Es la historia de una obsesión post-andropausia.
Nuestro narrador, un cincuentón, como ya no le da para entregarse a una pasión
carnal, se deja llevar por un juego literario. Pero seamos claros y comencemos
por el principio.
Martin Joubert (Fabrice Luchini) está casado con
Valérie (Isabelle Candelier) y tiene un hijo adolescente, Julien (Kacey Mottet
Klein). Hace unos siete años dejó su trabajo de editor en una empresa de libros
y se vino a Normandía a ocuparse de la panadería familiar tras la muerte de su padre.
Un día, ocupan la casa vecina una pareja inglesa, compuesta por un restaurador
de muebles antiguos, Charlie (Jason Flemyng) y una decoradora, Gemma (Gemma
Artenton). Que ella, Gemma Bovery, por un par de letras casi sea la homónima de
la protagonista de la célebre novela de Flaubert, Emma Bovary, convence a
Martin de que compartirá igual insatisfacción y triste destino que la Madame
Bovary archifamosa.
El material se perfila, al margen de la obsesión
principal (a veces cómica, otras patética) como una sátira a la alta burguesía
londinense, representada por Elsa Zylberstein y Pip Torrens, que viene a
desparramar su esnobismo por la campiña francesa y por las pretensiones de
profundidad de los que huyen de las grandes urbes para refugiarse en el campo.
Algo que la película no termina de abarcar. Quizá a Ann Fontaine (Nathalie X, 2003, Cocó antes de Chanel, 2009, Madres
Perfectas, 2013) le hubiera convenido el pastiche del que hizo uso su
colega, Jocelyn Moorhouse en la reciente El
poder de la moda/The dressmaker. Eso
fue por la razón, hablemos ahora de corazón.
Hay películas a las que uno accede con plenitud, ante
las que se deja de lado todo juicio de valor y uno las termina por abrazar
entre las favoritas. Por varios motivos, me
pasó con esta. Confieso. Al iniciarse nomás, me ganó el paisaje de la
luminosa Normandía en verano y la música de Bruno Coulais, que sigue el canon
impuesto por Hollywood, aunque con mucho mejor gusto. Fabrice Luchini, a quien
recordamos de dos François Ozon (En la
casa, 2012 y Potiche, las mujeres al
poder, 2010) y un Philippe Le Guay (Las
chicas del sexto piso, 2010) es un actor elegante y prodigioso y es muy
difícil permanecer incólume a su talento. Gemma Artenton es una mujer en su
esplendor, su sensualidad de tan vibrante es casi palpable. Y como amo los
idiomas, que esté hablada en francés es tanto un bálsamo como un recreo al predominante
cine en inglés. Sé muy poco francés, desconozco casi todos los tiempos
verbales, y todos los modismos lingüísticos, pero reconozco los sustantivos y
los adjetivos, no en vano, es pariente del español, y cuando está hablado con
la dicción perfecta de un actor formado en el teatro como Luchini, paladeo cada
sílaba. Y como no adherir a una película en que los protagonistas tienen perros
y si encima el de él se llama Gus, pónganme el moño, que voy de regalo.
No será perfecta, lejos de ello, pero a mí me encantó.
Ojalá les pase lo mismo. (Eso sí, prisión perpetua para el que le puso el
título para la Argentina, además no decimos “contigo” ni aunque nos peguen,
entonces por qué no La ilusión de estar
con vos, ¿o estará volviendo el “tú” de los años cuarenta? )
Gustavo Monteros