viernes, 17 de julio de 2015

Y la cartelera pertenece a...

los Minions, claro. Nada nuevo se estrenó. Bueno, para los adultos. Para ser preciso, llegó Ant-Man, el hombre hormiga, para el público del universo Marvel. Y también Ciudades de papel para público adolescente (algo que ya no somos, buh). Por ahí, la semana que viene dan algo para nosotros, mientras tanto me despido y les deseo ¡las mejores vacaciones de invierno!

con afecto,
Gustavo Monteros

jueves, 9 de julio de 2015

Mi vieja y querida dama



Cada edad tiene su conflictividad. Siempre se puede tardar unos años en enfrentar alguna en particular. Un lustro, digamos. Una década, tal vez. Como mucho. Si se tarda dos, se bordea la imbecilidad (literalmente, entendida en sentido clínico). Y el personaje de Kevin Kline no parece caer en esa categoría. Del autor/director prefiero no opinar.


Mathias Gold (Kline) dice tener casi 58 años ¿y todavía tiene asuntos pendientes que solucionar con sus padres? Algo con lo que lidiamos a los veintipico, a los treinta y pico si se es muy lerdo. Encima el pobre cuenta un hecho altamente traumático que vivió en la veintena, de lo que se cae de maduro que tuvo que enfrentarlo… para poder sobrevivir. (A menos que no haya sobrevivido y sea un zombi más de los que tanto pululan).


Mi vieja y querida dama, al igual que El último amor, que casualmente también transcurre en París, tiene un buen inicio, pero también como ese fallido film con Michael Caine, no tarda en desbarrancarse en el mar de la pelotudez, donde navega, feliz, con viento en popa hasta poner a prueba toda nuestra paciencia, que no es precisamente infinita.


Mathias (Kline) ha heredado de su padre un departamento, hermoso y grande, hasta con jardín, en pleno Marais, el barrio de París. El único inconveniente es que no puede disponer de él antes de la muerte de Mathilde (Maggie Smith) que habita el lugar y a la que además debe pagarle una renta (interesante arreglo del derecho francés con el que se insiste mucho). Vive también allí, la hija de Mathilde, Chloé (Kristin Scott Thomas). El neoyorquino Mathias, que no tiene un euro ni para comprarse un chupetín, está más que apurado por venderlo y regresar a L’Amérique, pero, claro, debe encontrar un comprador que acepte también a las “inquilinas” del inmueble.


Hasta ahí, todo bien, pero a medida que comienzan a desarrollarse los conflictos, vemos que no solo son ilógicos para la edad de los protagonistas, que debieron resolverlos o enfrentarlos hace muchos años atrás, sino que además son medio zonzos, bastante sosos, con menos variedad que el blanco. Todo es “apenas” malo, no nos da ni siquiera el gusto de una caída en el absurdo, de un revolcón en el ridículo. De haberlo hecho, quizá al menos nos habríamos reído, tal como está, nos aburre o nos exaspera.


Kline y Scott Thomas hacen como que actúan, lo único que pueden hacer en realidad. Maggie Smith procura devolver la plata de la entrada exprimiendo cada línea que le toca, pero son tan pobres que es casi un trabajo inútil. El fabuloso Dominique Pinon sonríe con tristeza como deseando que la película fuera otra cosa.


Escribió y dirigió (es una manera de decir) Israel Horovitz. Imprescindible solo para híper-fanáticos de Kline, Scott Thomas y Smith que no puedan vivir sin haber visto la filmografía completa de sus ídolos.


En resumen, una de esas películas que de no haberse filmado hubieran hecho más hermoso el mundo. 

Gustavo Monteros

Ocho apellidos vascos



Nada despierta más respeto que ser sin inhibición, con orgullo. Cuando se es lo que se es sin pudor, con altivez.


Ocho apellidos vascos es cine popular que quiere ser popular y que se enorgullece de querer serlo. Abreva en el siempre rendidor esquema de Romeo y Julieta. Un sevillano se enamora de una vasca; pertenencias, que según parece, tienen tan irreconciliables diferencias que dejan a los Caputelo y Montesco a la altura de niños de jardín de infantes dispuestos a reconciliarse después de un ínfimo entredicho.


La historia avanza con las sutileza de un tren expreso, los personajes se arman a puro estereotipo, las situaciones ostentan el grosor de las secuoyas y sin embargo nada de esto importa, porque es lo que es y a mucha honra. Se permite todos los colorinches y las cursilerías. Tantas que es imposible no adherir con simpatía ante semejante avasallador desfile de desvergüenza.


Dirigió Emilio Martínez Lázaro, sobre guión de Borja Cobeaga y Diego San José. Integran la parejita joven, la simpatiquísima Clara Lago y el no menos simpático Dani Rovira. Carmen Machi y Karra Elejalde (que participara en estas tierras en El dedo en la llaga, 1996, de Alberto Lecchi, junto a Darío Grandinetti y Juanjo Puigcorbé) aportan aplomo y encanto a la pareja mayorcita.


Se convirtió en la película española más vista de la historia, o sea que consiguió lo que buscaba: ser popular.


En resumen, si se aceptan sus estridencias, se disfruta. (En este instante se filma la secuela que lleva el tentativo título de Nueve apellidos vascos. Ah, lo de los apellidos es la prosapia indispensable que hay que tener para ser un verdadero vasco)

Gustavo Monteros

viernes, 3 de julio de 2015

Tiempo de vacaciones



Tiempo  de vacaciones. De verano, un poco más largas, en el hemisferio norte. De invierno, más cortas, en el hemisferio sur. Tiempo en que las pantallas cinematográficas se llenan de grandes propuestas industriales de inconmensurable fuerza propagandística para atraer la mayor cantidad de espectadores. Tiempo de Pixar y su saludable invasión mental, de dinosaurios que comen tiburones spielbergianos como si se tratara de cornalitos, de amarillas olas Minion, de hombres hormigas Marvel, de resucitados Terminators, de Pixceles extraterrestres, de locales segundos socios por accidentes, de locales locos exbañeros ahora en un zoológico, de romances adolescentes, más alguna que otra de susto, para no descuidar un grupo siempre fiel que apoya lo que sea se parezca al género-terror. Todas dice ser tan atrapantes como un juego de parque de diversiones, tan divertidas como para que nos atragantemos con los pochoclos de rigor, de tan seguro impacto social que sin duda serán el fenómeno cultural próximo. Claro, para eso se necesita tiempo, porque todas pretenden serlo y casi ninguna supera el desinfle, pasado el agigantado éxito. Porque, pobres, la mayoría no son sino el cartoncito que sostiene los pochoclos. No importa, todo parece indicar que los cines estarán llenos, en verano se vendieron más entradas que las soñadas, e incluso en el intermedio, hasta la llegada de estas nuevas vacaciones, las salas se siguieron llenando, superando cifras de años anteriores. Nosotros, como siempre, procuraremos develar las probables virtudes o defectos de las ofertas laterales, generalmente para adultos mayores, que es lo que somos. Niños de alma siempre, claro, pero ¿para qué ocuparnos también de lo que los demás hablan hasta el hartazgo? Seamos sinceros, a nadie convenceremos o desconvenceremos de ver los Minion. Verlos o no verlos, ésa es una cuestión en la que no tenemos ni arte ni parte. Como sea, como esta semana no hay ofertas laterales, nos dieron vacaciones. Hasta la semana que viene, entonces.