miércoles, 25 de enero de 2017

La La Land

Toda obra de arte es un círculo perfecto, un país de fronteras cerradas que se erige y se gobierna por sí solo, un acusado que elige ser juzgado según sus propias reglas, bah, una concatenación de signos que se cohesionan con coherencia. Nunca queda más claro el armado de esta cohesión que en los ejemplos de género puro, como el musical, el policial, el romance, etc. Allí todo debe contribuir a configurar una realidad ficcionalizada depurada, sin contaminación alguna de signos que correspondan a otro género, o a otra obra de arte con sus signos determinantes.


La La Land es un musical. ¿Un paradigma, un ejemplo perfecto de musicales? Veamos. Como corresponde, la topografía visual es estilizada, la mayor parte del film transcurrirá en una Los Ángeles de fantasía, de colores puros, de suburbios despojados. La historia es romántica. Boy meets girl (chico encuentra chica). Él es un músico que quiere que el jazz no muera. Ella es aspirante a actriz, que trabaja de mesera. Estereotipos personalizados en un principio más por el magnetismo de los actores que por rasgos identificatorios. Él no quiere saber nada con ella, y ella sale esquilmada en la primera escaramuza, que establece un pliegue, al que se volverá al final. El beso tarda en llegar y nuestra empatía está ya con ellos, celebraremos cuando finalmente llegue. Establecida la pareja, la historia se bifurca en dos caminos, ¿se consolidará la relación?, por un lado, ¿lograrán triunfar en sus ambiciones artísticas?, por el otro. En este punto, con más de media película en nuestras espaldas, parece que tomará un recurso revolucionario, no pasar por el segundo paso obligado o esa el Boy loses girl (chico pierde chica). Pero no, la revolución no llega, Hollywood, el del mainstream o el independiente, no puede salir del esquema y se produce el alejamiento. ¿Volverán a estar juntos? Nos detenemos para no spoilear.


El todo es coherente, pero no perfecto. El primer número, el de la autopista, muy Les demoiselles de Rochefort de Jacques Demmy, da un poquito de vergüenza ajena. Y la canción de la audición (“Audition, the fools who dream”) curiosamente nominada para el Óscar como mejor canción (junto con la inobjetable “City of stars”, también de esta película) tiene una de las peores letras jamás escritas para un musical. Y el repliegue al que hacíamos referencia cuando ella le habla por primera vez y al que se vuelve al final, es altamente discutible: las fantasías dentro de las fantasías, el artefacto dentro del artefacto, son recursos que pueden volverse en contra. Si ya la “realidad” que vemos es una estilización, ¿qué corno es la estilización de la estilización? El espectador promedio no se hace tantas preguntas, pero llegado el final siente que algo le hace ruido y es esto.


Entre las mejores contribuciones al género está la coreografía de Mandy Moore, llena de stops que se reactivan, como si reflejara la seducción, el histeriqueo al que se entregan los protagonistas. Muy refrescante.


Y, perdón, pero me parecen exageradas las nominaciones que recaen sobre Emma Stone y Ryan Gosling, dos de mis favoritos, por eso puedo hablar libremente, sus actuaciones son luminosas, llenas del magnetismo y del encanto que poseen, pero poco o nada más. Está bien, ella tiene las distintas audiciones para lucir su talento, y él los momentos de desamor, pero ¿mejores actuaciones del año? Seamos serios.


La La Land es movieland pura. Una hermosa hora y media. No perfecta, pero muy agradable y disfrutable. Fue escrita y dirigida por Damien Chazelle (Whiplash, 2014)

Gustavo Monteros