Cuando se es joven (feliz e indocumentado, diría
García Márquez) se tiende a pensar que la realidad conocida ha sido así desde
el principio de los tiempos, o casi. Y cuando tratamos de sacarlos del error,
se les hace cuento lo que decimos los que, por vivir apenas, ya hemos alcanzado
la infelicidad de tanto transitar o documentarnos.
Se quedan con la boca abierta cuando se les cuenta,
por ejemplo, que había censura, que no había libertades sexuales y que solo se
podía pensar como Dios manda, es decir, como dicen algunos qué Dios manda, ya
que desde hace unos cuantos siglos, dicho señor está más mudo que la conciencia
de gobernante neoconservador.
Tiempo de revelaciones (La Belle Saison, Catherine Corsini,
2015) nos retrotrae al año 1971, o sea al Mesozoico, para un adolescente.
Delphine (Izïa Higelin) trabaja con sus padres de sol a sol en una granja de la
campiña francesa. Cuando su novia clandestina le dice que se va para casarse,
Delphine decide probar suerte en París. Como ya dijimos estamos en el 71 del
siglo pasado, o sea que París rebulle de jóvenes rebeldes con ganas de mejorar
el mundo. La casualidad hace que Delphine se relacione con un grupo de
feministas arrebatadas, entre las que se encuentra Carole (Cécile De France)
que le hace perder el sueño. Carole, que es profesora de español, vive con
Manuel (Benjamin Bellecour) y ni sospecha que se enamorará de la recién llegada
hasta el punto de querer dejarlo todo. Y miren que había que dejar el París del
71…
Peter Handke en algún momento del guión para Las alas del deseo (Win Wenders, 1987)
decía que no hay mejores historias que las de amor. Y es verdad. Tiempo de revelaciones es, por sobre
otras muchas cosas, una historia de amor. Y ya se sabe, quienes protagonizan
una historia de amor deben sobreponerse a unas cuantas dificultades empeñadas
en negarles el beso final. Lo llamativo es que ante estas dificultades, Carole
se comporta como si viniera del presente, es como la representante directa de
estos tiempos. Le cuesta comprender que nadie vea la belleza del amor y solo
juzgue desde una sexualidad atrincherada en modelos de pareja que ya estaban
anquilosados cuando los dinosaurios dominaban la Tierra.
Catherine Corsini (El
ensayo, 2001, Partir, 2009), por
suerte, filma sin subrayados melosos ni ornamentos inútiles y consigue
involucrarnos todo el tiempo en lo que cuenta. Sus protagonistas, más Noémie
Lvovsky (Monique) y Jean-Henri Compère (Maurice), los padres de Delphine y Kévin
Azaïs como un aspirante a partido para Delphine están insuperables y nos hacen
compartir sus maneras de ver la vida.
Lo que hoy es, ayer no lo era y para que exista
mañana, hay que recordar cómo es y cómo era, sobre todo y más que nunca en esta
noche neoconservadora que nos asfixia, porque no recordar hizo que se
aposentara sobre nosotros.
Gustavo Monteros
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