Mustang-Belleza
salvaje de Deniz Gambe Ergüven es una película militante. Como
gracias a Dios no soy de derechas, no me asusta la palabra militante, ni
considero que quien la ostente, deba ser despedido de inmediato y sumido en la
ignominia. No, para nada, a lo sumo me intriga saber para qué milita y poder,
después, dirigir mi opinión en consecuencia. Esta es una película feminista que
clama por la plena libertad de la mujer de elegir si casarse o no, y con quién.
Premisa con la que estará de acuerdo casi toda la cultura occidental, incluido
algún que otro retrógrado ya domado. Pero, claro, esta es una película turca,
producida por capitales franceses, que refleja las costumbres patriarcales
conservadoras de la Turquía rural, donde todavía los casamientos se acuerdan
entre padres, sin pedir consentimiento a los pobres cónyuges, y se exige que la
niña sea virgen, dado que luego habrá que mostrar la sábana con la esperable sangre
del himeneo.
Después del último día de
clase, alumnos y alumnas felices (y sí, el fin de las clases suele provocar la
felicidad de los educandos… y de los educadores) se meten en el mar con
uniforme y todo, y juegan a la lucha de caballitos. Este inocentísimo juego es
leído por una celosa adherente a la rígida moral tradicional como algo
sumamente pecaminoso. Y cinco hermanas, con edades que van desde unos quince
años hasta unos diez u once, nuestras protagonistas, huérfanas ellas, a cargo
de la abuela, y de un tío, porque en esta sociedad patriarcal tiene que haber
un hombre a cargo, descubrirán al llegar a casa que se acabó la inocencia y la
libertad. Serán recluidas a cal y canto (casi literalmente) y procederán a
formarlas como esposas sumisas ideales, que saben guisar y coser como las
mejores. Alguna aceptará su destino, otras pelearán con las armas que disponen,
que no son muchas.
Es imposible no “hinchar”
por estas criaturas desde el minuto cero. De tanto ser manipulado por la
ficción (algo lícito) o los medios (algo muy ilícito), la experiencia me enseñó
a ser desconfiado de los relatos de blancos sobre negros muy tajantes. Sin
adentrarme demasiado en el tema, pude saber que la costumbre de los matrimonios
“arreglados” persiste en las zonas rurales turcas, costumbres que conviven con
otras menos estrictas y más “occidentales”. No niego ni por un segundo la
necesidad de exponer la urgencia de cambiar estas costumbres, si así lo quieren
algunos integrantes de esas sociedades. Pero no debemos suponer que es algo
generalizado, ni que deba ser cambiado por decreto de nuestra bien pensante
mentalidad occidental. Las sociedades definen sus costumbres según los acuerdos
sociales mayoritarios, “interferir” desde nuestros mandatos sociales
establecidos puede ser peligroso o pueril. No olvidemos que para las sociedades
polígamas, nosotros somos bárbaros por ser monógamos. A lo que voy es que hay
que ser cuidadosos con los problemas culturales de otras sociedades, para
abarcarlos hay que tener lecturas multilaterales, caer en un “me gusta” como si
fuera una publicación de Facebook no solo es una irresponsabilidad sino una
soberbia hueca.
Hecha la salvedad de la
“parcialidad” de la propuesta, la película es buena, fluye y despierta oleadas
de simpatía hacia estas chicas, algunas muy sufridas, otras para nada. No es de
extrañar porque, se sabe, claro, que nada desata más empatía que la inocencia
que reclama su libertad.
El título no hace referencia
al auto sino al caballo. Dice la directora: “"¿Qué es un mustang? Es un
mesteño, un caballo salvaje, sin dueño o que no ha sido domado. Simboliza
perfectamente a mis cinco indomables heroínas, con sus abultadas melenas y su
comportamiento de manada cuando circulan en bullicioso y desordenado grupo por
el pequeño pueblo del norte de Turquía en que viven. La historia avanza como
ellas, siempre en movimiento. Esa energía, creo, es el corazón de la
película."
Gustavo Monteros
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