Por estricta definición del diccionario, demiurgo en
la filosofía platónica es una divinidad que crea o armoniza el universo. Hay
pocos demiurgos más excelsos que lxs diseñadorxs. Y no hablo de cualquiera,
hablo de los verdaderos, de los que pueden hacer que te veas, no como sabés que
sos, sino cómo te gustaría ser, cómo te imaginás ser. Y que cuando logran crear
un traje que te devuelve la línea apolínea que nunca tuviste, pero que siempre
supiste que tenías, oculta en tus flaccideces musculares y en tus deformaciones
óseas, te sentís feliz con vos, con los demás, como si participaras al fin de
la belleza universal. Por nada más que eso, un buen diseñador, una creadora
textil, un buen sastre, una buena modista, son demiurgos.
El título original, The dressmaker (La modista)
es bueno, y en mucho tiempo, el título elegido para estrenarla no traiciona
sino que dimensiona la humilde ironía del original: El poder de la moda. Suena
excesivo que algo en apariencia tan leve como la moda tenga el peso del dinero,
del sexo o de lo que sea que trasunte poder. Y sin embargo, como bien se ocupa
de ilustrar esta historia, también hay mucho poder en la moda.
La directora y guionista Jocelyn Moorhouse está casada
con el director y guionista P. J. Morgan. Él dirigió, entre otras, El casamiento de Muriel, 1994, La boda de mi mejor amigo, 1997, Amor incondicional, 2002. Ella, entre
otras cosas, dirigió La prueba, 1991
(la australiana, la que es con Hugo Weavin, Genevieve Picot y Russell Crowe, no
la que se basa en la obra de teatro y es con Gwyneth Paltrow, Anthony Hopkins,
Jake Gyllenhaal y Hope Davis, que es de 2005), Donde reside el amor/How to make an American quilt, 1995, En lo profundo del corazón/A thousand acres,
1997. El suyo debe ser un hogar de lo más divertido en el que se habla mucho de
historias, de cine, de cómo contar historias en el cine.
Esta vez ella eligió una novela de Rosalie Ham para
que juntos la guionaran y ella la dirigiera. Y lo primero que sobresale es la
pasión volcada en contar esta historia, de la mejor manera posible, aunque por
momentos pareciera un pastiche de géneros, que pasa por el melodrama del
regreso y el reencuentro, el western, el realismo mágico, la historia de
venganza, el policial, el cuento de amor y la superación y unos cuantos etcéteras más que
no contamos para no poner a nadie sobre la pista de algunas sorpresas. Pero que
una vez terminada, uno comprende la belleza del modelo y que lo anterior fueron
la elección de la tela, el diseño, las pruebas, las costuras y los toques
finales. Los pasos previos para que la historia se vea cómo se imagina y no
cómo es. Parece paradojal, pero no lo es.
Estamos en los cincuenta, uno de los momentos cumbres
de la moda, en que Dior y Balenciaga, entre otros, idearon un glamur supremo,
con esos sombreros de ala ancha, las cinturas delineadas por costuras que hacía
más prominente el busto, y con esas faldas amplias, muy amplias si la silueta
no era tan escueta como debiera. Tiempos en los que soltar aquí y ajustar allá
hacían la magia y no se necesitaba ser flacx como un palo de escoba o un
alambre para ser epítome de la elegancia.
En un pueblito perdido de Australia, de un tren
polvoriento baja Myrtle “Tilly” Dunnage (la siempre hermosísima y natural Kate
Winslet) y de tan primorosa semeja una Joan Crawford producida para la ocasión.
Vuelve al pueblo de donde la echaron de niña para comprobar si es cierto de que
fue una asesina, para reencontrarse con su madre, Molly Dunnage (la siempre
apabullantemente talentosa, Judy Davis), vengar alguna que otra afrenta, para
la que recluta la ayuda del policía local, el sargento Farrat (el siempre
camaleónico Hugo Weaving, en otra caracterización memorable) y hasta hallar el
amor en Teddy McSwiney (Liam Hemsworth, uno de los galanes del momento en tren
de galanazo total).
Por casualidad o a propósito, salvo Kate que es
inglesa, aunque uno la crea australiana porque triunfó en un film de esa
nacionalidad, Criaturas celestiales,
1994 del fabuloso Peter Jackson, el elenco es un auténtico seleccionado de
talentos australianos. Australia, como la Argentina, en cámara es tan
fotogénica como Greta Garbo. Lástima que por acá, como en tantas cosas, el
puerto domine y la belleza de los escenarios naturales se luzca poco o nada. No
es el caso de Australia, que aquí, de nuevo se ve deslumbrante y un escenario
para filmar lo que hasta la imaginación más alocada conciba.
El cuento sorprende y encanta. Hay mucho amor por el
cine. Y están Kate Winslet, Judy Davis, Hugo Weaving y unos cuantos notables
más que engalanarían el reparto más selecto. ¿Qué más se puede pedir? Nada,
salvo encontrar a quien nos haga lucir tan hermosos como creemos ser.
Gustavo Monteros
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