jueves, 28 de abril de 2016

El bosque de Karadima



El cine de denuncia será transparente, o no será. Así debería rezar el mandamiento cinematográfico inapelable. Incluso cuando la denuncia se meta con una de las instituciones más viscosas que se conozcan: la Iglesia católica.  


Entre 1980 y 2006, el párroco, muy de derechas, Fernando Karadima rigió la exclusiva, rica y privilegiada parroquia de El bosque en Santiago de Chile. Considerado poco menos que un santo, moldeó mentes, influyó espíritus a la vez que se permitió placeres poco intelectuales y menos espirituales con los cuerpos de sus discípulos. Pasado el escándalo, como suele suceder, la iglesia lo condenó y lo confinó a un retiro, que bien se parece a una jubilación de privilegio en un convento cinco estrellas.


La película de Matías Lira revisita el caso con ánimo de despertador de conciencias. Se centra en la experiencia de Thomas Leyton (Benjamín Vicuña de grande, Pedro Campos de joven), (nombre de ficción que encubre a la real víctima y denunciante James Hamilton). Thomas, hijo de una madre promiscua y de un padre preso por haber matado a un amante de la madre, anda en busca de contención espiritual y se acerca a Karadima (Luis Gnecco), quien lo separa del rebaño no bien lo ve, porque como reconoce más tarde la madre del cura tiene un aire a alguien, que quizá fue una víctima anterior o una presencia imborrable en el pasado del párroco. Thomas, mientras estudia medicina, pondrá en duda su vocación por el sacerdocio, y terminará por casarse con Amparo (Ingrid Isensee) con quien tendrá dos hijos. Uno de ellos desatará el alejamiento definitivo de la perniciosa influencia del cura.


Las películas de denuncia de abusos sexuales son ríspidas, se trata de retratar sexo mal habido, extorsionado de la peor forma, con uso distorsionado de la autoridad, con pérfido ejercicio de la ascendencia, con siniestro abuso de poder. El tráiler de esta película permitía atisbar que se animaba a graficar el abuso. Sí, lo hace, pero de manera muy tramposa. Pormenoriza la primera relación, escalona los pasos que llevan a que el cura masturbe al joven en el auto. Lo despacha, después, con que lo ocurrido se lava en una confesión general, que basta con mencionar que se entregó a actos impuros. Un par de escenas después, se ve al joven levantarse de la cama del cura. ¿Cómo se llegó a eso? Lira no nos lo cuenta, y es algo crucial. No porque mi morbo en particular quiera saberlo, sino porque en nombre de la trasparencia mencionada al principio, la película debe desarrollar cómo se consolida esta relación vergonzante y ruin. No es que uno pretenda un manual ilustrado de perversión, aunque el film de denuncia es también de divulgación de cómo se ejercen y consolidan estos abusos de poder; se supone que el género alienta la advertencia para erradicar estos males. Nos guste o no tienen un costado, sino moral, al menos pedagógico. Algo así como si te llevan para este lado, están tratando de usarte o atraparte en el peor sentido. Para colmo, más tarde muestra claramente cómo quedan establecidas las rutinas sexuales, el cura masturba primero a Thomas, para que después este, en compensación, permita ser penetrado. Algo que, en realidad, importa menos que cómo se llega a esto. De ahí que podamos decir que Matías Lira, consciente o involuntariamente, bordea asimismo la sexploitation, o sea la excitación barata de la lascivia; por ejemplo, en la escena de la felatio no tenía necesidad de desnudar a Vicuña, y uno sospecha que lo hace para complacer la apetencia de lxs admiradorxs del actor. Algo esperable y no criticable en otra película, pero que en una de denuncia sexual contradice la denuncia, o lo que es peor, equipara el abuso con el sexo consentido.


También tiene sus logros, sobre todo en los apuntes sobre la viscosidad de la iglesia. En un momento, el cura que escucha y habilita la denuncia de Thomas le dice: O quizá su amor por Amparo no era lo suficientemente fuerte y su corazón estaba con mayor fuerza en otro lugar. A lo que Thomas, con toda lógica, le responde: Está diciendo que yo estaba enamorado del cura. El confesor, literalmente da un respingo y le espeta: No, pensaba en su amor por la Iglesia, doctor. Supremo ejemplo de cómo piensan los religiosos católicos, de cómo inducen al error para no abandonar nunca su lugar de superioridad falsamente moral.


En resumen, tiene más buenas intenciones que logros, y si bien no pavimenta el camino del infierno, está muy cerca de hacerlo.

Gustavo Monteros

jueves, 21 de abril de 2016

Besos brujos

 

Uno de los momentos cumbres del melodrama, un delirio altamente gozoso. Otra que el síndrome de Estocolmo. Yo siempre ando volviendo a estos besos brujos, no solo porque me maravilla el absurdo sino la sinceridad con la que está hecha. El arte es también cuestión de fe. 

Hasta la semana próxima.

viernes, 15 de abril de 2016

De la madera de la que están hechas las leyendas


De la madera de la que están hechas las leyendas... En otro 15 de abril, de 1957 para más datos, moría en un accidente aeronáutico, a los 39 años, Pedro Infante. Baste este video para graficar su grandeza. 

Hasta la semana próxima

jueves, 7 de abril de 2016

De ahora y para siempre



Alerta de spoiler


Si bien no voy a contar nada que no aparezca en el tráiler, a los que no les gusta que les adelanten nada del argumento, pueden saltearse un par de párrafos y leer solo las conclusiones, antes de ver la película.


Comienza como una de amor. Chica joven (Ellen Page) conoce a chica madura (Julianne Moore). Hay química. Después de una primera cita con más altibajos que vuelta en montaña rusa, equilibran relación y se van a vivir juntas. Compran casa, consiguen un perro y hasta ratifican su unión con un certificado de hogar compartido o algo así, esos tristes y absurdos sucedáneos que precedieron a la aceptación del matrimonio entre dos personas del mismo sexo.


Sigue como una de enfermedad. Chica madura padece dolores, se hace ver y, shit, le diagnostican una enfermedad terminal. Comienza tratamiento.


Y termina como testimonial. Chica madura que es policía quiere dejarle a chica joven su pensión como herencia. No puede, no están casadas. Compañero de chica madura policía (Michael Shannon) comienza una cruzada para hacer realidad la ambición de su partner, se agencia la ayuda de activista vociferante y desenfadado (Steve Carrell). El consejo municipal que debe decidir la cuestión no quiere sentar un precedente, entonces…


Las tres películas, cuatro en realidad porque al principio hay, como prologo, una policial, que nos muestra lo dedicada que es chica madura, y los buenos compañeros que son con su partner, bueno, todas esas mini películas se refugian bajo el cartel-paraguas que aparece detrás de los créditos de las productoras y distribuidoras al principio-principio, el famoso Basado en hechos reales.


La característica más saliente de esta película es que es prolija, prolija, prolija. Hasta la exasperación. Como en vidriera de mueblería, todo está en su lugar, bonito y ordenadito, pero sin vida. Como la planta de plástico del rincón.


Bah, el problema en realidad es que se basa en un documental que relata las penurias de estas dos mujeres luchadoras, y esta ficcionalización, de tan respetuosa, es medio fría e impersonal. Los buenos modales hacen lindos discursos, pero no arte duradero.


Sin embargo, el arte de los actores la hace atendible. La cámara ama a Ellen Page y hace bien, tiene una manera única de ganarse la atención, es toda una estrella de cine. Julianne Moore es un supermercado de talento, y aprovecha cada papel para desplegar sus ofertas, que no son pocas, lejos de ello. Michael Shannon, como nuestro gran Ricardo Darín, se asimila a los papeles y parece no estar actuando, o que todo le sale muy naturalmente, casi sin esfuerzo, pero que  cuando nos tomamos la molestia de desarmar su actuación vemos que, en realidad, han trabajado con sudor y a conciencia cada aspecto del personaje, sin dejar arista que cubrir. Last but not least, el astuto Steve Carrell, en un personaje que daba para el trazo grueso, la sobreactuación, brinda un ejemplo de contención histriónica, la contradicción de términos es solo aparente.


En resumen, una dolorosa peripecia personal que el guión de Ron Nyswaner (Filadelfia) y la dirección de Peter Sollett intentan opacar, pero que los actores procuran iluminar. ¿Quiénes ganan?, los actores. A veces, el cine, pese a todas las teorías en contrario, se vuelve territorio de actores.


Gustavo Monteros


Mandarinas



Contra todo pronóstico, cuando ya nos habíamos resignado a que no la veríamos en cine, como caída del cielo, llega a nuestras pantallas, Mandarinas, película estonia del 2013 del director Zaza Urushadze, aclamada internacionalmente, con toda justicia, y que compitió en el 2015 junto a nuestros Relatos Salvajes, Timbuktú de Mauritania, y Leviathan de Rusia por el Óscar a la mejor película extranjera, y perder contra Ida de Polonia.


Después del inicio en 1992 de la Guerra de Abjasia, en un pueblito estonio solo quedan Margus (Elmo Nüganen) que espera poder cosechar sus mandarinas y Ivo (Lembit Ulfsak) que lo ayuda construyendo cajones para las mismas. El enfrentamiento frente a la casa de Ivo de unos chechenos contra unos georgianos deja como saldo dos heridos, uno de cada bando, que Ivo debe cuidar. Ahmed (Giorgi Nakashidze) un mercenario checheno que lucha para el lado abjasio y Niko (Mikheil Meskhi) un voluntario georgiano. Los dos prometen no matarse mientras estén en recuperación bajo el techo de Ivo, aunque la obligada convivencia tendrá sus consecuencias.


Mandarinas trae ecos de los viejos westerns de John Ford, porque de a poco se licúa de los colores locales y adquiere una abstracción metafísica. Detrás de los pintoresquismos telúricos y étnicos que desatan los ancestrales odios irreconciliables, que se arrastran por generaciones, no hay sino hombres, con los mismos deseos de tranquilidad y amor. Basta hallar una circunstancia para dejar en evidencia que un hombre es un hombre y que está, en esencia, siempre más cerca de entenderse con quien le dijeron que es su enemigo, de lo que podría suponerse con odios tan viejos y arraigados.


Y Zaza Urushadze, director y guionista, tiene tan claro lo que quiere contar que le bastan apenas 87 inolvidables minutos para reflejar prácticamente un universo humano. No es un logro menor, otros con más pretensiones y menos logros nos tienen horas y horas en las que no hacen más que adorarse a sí mismos, castigándonos con pomposos ejercicios narcisistas de los que poco o nada perdura en la memoria.


En resumen, si se gusta del cine de verdad, es prácticamente de visión obligatoria.

Gustavo Monteros

viernes, 1 de abril de 2016

Regreso con gloria

El macartismo no sólo es uno de los momentos más vergonzosos de la historia norteamericana, desnuda también miserias irredimibles del género humano. Dice Wikipedia: “El macarthismo (mccarthismo, maccarthismo o macartismo) es un término que se utiliza en referencia a acusaciones de deslealtad, subversión o traición a la patria sin el debido respeto a un proceso legal justo donde se respeten los derechos del acusado. Se origina en un episodio de la historia de Estados Unidos que se desarrolló entre 1950 y 1956 durante el cual el senador Joseph McCarthy (1908-1957) desencadenó un extendido proceso de delaciones, acusaciones infundadas, denuncias, interrogatorios, procesos irregulares y listas negras contra personas sospechosas de ser comunistas. Los sectores que se opusieron a los métodos irregulares e indiscriminados de McCarthy denunciaron el proceso como una «caza de brujas» y llevó al destacado dramaturgo Arthur Miller a escribir su famosa obra Las brujas de Salem (1953) (...) Por extensión, el término se aplica a veces de forma genérica para aquellas situaciones donde se acusa a un gobierno de perseguir a los oponentes políticos o no respetar los derechos civiles en nombre de la seguridad nacional.”


Dalton Trumbo, uno de los guionistas más talentosos que ha dado el cine fue una víctima conspicua del macartismo. Trumbo la película cuenta los daños profesionales, personales y familiares que padeció durante la persecución macartista. Arranca en 1947 y termina en 1970 con un homenaje que le tributó el sindicato de guionistas. Por suerte no intenta contarnos, como en una típica película biográfica, todo el macartismo o toda la vida de Trumbo, ni le atribuye su combativo temperamento a algún significativo trauma de infancia. No, se concentra en el lapso entre los años mencionados y deja que los hechos, las circunstancias y los comportamientos ante los mismos hablen por sí solos. Y así la película fluye, es elocuente y no se desbarranca en melosidades y hasta el final demasiado reparador (perdón por la intransigencia, que por lo visto ni la edad mengua, pero hay cosas que pueden analizarse, comprenderse, superarse, pero nunca disculparse) tiene el perdón de haber sido sacado del discurso que dio Trumbo ante sus pares.


El elenco comandado por el gigantesco Bryan Cranston, (el padre de Malcolm in the middle y el inolvidable Walter White de la ya mítica Breaking bad, uno de los actores más flexibles, dúctiles y versátiles del mundo) es impecable. Helen Mirren (Hedda Hopper) y el propio Cranston (Dalton Trumbo, of course) salen indemnes confrontados en los títulos finales con fotos y videos de las personas que recrean. Al igual que David James Elliott (John Wayne), Dean O’Gorman (Kirk Douglas) y Christian Berkel (Otto Preminger) con los originales. El grandote Louis C.K. conmueve con su Arlen Hird de triste destino y Alan Tudyk con su testaferro nada más ni nada menos de La princesa que quería vivir (Roman Holiday). Diane Lane, Elle Fanning y John Goodman, estupendos como siempre. En off se oyen las voces de Gregory Peck y Lucille Ball que ratifican su heroísmo y que contextualizadas adquieren un coraje épico. Había que tener mucho valor para ser una voz discordante en aquellos momentos. Y es obvio que Michael Stuhlbarg más que una caracterización de Edward G. Robinson elige dar una impresión.


Lo más curioso de Este regreso con gloria (Trumbo a secas en el original) es como dialoga con la realidad argentina actual. Ejemplo, compárese el avasallamiento de los derechos de los ciudadanos con los entresijos (nombramientos de jueces entre gallos y medianoche, corrimiento de fiscales, cambios constantes de carátulas para atenuar la ilegalidad) que llevaron a la detención de Milagro Sala, o las histerias que desata una única voz mediática, monopólica y fustigante, verbigracia, los ofuscados que no podían vivir con las “mentiras” del Indec y que ahora viven de lo más tranquilos con la no existencia del mismo, porque el tipo que antes hacía el índice Congreso con cuatro computadoras, ahora no puede hacerlo con todos los medios del estado a su disposición. Dirigió Ray Roach.

Gustavo Monteros