jueves, 10 de marzo de 2016

La jugada maestra



Cuando Bobby Fischer deja de ser niño y aparece en pantalla Tobey Maguire, uno piensa que sigue teniendo cara de chico aunque ya tiene cuarenta años, sí, nació en el 75. Tobey era el actor ideal para hacer de Bobby Fisher, porque aparte de seguir pareciendo joven, tiene cara de chico abstraído, de estar pensando en cualquier otra cosa que bien puede ser una genialidad. Al ratito, aparece la hermana, que de adulta es Lily Rabe y uno dice ojalá que le vaya mejor que con The whispers en la que terminó la temporada abducida por los extraterrestres y así quedará, porque no habrá temporada dos. Y ahícito nomás aparece Michael Stuhlbarg que hace de abogado que se ofrece a ser representante de Bobby Fischer. Stuhlbarg está excedido de peso. Y pegadito nomás, aparece Peter Sarsgaard, que no está excedido de peso para nada, lejos de ello, sigue tan flaco como una vara. No es que los pesos me obsesionen, pero da la casualidad de que estoy a dieta. No, para adelgazar, sino de tonificación, con complejos vitamínicos y esas cosas, porque los docentes no seremos atletas, pero tenemos nuestras exigencias, pasamos de golpe de estar en nuestra casa a deambular por catorce escuelas, con directivos que demandan papeles y alumnos que no demandan nada o de todo, y si uno no está fuerte, capaz que se enferma. El que parece que está sanito, en su justo peso y muy en forma como se ratifica después en la escena de la playa es Liev Schreiber, que hace de Boris Spassky, sí, no está para nada gordo como lo estaba en Spotlight.


Como pueden comprobar me costaba mucho concentrarme en La jugada maestra o Pawn Sacrifice, según el original en inglés o sea El sacrificio del peón. Por los nombres que ya mencioné, habrán deducido que va de ajedrez y recrea los enfrentamientos de Bobby Fischer con Boris Spassky. O sea otra biopic o película biográfica más. Otra más y van dos millones, trescientas mil cuarenta dos. No, cuarenta y tres contando esta.


Es prolija, prolija, prolija. Prolijo es el guión de Steven Knight (Negocios entrañables, Himno de libertad, Promesas del Este, Locke, Un viaje de diez metros, El séptimo hijo, Una buena receta, entre otras). Prolija es la dirección de Edward Zwick (Glory, Leyendas de pasión, Valor bajo fuego, Contra el enemigo, El último samurái, Diamante de sangre, Desafío, De amor y otras adicciones, entre otras). Prolijas son las actuaciones de todo el elenco. Todo es tan, tan prolijo… que aburre. Soberanamente. A menos, claro, que se tenga afición por el tema o curiosidad por la paranoia de Fischer.


Ah, a todos los que decidan hacer otra biopic, uno les recomendaría hacerse un pequeño ciclo con las películas biográficas de Ken Russell como La otra cara del amor, 1970, que era sobre Tchaikovski, El mesías salvaje, 1972, que era sobre el escultor francés Henri Gaudier-Brzeska, Mahler, 1974, sobre la vida de Gustav, no Ángel, Litsztomanía, 1975, que como su nombre lo indica era sobre Litsz, y Valentino, 1977, que era con Rudolf Nureyev que hacía de Rodolfo Valentino, claro, y una excepcional Leslie Caron que se divertía a lo grande haciendo de Alla Nazimova. Películas acusadas de ser más de Russell que de los retratados en cuestión. Puede que así sea, pero si bien los retratados eran la excusa para la parafernalia visual de Russell, uno aprendía sobre ellos inolvidablemente. Si Russell quería contar que la esposa de Mahler se sentía su sombra, por una escalera bajaba Mahler y un escalón detrás la esposa, trajeada igual que Mahler con la cara cubierta con un tul negro. Algunos decían que semejante imagen era una estupidez, puede que sí, ¿por qué no?, pero que nos quedaba claro como la señora se sentían, no había ninguna duda. Pueden que fueran espectáculos extravagantes, barrocos, recargados, pero eran PELÍCULAS, no la superficial ilustración de un artículo de revista dominical.


En resumen, solo si es fanático del ajedrez, si no se conoce la historia de Bobby Fischer o se quiere rememorarla, o se está en síndrome de abstinencia de Tobey Maguire.

Gustavo Monteros

jueves, 3 de marzo de 2016

La juventud



A Paolo Sorrentino  (L'uomo in più, 2001, Las consecuencias del amor, 2004, El amigo de la familia, 2006, Il divo - La spettacolare vita di Giulio Andreotti, 2008, This must be the place, 2011, La grande bellezza, 2013) se le puede culpar de muchas cosas menos de falta de ambición. En La juventud (Youth, 2015), considerado por muchos críticos europeos como un film menor (¡?) se propone nada más ni nada menos que desentrañar el sentido de la vida. Sus personajes discurren sobre la vida y la muerte, y se asientan en tres ejes: el paso del tiempo y sus consecuencias, el amor y la creación. Dicho así puede parecer que todo es sesudo, profundo, demandante, pero no, es de fácil acceso, fluye y es altamente entretenido.


Pasan unos días de verano, en una mezcla de hotel, spa y sanatorio de Suiza (escenografía compuesta por varios hoteles de lujo, porque de existir en un solo lugar tantas comodidades como se muestran, uno haría lo imposible por procurar visitarlo) Fred Ballinger (the one and only Michael Caine) un compositor y director orquestal retirado, que resiste la invitación de la reina de Inglaterra a salir de su exilio artístico; su amigo de toda la vida, Mick Boyle (Harvey Keitel) un director de cine, que rodeado de un grupo de jóvenes guionistas ultima el borrador de su próxima película; Jimmy Tree (Paul Dano) un astro cinematográfico que procura aceptar las dificultades de su próximo papel; un innominado ex jugador de fútbol latinoamericano (nuestro Roly Serrano), considerado un dios, reconocido internacionalmente, muy excedido en peso y con dificultades para respirar, que se halla en recuperación y reposo, y que provoca una respetuosa deferencia de los mencionados anteriormente (cualquier semejanza con Diego Armando no es pura coincidencia), entre muchos otros huéspedes. Más tarde irrumpirá, Lena (Rachel Weisz) hija de Fred/Michael Caine y también su asistente; Julian (Ed Stoppard) el esposo de Lena con su nueva pareja, la estrella pop Paloma Faith, representándose a sí misma. Y claro, los médicos, las enfermeras, las masajistas, los recepcionistas, los entrenadores de distintas disciplinas, los botones, las prostitutas, los artistas que noche tras noche los entretienen con un show, y hasta la nueva y tremendamente escultural (como puede apreciarse en el afiche) Miss Universo (Madalina Ghenea). Ah, y cerca del final, Jane Fonda haciendo de ícono del cine, algo que salvo ella y tres más pueden hacer.


Este variadísimo elenco charlará sobre sus problemas, a veces los enfrentarán, otras veces no, resolverán alguna cosa o no, de tanto en tanto se entregarán a diálogos sentenciosos, pero en el jamás de los jamases, aburrirán.


Paolo Sorrentino es el rey del gran angular, de las tomas panorámicas, de los barridos abarcadores y épicos, de las grandiosas tomas multitudinarias; es también un insobornable buscador de belleza, que a veces encuentra y otras se queda en lo meramente “lindo” y casi publicitario; y como ya dijimos, un ambicioso que no se anda con chiquitas. Puede que sus logros no estén a la altura de sus ambiciones, pero se gana el respeto por salirse de la medianía, de lo seguro, de lo transitado. Como trabaja con constancia, de a poco nos vamos familiarizando con su estilo, con sus modismos, con sus obsesiones, y en un día no muy lejano comenzaremos a considerarlo un maestro. Esta vez no está el actor Toni Servillo, su protagonista frecuente, y en un papel que se adivina pensado para Servillo, Michael Caine le saca lustre a su inmenso talento. Su actuación no solo es deslumbrante, es antológica.


En resumen, no será perfecta, lejos de ello, pero es imperdible. Sobre todo para los admiradores de Caine, que le andábamos deseando un gran papel, y para los jóvenes cinéfilos, que por obvias razones ya no podrán decir “vi un Visconti, un Fellini, un Bergman en estreno”, pero que podrán enorgullecerse de haber visto Sorrentinos en estreno.

Gustavo Monteros