Jacob van Zuylen de With (Jeroen van Koningsbrugge)
aunque es rico de toda riqueza se quiere suicidar. Algo que le resulta muy
difícil, dado que vive literalmente en un palacio, donde alguien siempre
aparece para impedírselo. Una casualidad hará que se tope con una empresa que
ayuda inesperadamente, previo pago de una enorme suma, en el viaje al más allá.
O sea, uno contrata unos piadosos asesinos que te liquidan cuando menos te lo
esperas. Eso sí, el trato, como el fáustico, una vez convenido, no puede deshacerse.
Y como la vida es bromista, conoce a una tal Anne de Koning (Georgina Verbaan)
que le devuelve sino las ganas de vivir, al menos las de prolongar la
existencia un rato más.
Si este resumen de argumente les recuerda a la de la
novela de Julio Verne, Tribulaciones de
un chino en China y a la deliciosa y disparatada versión que emprendieron el
director Philippe de Broca y el actor Jean Paul Belmondo allá por 1965, no es
pura coincidencia, se trata de materiales muy conocidos para protestar
inocencia. De todos modos, la originalidad en sí ya no es un mérito y uno puede
inspirarse donde sea, lo que importa es lo que se logra, sea el punto de
partida propio o ajeno.
El holandés Mike van Diem, que ganara el Óscar a la
mejor película extranjera en 1997 con la recordada Karakter, se despacha con una comedia romántica por momentos muy
locuaz, siempre elegante, diestra, suntuosa y apegada a alguna que otra
convención del género, inevitables quizá, porque si las de tiros han de tener
sangre, las de amor tienen que tener romance. Como sea en el todo se impone una
inherente simpatía y los entuertos se siguen con disfrute.
En tiempos de pobreza espiritual y de bolsillo, por
los golpes que nos propina a diario el neo-conservadurismo que nos gobierna, no
es poco y se agradece. En tiempos así, las horas en que no se recuerdan las
salvajadas y los atropellos a los derechos adquiridos valen oro.
Gustavo Monteros
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