jueves, 1 de septiembre de 2016

Café Society

Acabo de verla y un poco camino por los aires dominado por el romanticismo que emana.


Es una historia de amor. Es también una saga familiar. Y por momentos una novela epistolar. Es también el homenaje a dos ciudades en su esplendor: Los Ángeles y Nueva York. En un principio es el año 35 o 36 porque pueden verse en el cine Swing Time con Ginger y Fred o The woman in red o La vestida de rojo con Barbara Stanwyck. Es el principio de la era dorada de Hollywood. La gran era del jazz en New York. El apogeo de los grandes clubes como Ciro’s, Mocambo, el Trocadero en Los Ángeles. O el Morocco, el Stork Club o el Copacabana en Manhattan. El Café Society del título tiene un poco de todos estos míticos night-clubs.


Todo está sazonado por buenas réplicas, situaciones construidas con astucia, personajes singulares y todo regado con el mejor de los vinos o sea la música y la letra de los Gershwin, de Rogers and Hart, Dorothy Fields and Jerome Kern, de Johnny Mercer and Harry Warren. Más algún Manisero contagioso.


En su entrada Steve Carrell está peinado, maquillado, iluminado y enfocado para evocarnos a Edward Everett-Horton, gloria de la comedia de la época. Kristen Stewart con su cintura mínima luce esplendorosa con vestidos iguales a los que llevaban por entonces Joan Crawford o Barbara Stanwyck. En la escena en la que le muestra a Jesse las casas de las estrella, su largo talle en esos shorts cortones, cortones que fueron los antecedentes de la minifalda, camisa entallada de dos bolsillos, zapatos Guillermina con medias zoquetes blancas y una cinta con moño en el pelo no es para corazones débiles. Deberían dar pastillas sublinguales o advertencias de infarto a la entrada.


Y puede que Kristen Stewart no sea la nueva musa de Woody, como lo fueron últimamente Scarlett (Johansson, claro, ¿hay otra?) o Emma (Stone, of course, ¿podemos hablar de otra Emma, acaso?, ¡que la boca se nos haga a un lado!), no, Kristen, como Cate (Blanchett, bueno, Cate con C, hay una sola que valga la pena) se perfila como chica de una sola película, pero ¡qué personaje le dieron!, y ¡cómo lo resuelve! Si no estuviera enamorado de Kristen hasta el infinito y más allá, con esta película me enamoraba de nuevo hasta la luna ida y vuelta. No quiero contar mucho para no spoilear, pero Kristen le pone algo de heroína de Chejov a su papel, y le da una trascendencia casi cósmica a la cuestión. Y uno se pone a delirar con el sentido del destino y con dónde va el amor correspondido y el no correspondido y el por corresponder.


Y el personalísimo Jesse Eisenberg se anima a ser ingenuo, bobo, bah y en un tiempo en el que todos los actores bajan 14 octavas de su voz para ostentar un vozarrón grave de cuádruple dosis de testosterona, no tiene problema en hablar como un tenor ligero al que le aprietan el escroto. Y cuando ella entra a su club nocturno y todos decimos Casablanca y nos repetimos “De-todos-los-tugurios-de-la-Tierra-tuvo que-entrar-a-este”, Jesse, de saco blanco, no juega a ser Humphrey sino Jesse, toda una prueba de coraje.


Steve Carell vuelve a demostrar que es un actor todo terreno, al que se le puede pedir lo que sea. Y la bellísima Blake Lively (Verónica) ostenta esa mezcla de sensibilidad y sensualidad que llevó a Scarlett a la fama imperecedera en Perdidos en Tokio o Lost in translation.


Todo está bañado de dorado, como corresponde, en la luz del gran director de fotografía, y nos ponemos de pie y hasta le cantamos el himno, Vittorio Storaro.


Son 96 minutos de dicha inexorable. Como en todo lo que hace Woody hay constantes citas al cine clásico, lo que le agrega alegría a la fiesta que gozamos todos los que fuimos deformados por el Hollywood de la Edad Dorada, pero aunque se hubiera tenido la suerte de haber nacido ayer y se desconociera todo sobre lo que salió del valle dominado por la colina con el cartel Hollywood, igual disfrutaría esta maravilla, porque una joya es una joya y no se necesita saber nada para disfrutar de su belleza.


Gustavo Monteros

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