jueves, 19 de mayo de 2016

Tiempo de revelaciones



Cuando se es joven (feliz e indocumentado, diría García Márquez) se tiende a pensar que la realidad conocida ha sido así desde el principio de los tiempos, o casi. Y cuando tratamos de sacarlos del error, se les hace cuento lo que decimos los que, por vivir apenas, ya hemos alcanzado la infelicidad de tanto transitar o documentarnos.


Se quedan con la boca abierta cuando se les cuenta, por ejemplo, que había censura, que no había libertades sexuales y que solo se podía pensar como Dios manda, es decir, como dicen algunos qué Dios manda, ya que desde hace unos cuantos siglos, dicho señor está más mudo que la conciencia de gobernante neoconservador.


Tiempo de revelaciones (La Belle Saison, Catherine Corsini, 2015) nos retrotrae al año 1971, o sea al Mesozoico, para un adolescente. Delphine (Izïa Higelin) trabaja con sus padres de sol a sol en una granja de la campiña francesa. Cuando su novia clandestina le dice que se va para casarse, Delphine decide probar suerte en París. Como ya dijimos estamos en el 71 del siglo pasado, o sea que París rebulle de jóvenes rebeldes con ganas de mejorar el mundo. La casualidad hace que Delphine se relacione con un grupo de feministas arrebatadas, entre las que se encuentra Carole (Cécile De France) que le hace perder el sueño. Carole, que es profesora de español, vive con Manuel (Benjamin Bellecour) y ni sospecha que se enamorará de la recién llegada hasta el punto de querer dejarlo todo. Y miren que había que dejar el París del 71…


Peter Handke en algún momento del guión para Las alas del deseo (Win Wenders, 1987) decía que no hay mejores historias que las de amor. Y es verdad. Tiempo de revelaciones es, por sobre otras muchas cosas, una historia de amor. Y ya se sabe, quienes protagonizan una historia de amor deben sobreponerse a unas cuantas dificultades empeñadas en negarles el beso final. Lo llamativo es que ante estas dificultades, Carole se comporta como si viniera del presente, es como la representante directa de estos tiempos. Le cuesta comprender que nadie vea la belleza del amor y solo juzgue desde una sexualidad atrincherada en modelos de pareja que ya estaban anquilosados cuando los dinosaurios dominaban la Tierra.


Catherine Corsini (El ensayo, 2001, Partir, 2009), por suerte, filma sin subrayados melosos ni ornamentos inútiles y consigue involucrarnos todo el tiempo en lo que cuenta. Sus protagonistas, más Noémie Lvovsky (Monique) y Jean-Henri Compère (Maurice), los padres de Delphine y Kévin Azaïs como un aspirante a partido para Delphine están insuperables y nos hacen compartir sus maneras de ver la vida.

 
Lo que hoy es, ayer no lo era y para que exista mañana, hay que recordar cómo es y cómo era, sobre todo y más que nunca en esta noche neoconservadora que nos asfixia, porque no recordar hizo que se aposentara sobre nosotros.

Gustavo Monteros

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