A Paolo Sorrentino (L'uomo
in più, 2001, Las consecuencias del
amor, 2004, El amigo de la familia,
2006, Il divo - La spettacolare vita di
Giulio Andreotti, 2008, This must be
the place, 2011, La grande bellezza,
2013) se le puede culpar de muchas cosas menos de falta de ambición. En La juventud (Youth, 2015), considerado por muchos críticos europeos como un film
menor (¡?) se propone nada más ni nada menos que desentrañar el sentido de la
vida. Sus personajes discurren sobre la vida y la muerte, y se asientan en tres
ejes: el paso del tiempo y sus consecuencias, el amor y la creación. Dicho así
puede parecer que todo es sesudo, profundo, demandante, pero no, es de fácil
acceso, fluye y es altamente entretenido.
Pasan unos días de verano, en una mezcla de hotel, spa
y sanatorio de Suiza (escenografía compuesta por varios hoteles de lujo, porque
de existir en un solo lugar tantas comodidades como se muestran, uno haría lo
imposible por procurar visitarlo) Fred Ballinger (the one and only Michael
Caine) un compositor y director orquestal retirado, que resiste la invitación
de la reina de Inglaterra a salir de su exilio artístico; su amigo de toda la
vida, Mick Boyle (Harvey Keitel) un director de cine, que rodeado de un grupo
de jóvenes guionistas ultima el borrador de su próxima película; Jimmy Tree
(Paul Dano) un astro cinematográfico que procura aceptar las dificultades de su
próximo papel; un innominado ex jugador de fútbol latinoamericano (nuestro Roly
Serrano), considerado un dios, reconocido internacionalmente, muy excedido en
peso y con dificultades para respirar, que se halla en recuperación y reposo, y
que provoca una respetuosa deferencia de los mencionados anteriormente (cualquier
semejanza con Diego Armando no es pura coincidencia), entre muchos otros
huéspedes. Más tarde irrumpirá, Lena (Rachel Weisz) hija de Fred/Michael Caine
y también su asistente; Julian (Ed Stoppard) el esposo de Lena con su nueva
pareja, la estrella pop Paloma Faith, representándose a sí misma. Y claro, los
médicos, las enfermeras, las masajistas, los recepcionistas, los entrenadores
de distintas disciplinas, los botones, las prostitutas, los artistas que noche
tras noche los entretienen con un show, y hasta la nueva y tremendamente
escultural (como puede apreciarse en el afiche) Miss Universo (Madalina
Ghenea). Ah, y cerca del final, Jane Fonda haciendo de ícono del cine, algo que
salvo ella y tres más pueden hacer.
Este variadísimo elenco charlará sobre sus problemas,
a veces los enfrentarán, otras veces no, resolverán alguna cosa o no, de tanto
en tanto se entregarán a diálogos sentenciosos, pero en el jamás de los
jamases, aburrirán.
Paolo Sorrentino es el rey del gran angular, de las
tomas panorámicas, de los barridos abarcadores y épicos, de las grandiosas
tomas multitudinarias; es también un insobornable buscador de belleza, que a
veces encuentra y otras se queda en lo meramente “lindo” y casi publicitario; y
como ya dijimos, un ambicioso que no se anda con chiquitas. Puede que sus
logros no estén a la altura de sus ambiciones, pero se gana el respeto por
salirse de la medianía, de lo seguro, de lo transitado. Como trabaja con constancia,
de a poco nos vamos familiarizando con su estilo, con sus modismos, con sus
obsesiones, y en un día no muy lejano comenzaremos a considerarlo un maestro.
Esta vez no está el actor Toni Servillo, su protagonista frecuente, y en un
papel que se adivina pensado para Servillo, Michael Caine le saca lustre a su
inmenso talento. Su actuación no solo es deslumbrante, es antológica.
En resumen, no será perfecta, lejos de ello, pero es
imperdible. Sobre todo para los admiradores de Caine, que le andábamos deseando
un gran papel, y para los jóvenes cinéfilos, que por obvias razones ya no
podrán decir “vi un Visconti, un Fellini, un Bergman en estreno”, pero que
podrán enorgullecerse de haber visto Sorrentinos en estreno.
Gustavo Monteros
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