviantada con buen humor, que se vuelve entrañable y quizá inolvidable.


Gustavo Monteros

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