jueves, 6 de octubre de 2016

Un traidor entre nosotros

En un principio su novelística se concentró en los soterrados enfrentamientos de la Guerra Fría con sus bandos bien diferenciados, de un lado La Rubia Albión con su socio obligado, el Tío Sam, y del otro La Madre Rusia. Agotada que fue la vertiente, más la caída del Muro de Berlín que volvió obsoleto su mundo anterior, John Le Carré amplió sus horizontes y resaltó las diferentes formas internacionales de la plutocracia que se sobreimponen a las democracias y nos señaló que las compañías farmacéuticas, por ejemplo, nada tiene que envidiarle a las mafias o los carteles narcos, hasta pueden ser incluso más dañinas. Su esquema novelístico comenzó a usar inocentes que quedan en el centro de la puja entre intereses poderosos, generalmente los de la Inteligencia Británica y los antagonistas de turno, mafias varias, lavadores de dinero, empresas armamentísticas, etc.


Esta vez, los inocentes son una pareja, Perry (Ewan McGregor) y Gail (Naomie Harris) en vías de recomposición de una relación que se sabe dañada y que buscan reencausarla en una paradisíaca Marruecos. La casualidad hace que se topen con un mafioso ruso, Dima (Stellan Skarsgard) que necesita hagan llegar a la Inteligencia Británica un pendrive con información confidencial, que bien podría valerle a él y su familia asilo en Gran Bretaña, algo que deberá negociar Hector (Damian Lewis), que así  podría hacerle pagar a su exjefe, Aubrey (Jeremy Northam) una afrenta muy personal.


A contramano de anteriores logros de Le Carré, la trama no es perfecta. Las motivaciones de algunos personajes tienden a la endeblez extrema, hay giros argumentales que exigen más de un salto de fe y ciertas resoluciones son harto discutibles. En el guión, al menos, el conflicto entre Hector y Aubrey está más vociferado que desarrollado, nunca se entiende demasiado por qué Perry y Gail están tan dispuestos a arriesgarse por Dima y su familia, se vislumbran razones que jamás se explicitan, y demanda una gran suspensión de la incredulidad que gente tan paranoica soslaye que adolescentes y teléfonos celulares van en tándem y ni se les ocurra secuestrárselos o pedirles que no los usen.


El elenco es parejo y efectivo, aunque sobresale el gran Stellan Skarsgard como el patriarca ruso, su labor se agiganta en comparación con lo conseguido en la imperdible serie River que puede verse en Netflix. El contraste entre estos dos personajes tan dispares revela la inmensidad de su talento.


Dirigió con esmero Susanna White de gran experiencia en la televisión, lo que tomando en cuenta la excelencia que alcanzó en los últimos tiempos la ficción televisiva no es poco aval. La trama pasea sus personajes por Marruecos, Londres, París, Berna entre otras atractivas locaciones, algo que siempre suma.


En resumen, si se está dispuesto a ser crédulo y dejarse llevar sin exigir rigores argumentales, entretiene. No es poco, ostenta debilidades, pero no insulta la inteligencia.


Gustavo Monteros

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