Contra todo pronóstico, cuando ya nos habíamos
resignado a que no la veríamos en cine, como caída del cielo, llega a nuestras
pantallas, Mandarinas, película
estonia del 2013 del director Zaza Urushadze, aclamada internacionalmente, con
toda justicia, y que compitió en el 2015 junto a nuestros Relatos Salvajes, Timbuktú de
Mauritania, y Leviathan de Rusia por
el Óscar a la mejor película extranjera, y perder contra Ida de Polonia.
Después del inicio en 1992 de la Guerra de Abjasia, en
un pueblito estonio solo quedan Margus (Elmo Nüganen) que espera poder cosechar
sus mandarinas y Ivo (Lembit Ulfsak) que lo ayuda construyendo cajones para las
mismas. El enfrentamiento frente a la casa de Ivo de unos chechenos contra unos
georgianos deja como saldo dos heridos, uno de cada bando, que Ivo debe cuidar.
Ahmed (Giorgi Nakashidze) un mercenario checheno que lucha para el lado abjasio
y Niko (Mikheil Meskhi) un voluntario georgiano. Los dos prometen no matarse
mientras estén en recuperación bajo el techo de Ivo, aunque la obligada
convivencia tendrá sus consecuencias.
Mandarinas trae ecos de los
viejos westerns de John Ford, porque de a poco se licúa de los colores locales
y adquiere una abstracción metafísica. Detrás de los pintoresquismos telúricos
y étnicos que desatan los ancestrales odios irreconciliables, que se arrastran
por generaciones, no hay sino hombres, con los mismos deseos de tranquilidad y
amor. Basta hallar una circunstancia para dejar en evidencia que un hombre es
un hombre y que está, en esencia, siempre más cerca de entenderse con quien le
dijeron que es su enemigo, de lo que podría suponerse con odios tan viejos y
arraigados.
Y Zaza Urushadze, director y guionista, tiene tan
claro lo que quiere contar que le bastan apenas 87 inolvidables minutos para
reflejar prácticamente un universo humano. No es un logro menor, otros con más
pretensiones y menos logros nos tienen horas y horas en las que no hacen más
que adorarse a sí mismos, castigándonos con pomposos ejercicios narcisistas de
los que poco o nada perdura en la memoria.
En resumen, si se gusta del cine de verdad, es
prácticamente de visión obligatoria.
Gustavo Monteros
Excelente film, maravilloso...!!! Austero, preciso y conmovedor.Lamentablemente poca gente en la sala, la mayoría del publico engrosando la interminable cola de espera para ver "Me casé con un Boludo",la boludez, que ocupa simultáneamente la programación de cuatro cines...
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