Acabo de verla y un poco camino por los aires dominado
por el romanticismo que emana.
Es una historia de amor. Es también una saga familiar.
Y por momentos una novela epistolar. Es también el homenaje a dos ciudades en
su esplendor: Los Ángeles y Nueva York. En un principio es el año 35 o 36
porque pueden verse en el cine Swing Time
con Ginger y Fred o The woman in red
o La vestida de rojo con Barbara
Stanwyck. Es el principio de la era dorada de Hollywood. La gran era del jazz
en New York. El apogeo de los grandes clubes como Ciro’s, Mocambo, el Trocadero
en Los Ángeles. O el Morocco, el Stork Club o el Copacabana en Manhattan. El
Café Society del título tiene un poco de todos estos míticos night-clubs.
Todo está sazonado por buenas réplicas, situaciones
construidas con astucia, personajes singulares y todo regado con el mejor de
los vinos o sea la música y la letra de los Gershwin, de Rogers and Hart,
Dorothy Fields and Jerome Kern, de Johnny Mercer and Harry Warren. Más algún
Manisero contagioso.
En su entrada Steve Carrell está peinado, maquillado,
iluminado y enfocado para evocarnos a Edward Everett-Horton, gloria de la
comedia de la época. Kristen Stewart con su cintura mínima luce esplendorosa
con vestidos iguales a los que llevaban por entonces Joan Crawford o Barbara
Stanwyck. En la escena en la que le muestra a Jesse las casas de las estrella,
su largo talle en esos shorts cortones, cortones que fueron los antecedentes de
la minifalda, camisa entallada de dos bolsillos, zapatos Guillermina con medias
zoquetes blancas y una cinta con moño en el pelo no es para corazones débiles. Deberían
dar pastillas sublinguales o advertencias de infarto a la entrada.
Y puede que Kristen Stewart no sea la nueva musa de
Woody, como lo fueron últimamente Scarlett (Johansson, claro, ¿hay otra?) o
Emma (Stone, of course, ¿podemos hablar de otra Emma, acaso?, ¡que la boca se
nos haga a un lado!), no, Kristen, como Cate (Blanchett, bueno, Cate con C, hay
una sola que valga la pena) se perfila como chica de una sola película, pero
¡qué personaje le dieron!, y ¡cómo lo resuelve! Si no estuviera enamorado de
Kristen hasta el infinito y más allá, con esta película me enamoraba de nuevo
hasta la luna ida y vuelta. No quiero contar mucho para no spoilear, pero
Kristen le pone algo de heroína de Chejov a su papel, y le da una trascendencia
casi cósmica a la cuestión. Y uno se pone a delirar con el sentido del destino
y con dónde va el amor correspondido y el no correspondido y el por
corresponder.
Y el personalísimo Jesse Eisenberg se anima a ser
ingenuo, bobo, bah y en un tiempo en el que todos los actores bajan 14 octavas
de su voz para ostentar un vozarrón grave de cuádruple dosis de testosterona, no
tiene problema en hablar como un tenor ligero al que le aprietan el escroto. Y
cuando ella entra a su club nocturno y todos decimos Casablanca y nos repetimos “De-todos-los-tugurios-de-la-Tierra-tuvo
que-entrar-a-este”, Jesse, de saco blanco, no juega a ser Humphrey sino Jesse,
toda una prueba de coraje.
Steve Carell vuelve a demostrar que es un actor todo
terreno, al que se le puede pedir lo que sea. Y la bellísima Blake Lively
(Verónica) ostenta esa mezcla de sensibilidad y sensualidad que llevó a
Scarlett a la fama imperecedera en Perdidos
en Tokio o Lost in translation.
Todo está bañado de dorado, como corresponde, en la
luz del gran director de fotografía, y nos ponemos de pie y hasta le cantamos
el himno, Vittorio Storaro.
Son 96 minutos de dicha inexorable. Como en todo lo
que hace Woody hay constantes citas al cine clásico, lo que le agrega alegría a
la fiesta que gozamos todos los que fuimos deformados por el Hollywood de la
Edad Dorada, pero aunque se hubiera tenido la suerte de haber nacido ayer y se
desconociera todo sobre lo que salió del valle dominado por la colina con el cartel
Hollywood, igual disfrutaría esta maravilla, porque una joya es una joya y no
se necesita saber nada para disfrutar de su belleza.
Gustavo Monteros
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