Joy,
el nombre del éxito es un cuento de hadas capitalista. Muy
capitalista. No es que los cuentos de hadas tradicionales sean particularmente
socialistas, lejos de ello. Son individualistas y pro-aristocráticos o
burgueses. Pero este presenta un ideal de triunfo plutócrata que elimina al
príncipe como herramienta de acceso a la felicidad del confort.
Joy (Jennifer Lawrence) ya tendría
que haber triunfado en la vida, según el relato en off de Mimi (Diane Ladd) su
pseudo hada madrina, que en realidad es su abuela. Pero un mal matrimonio con
Tony (Édgar Ramírez) del que nacieron una hija y un hijo; cuidar a una madre
recluida frente al televisor en su habitación, Terry (Virginia Madsen); más un
padre demandante, Rudy (Robert DeNiro) y una hermanastra odiosa, Peggy
(Elisabeth Röhm) poco ayudaron a que su mente de inventora se desarrollara en
todo su potencial. Obligada por las circunstancias pergeñará la mopa perfecta,
o sea un mechudo limpiador que se retuerce solo y que puede lavarse en el
lavarropas, es decir un accesorio de limpieza que, si uno quiere, nunca toca
con las manos. Como limpio, muy esporádicamente, pero limpio, sé que este
instrumento tiene su atractivo comercial y utilitario. ¿Podrá producirlo o
venderlo? He ahí el quid de la cuestión…
El cine de David O. Russell
(entre otras, El ganador, 2010, El lado luminoso de la vida, 2012, Escándalo americano, 2013) tiene dos
características destacables. 1) Sus historias manejan una realidad desquiciada,
azarosa, excesiva, proclive a accidentadas casualidades u oportunidades
repentinas. Bah, cualquier cosa, literalmente cualquier cosa puede pasar en
cualquier momento. 2) Sus familias, como todas en realidad, son disfuncionales,
las suyas en particular un poco más que loquitas
que el promedio loco, con padres que prefieren (mucho) a algunos hijos sobre
los otros, y con hermanos, que resienten u odian a sus otros hermanos.
Conflictos que no importan demasiado, ya que en algún momento de la película o
de la vida, les agarra el espíritu navideño y se reconcilian, previo perdón
luminoso.
Aquí ambas características
están más que presentes, pero son menos efectivas que en las películas
mencionadas de su currículo. O la magia se le está gastando o de tanto
frecuentar los mismos recursos ya se nota mucho su pérdida de efectividad. Sea
lo que fuere, Joy, el nombre del éxito,
no es tan festejable como las anteriores.
Quizá contribuya también la
poca espiritualidad del sueño de la protagonista, que no quiere ser feliz ni
comer perdices sino ser rica, muy rica e imponer su poder (benéficamente con
los más débiles e impiadosamente con los más fuertes, pero imponer su poder al
fin). Está bien, está bien, el dinero no hace a la felicidad, ¡pero cómo ayuda!
Sí, sí, pero plantear la riqueza como única ambición de la protagonista no
genera una empatía duradera, por más incandescente Jennifer Lawrence que se
sea. Tampoco ayuda que los personajes del padre y de la hermanastra hagan cosas
muy desagradables que bordean lo imperdonable. Si bien Joy (nombre que es también un sustantivo abstracto que significa en
su primera acepción Alegría) tiene de un lado dos angelitos buenos (su amiga
Jackie (Dascha Polanco) y el ex –marido) y del otro dos angelitos malos (el
padre y la hermanastra) que se compensan o equilibran fuerzas, estos últimos
incluso en un cuento de hadas es mejor perderlos que encontrarlos.
En el principio, hay un
recurso dramático muy interesante que después se deja de lado. Se ven los
personajes de la telenovela que ve la madre reclusa, con sus conflictos tan
traídos de los pelos y con un vestuario de hombreras, brillos, y peinados flu
híper ochentosos. Son interpretados por una figura de la televisión de la
época, Susan Lucci y por la más joven Laura Wright, con un cameo de una de las
reinas televisivas estadounidenses de todos los tiempos: Donna Mills. Joy tiene
una pesadilla en la que se mezclan circunstancias de su vida con la de estos
personajes, y uno cree que tendrán influencia y relevancia en la historia que
se desarrollará, después de todo, los personajes de las ficciones que seguimos
modelan en más de un sentido nuestra filosofía, estilos de vida, etc. (para más
datos remitirse a toda la literatura de Manuel Puig), pero no, quedan de lado y
no vuelven a aparecer. Una pena, podrían haber salpimentado mejor el plato.
En el reparto también están
Isabella Rossellini (que lo quiera o no trafica en la mente de los veteranos la
imagen de su madre, la imperecedera Ingrid Bergman) como la nueva pareja del
personaje de DeNiro, y en un más que improbable príncipe azul para la
protagonista, Bradley Cooper. Ah, también está Melisa Rivers que hace de su
madre Joan, y la madre con esposo y bebé que viene a ofrecer un invento sobre
el final es Drena DeNiro, una de las hijas de Robert, of course.
En resumen, se deja ver
porque es profesionalmente simpática.
Gustavo Monteros
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