jueves, 28 de enero de 2016

El renacido



En un reportaje Leonardo Di Caprio dice que este es un film único. Y tiene razón. Dura más que empollar un huevo, pero uno siempre está en vilo, pendiente de cada desventura de sus personajes. Además, a los pocos minutos de empezado, uno siente que ve algo destinado a ser un clásico, que será citado, copiado, parodiado, envidiado. Tal es la contundencia de su talento, de su pericia narrativa, de su innegable capacidad de hacer cine del mejor.


Estamos a principios del siglo XIX, los Estados Unidos son todavía un terreno salvaje e inexplorado. Un grupo de hombres se internó en estas tierras agrestes para lo que fue la primera depredación capitalista: la captura de pieles que se vendían muy bien en Europa. Cuando están levantando campamento, los indios los atacan. Son como sombras, fantasmas, se pierden en el follaje de los altos árboles. Entre los sobrevivientes están Hugh Glass (Leonardo DiCaprio) y el hijo que tuvo con una nativa, Hawk (Forrest Goodluck). Y anda por ahí también un hombre conflictivo que le manifiesta a padre e hijo abierta animadversión, John Fitzgerald (Tom Hardy). Y no crean que estoy revelando mucho, constato apenas la situación inicial. Lo que vendrá después es tanto una historia de supervivencia, de dolor y de venganza como una indagación filosófica de lo que puede hacer un hombre por lo que cree su redención.


Alejandro González Iñárritu, en un gran salto estilístico respecto de su film anterior (Birdman o La inesperada virtud de la inocencia) resuelto casi siempre en un teatro, en largos planos secuencias, se va ahora a la naturaleza, a filmar con luz natural y a contar en tono épico las penurias de sobrevivir en territorios hostiles. Ya se celebra y se celebrará un tiempo largo su escena con la osa. Duele, fascina, porque nos involucra de una manera (y sí, DiCaprio, te sigo dando la razón) única.


Y ya que hablamos de DiCaprio, por favor, (aunque posterguen al genio de Bryan Cranston y su impecable Trumbo) denle el Óscar de una vez. Se lo mereció todas las veces que lo nominaron y unas cuantas veces que no lo nominaron también. Aquí está supremo, como también está supremo Tom Hardy (nominado asimismo, pero no en la misma categoría, sino en la de reparto, así que bien podrían ganarlo ambos) en su antagonista.


En resumen, la primera gran película del año, imperdible.

Gustavo Monteros

Una buena receta



Esta película al menos está más cerca de hacerle justicia al título que le pusieron los distribuidores locales (Una buena receta) que al original (Burnt/Quemado). Como el gin tonic o la ensalada caprese, mezcla elementos puros y simples para lograr un resultado gustoso: la película de cocineros con la película de segundas oportunidades.


El cine siempre se ha encargado de la cocina, primero lateralmente y en estos últimos tiempos muy centralmente. Algunos ejemplos, a los que ustedes pueden sumar los propios: Ratatouille (2007), El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante (1989), La fiesta de Babette (1987), Comer, beber, amar (1994), Las mujeres arriba (2000), Bella Martha (2001), ¿Quién está matando los grandes chefs de Europa? (1978), Fuera de la carta (2008), El hijo de la novia (2001), Vatel (2000), El bueno de la película (o sea Jackie Chan) (1997), Soul kitchen (2009), La gran comilona (1973), Big night (1996), Sin reservas (mala remake de Bella Martha) (2007), Julie & Julia (2009), Espanglish (2004), Chef: la receta de la felicidad (2014), Un viaje de diez metros (2014).


Comer forma parte de las tres grandes Ces (perdón, voy a decir una grosería… o dos): Comer, Coger, Cagar. La última sobre todo tiene tan mala prensa que está cerca del desvalor. Paradoja, que los de tránsito lento, consideran muy injusta. Luis Buñuel, a quien le gustaba jugar con los absurdos sociales, en El discreto encanto de la burguesía, 1972, para demostrarnos lo antinatural o descabelladas que pueden ser las convenciones, invierte los términos: la gente se reúne a cagar y se encierra en los baños, vergonzosamente… a comer. No se preocupen, todo esto es un desvarío mío, este film no es La gran comilona en el que las tres Ces guardaban mucha relación sino que solo se concentra en la primera C, o sea comer, y su anverso, o sea, cocinar.


Del segundo elemento de esta receta o sea el film de segundas oportunidades no daremos detalles ni ejemplos, porque más o menos el 99, 99% de las películas que andan dando vuelta por la televisión, el cable, el cine o el streaming son… de segundas oportunidades. La moraleja de los cuentos ya no está en elegir bien para no equivocarse sino en no arruinar la segunda oportunidad cuando llega. Por segunda, claro, se entiende también, la tercera, la cuarta, etc. A esta altura son como la penitencia para los católicos, tras una buena confesión, llena de mucho arrepentimiento, y un castigo de 14 Ave Marías y 15 Padre Nuestros, uno se redime de cualquier pecado. Como mi alumna adulta con quien discutíamos de política antes del balotaje y yo le enunciaba las devastadoras medidas implicadas en las engañosas palabras de pastor evangélico de Macri y ella me contestaba con la Campaña Bu (o sea la ridiculización de nuestros argumentos reduciéndolos a la agitación de miedos para evitar votos); para cerrar la discusión le decía que al año siguiente cuando la viera en el recreo, como Macri ya habría tomado todas las medidas que le señalaba, yo le reclamaría que lo hubiera votado, a lo que ella me contestaba que no tendría derecho a reclamarle nada, porque ella lo había hecho… de buena fe. Que si ya sospechaba que quizá yo tenía asidero en lo que decía, y que mejor no lo votara, así nos evitara a todos el arrepentimiento de… buena fe, no entraba en sus consideraciones. Así nos va. Pero no nos amarguemos, sigamos hablando de cine.


El bueno de Adam Jones (Bradley Cooper), que fuera un renombrado chef de éxito en la dorada París, después de cumplir una penitencia de abrir un millón de ostras en la abnegada Nueva Orleans, por haber arruinado su vida y la unos cuantos más en el maremágnum clásico de drogas y alcohol, se dirigirá a la benemérita Londres a triunfar con otra estrella Michelin (el Óscar de los cocineros) y obtener el perdón propio y el de algunas de las otras personas que dañó, como Tony (Daniel Brühl), Michel (Omar Sy),  Max (Ricardo Scamarcio), o su ahora enemigo Reece (Matthew Rhys) y en el camino no hacerle la vida imposible a los recién llegados, David (Sam Keeley) y a Helene (Sienna Miller).


Al ratito nomás de empezada la película aparece la divina de Uma Thurman, como una crítica de restaurantes, cita cinéfila que se permite el director y que homenajea al género de cocineros, porque no olvidemos que Uma fue el inolvidable objeto de amor de Vatel que no era ni más ni menos que Gérard Depardieu antes de algunos últimos excesos. Por la mitad aparece, como una psiquiatra, la gran Emma Thompson, a quien le tocan las líneas sentenciosas, que dice con tanta autoridad que evita sonar como el maestro Yoda. Y cerca del final aparece, una de las actrices de moda, talentosa ella, Alicia Vikander, como una ex compañera de juergas de Adam Jones, o sea el bueno de Bradley Cooper.


Dirigió John Wells que viene de dirigir Agosto (2013) con ese elenquito que incluía a Meryl Streep, Julia Roberts, Ewan McGregor y más gentuza de esa calaña, remember? Bueno, el señor sabe dirigir actores y, en esta también, los saca a todos buenos. Daniel Brühl siembra, siembra y obtiene una buena cosecha cuando le llega su escena de desamor. Muy, muy hermosa, con ese consuelo pírrico de “ya ni siquiera sos cómo eras”; será premiado, en otra escena, con un beso, cobarde, porque se da frente a otra persona para evitar peligro, pero un beso es un beso. Matthew Rhys, el de la serie The Americans, también conmueve en su súbita solidaridad con otro inaudito acto de amor que explica más de una violencia anterior. Tampoco era difícil adivinar qué había más que divismo en sus desplantes y en la rotura de mesas y sillas. Sienna Miller repite la buena química que tuviera con Bradley Cooper el año pasado en el Francotirador de Clint Eastwood. Bradley Cooper ratifica que es un buen actor y luce el carisma necesario para justificar todas las tormentas que ha desatado a su alrededor.


En resumen, nada nuevo bajo el sol, nada que no hayamos visto en las películas de cocineros o de segundas oportunidades, sin embargo se vuelve destacable por el compromiso del director y el arte de los actores. Recomendada.

Gustavo Monteros

Si Dios quiere



Qué buen recreo ver una película que no está nominada para ningún Óscar, Globo de Oro, Gotham, Spirit, Bafta, Sag o Pochoclo Dorado ni está hablada en yanquilándico. Está bien, está bien, estuvo nominada para algún David di Donatello, por ser italiana, claro, y buena (sin exagerar).


Se trata de una comedia costumbrista gruesa con personajes tan binarios que son casi una caricatura (ojo, esto no tiene nada de malo, no es un juicio crítico, es una descripción). De modo que no esperen sutilezas ni delicadezas, aunque tampoco groserías.


Parte de una familia tipo establecida y madurita: papá, Tommaso (Marco Gialini) un cirujano tan habilidoso como desconsiderado; mamá, Carla (Laura Morante) una mujer que ha cometido el peor pecado que puede cometer una mujer: se ha olvidado de sí misma; la hija mayor, Bianca (Ilaria Spada) en apariencia tan superficial que se muestra como la perfecta definición de lo hueco, casada con Gianni (Edoardo Pesce) un agente inmobiliario tan exitoso como básico; y por último el benjamín, Andrea (Enrico Oetiker) un estudiante universitario que parece que… No, mejor no decirlo para no arruinar un par de buenas sorpresas y unos cuántos buenos chistes.


Más tarde aparecerá un cura carismático, Don Pietro (Alessandro Gassman) muy relevante para la trama y para la vida de un par de integrantes de la familia.


La película arranca muy bien, después se queda un poco, cuando enfila para el lado de las superaciones de conflictos, los perdones y las redenciones, y se va bien al diablo en el final, con un detalle melodramático que contradice estilísticamente todo lo anterior y subraya la moraleja tan repetidamente yanqui de “qué se le va a hacer, la vida es así, tan loca y tan milagrosa”.


Aunque nada de eso empaña los buenos logros de unas situaciones bien plantadas, líneas felices y personajes que no por esquemáticos son menos reconocibles y queribles.


Dirigió Edoardo Maria Falcone, un guionista prolífico, que concreta aquí su primera película.


En resumen puede que esté más cerca de un programa de sketches televisivos que de la vieja, clásica y gloriosa comedia italiana, pero tiene humor y no insulta con boberías, algo que en los tiempos que corren es más raro que un elefante anoréxico.

Gustavo Monteros

En la mente del asesino



En la mente del asesino más que un thriller parece un drama hospitalario, muchos de los personajes están más cerca de la eutanasia que de planificar sus eventuales bodas de plata. Bueno, no en vano en el original se llama Solace (Consuelo) y se abre con la definición de dicha palabra en el diccionario.


El agente Joe Merriweather (Jeffrey Dean Morgan) y la agente Katherine Cowles (Abbie Cornish) persiguen un asesino serial y requieren la ayuda de un vidente, John Clancy (Anthony Hopkins) muy científico él, muy lejos del vividor embustero típico, apartado por el duelo de la pérdida de su hija de la asesoría técnica a las investigaciones criminales. Pero como Joe es un buen amigo y muy insistente y persuasivo, acepta volver al ruedo.


El hecho de que sea vidente le permite al director brasileño Alfonso Poyart jugar con expresivos flashes que bien pueden ser recuerdos del pasado, del futuro o meras metáforas oníricas.


Y recién en la última media hora, cuando ya creíamos que nos habían engañado y que se habían olvidado de quitarlo de los afiches y los títulos, aparece Colin Farrell.


La verdad sea dicha, el gran Anthony Hopkins ya hace rato que no hace otra cosa que pasear frente a cámara, lucir cansado o intenso, y entrar al homebanking a ver si le capitalizaron el cheque por su última película. Aquí, si bien hasta la produjo, eso se nota mucho, hay un par de escenas en que se supone debe emocionarnos, pero como no produjo ningún tipo de relación o empatía con el personaje en problemas, su destino nos importa menos que a él. Si bien es galés, se formó en la escuela inglesa, que prioriza las relaciones en la actuación. Por lo tanto no ignora que actuar es no solo corporizar personajes sino también relacionarlos con los demás. En la famosa escena de Lo que queda del día, si Emma Thompson se hubiera puesto a lucir bonita y pensar en la receta de los buñuelos jamás hubieran entrado a la historia del cine, por más que Hopkins hiciera gala de un genial histrionismo. Y su volvedor Hannibal Lecter se hizo indeleble gracias a su talento, sí, pero también a Jodie Foster. Jamás habría sido lo que es, sin la fascinación por el mal de Jodie. Así que Anthony, todo bien si no querés armar personajes, pero de las reacciones básicas de simpatía, antipatía, cariño, desprecio, interés, etc. hacia los otros personajes no te olvides porque si no nos estás estafando.


No es una mala película, tampoco es buena, está en esa odiosa medianía. No aburre, pero tampoco atrapa. Bah, para verla en el cable o el streaming da, para pagar una entrada, no.

Gustavo Monteros

jueves, 21 de enero de 2016

Leyenda



Los gemelos Ronald y Reggie Kray son una leyenda en la historia criminal inglesa. Reinaron la mafia londinense durante los años sesenta, o sea en pleno swinging London. Y como no es cuestión de que el cine inglés pase por alto una leyenda, esta película se inscribe en lo que ya podríamos denominar como la tradición Kray, y así como hay una serie de filmes sobre El cuento de Navidad de Dickens, los Kray van camino a ser igual de revisitados por la cinematografía. Entre las numerosas películas ya existentes, mi memoria rescata El clan de los Kray que Peter Medak dirigió en 1990 con los hermanos Gary y Martin Kemp en los protagónicos. En esta, los hermanos son interpretados por el mismo actor: Tom Hardy. (Otros ejemplos de histriones que hicieron de gemelos: Jeremy Irons, Pacto de Amor, 1988; George Hamilton, La última locura del zorro, 1981; Bette Davis, Una vida robada, 1946; Jackie Chan, Twins and Dragons, 1992 y Leonardo Favio, Todo el año es Navidad, 1960.) Como sea, para los admiradores de Tom Hardy, no hay nada mejor que dos por el precio de uno.


Y sin más preámbulos digo que esta película es muy buena y no es para menos, porque en el guión y en la dirección está Brian Helgeland, que no será una marca como Tarantino o Hitchcok, pero al que conocemos si vimos alguna película en los noventa. Fue el coguionista de Asesinos, 1995, esa con Stallone y Banderas; de, me pongo de pie, Los Ángeles al desnudo, 1995; el guionista de El complot, 1997, ¿remember? Julita Roberts, Mel Gibson y el grandioso Patrick Stewart: de The postman o El cartero, 1997, esa aventura futurista con el bueno de Kevin Costner; ya en los 2000, para Clint Eastwood guionó Deuda de sangre, 2002, con Clint, Angelica Huston y Jeff Daniels, y, me pongo de pie otra vez: Río Místico, 2003, con los maravillosos Sean Penn, Tim Robbins, Kevin Bacon, Lawrence Fishburne, Marcia Gay Harden y Laura Linney; para el malogrado Tony Scott, guionó Hombre en llamas con Denzel y Dakota Fanning; también fue para Tony la siguiente Rescate del metro 1-2-3 con Denzel (Washington, of course, ¿hay otro?) y John Travolta, 2009; para Paul Greengrass guionó La ciudad de las tormentas con Matt Damon y Jason Isaacs; y para el hermano mayor de Tony o sea Ridley Scott, hizo Robin Hood con Russell “vos cavernosa” Crowe y Cate “puro talento” Blanchett. (Perdonen los que no son de andar down-memory-lane que me ponga “datoso” y por lo tanto latoso, pero hay gente a la que le gusta rememorar películas que han visto).


Como guionista y director hizo Revancha, 1999, una de las mejores películas como actor de Mel Gibson, honor no mejor porque Mel-actor tiene unas cuantas buenas;  Corazón de caballero, 2001, delicia de delicias con el recordado Heath Ledger, y Rufus Sewell, Paul Bettany, Mark Addy, Alan Tudyk, entre otros; Devorador de pecados o The order, 2003, una de exorcismos y esas cosas, otra vez con el inolvidable Heath Ledger; y antes de la que nos ocupa, 42 de 2013, una de beisbol con Chadwick Boseman y Harrison Ford. Como pueden comprobar, alguna que otra película, como guionista o director le vieron. Y sea cual sea la que vieron, ya comprobaron su talento. De modo que para el memorioso, antes incluso de los títulos, Leyenda viene con ventajosa prosapia. A la que no solo desentona sino más bien, honra.


Esta vez el gimmick está en contar la historia desde la perspectiva de Frances (la muy hermosa Emily Browning) quien fuera esposa de Ronald (el “inestable” gemelo Reggie, como el mismo lo declara con involuntario humor más de una vez, era gay). Y al ratito nomás, para que nos vayamos acostumbrando a que habrá líneas brillantes, Frances dice: “Créanme, se necesitó mucho amor para odiarlos como los odio”. Y brillantes serán también las actuaciones del resto del elenco que mezcla a próceres como Christopher Eccleston, Tara Fitzgerald, David Thewlis, Chazz Palminteri, con talentosos recién llegados como Taron Egerton, Colin Morgan o Chris Mason. Brillantes son también la recreación de época, el vestuario, la fotografía y la música.


Y esta vez, sin ningún pero, brillante está Tom Hardy en su doble composición. Hardy es un grande, pero hace notar mucho que se esfuerza, que toma toda la sopa y hace todos los deberes. A veces, como en La entrega o Crímenes ocultos, hasta parece actuar el subtexto, como si aparte de actuar nos estuviera dando una conferencia o un reportaje de lo que él opina del personaje. Como si a la vez fuera actor y comentador. Aquí, como antes en El topo, está muy bien y punto.


Sin embargo, tanta brillantez sin casi opacidad no redondea una película inolvidable. Quizá sea porque uno jamás crea empatía con ninguno de los personajes. Por cómo está estructurada quizá deberíamos remitirnos a Frances o sea a la hermosa de Emily Browning, pero algo se nos omite o no está presente del todo, ya que nunca nos identificamos con ella, nuestro punto de acceso a la historia. El narrador, esta vez, crea una distancia brechtiana que nos aparta de lo emocional, que nos hace notar el ascenso, gloria y caída de los Kray, sin involucrarnos. Algo que está muy bien cuando es buscado, y no parece ser este el caso. Ojo, que no enamore, no desmerece ninguno de sus estimables logros. Sin ir más lejos, compáresela con el tremendo bodrio de tema similar que nos propinaron el año pasado, Pacto criminal o Black mass, con Johnny Depp, entre otros notables, eso sí que era padecer una historia de mafia. Esta no entrará en el cuadro de honor, pero si el tema interesa, perdérsela es… un auténtico crimen.

Gustavo Monteros