jueves, 15 de octubre de 2015

Operación Ultra



Si el camino al infierno está empedrado de buenas intenciones, nuestro camino al infierno de las frustraciones cinematográficas está cimentado por propuestas que lucían bien en los papeles y que por motivos diversos se quedaron en promesas.


De entrada, la re-unión de Kristen Stewart y Jesse Eisenberg (ya estuvieron juntos en la más que recomendable Adventureland-Un verano memorable, 2009) es para tirar cohetes. Son dos de los actores jóvenes más personales y talentosos surgidos de una industria que tiende a la monotonía hasta en las caras.


Eisenberg con su figura desmañada y su peculiar modo de hablar, que puede alcanzar altas velocidades, y que cuenta con curiosas inflexiones, es como un prodigio de personalización; un equivalente, en singularidad, al viejo fenómeno de feria. Sí, claro, puede que su perfil histriónico se anteponga a los personajes que debe encarar, pero también garantiza, si nos cae bien, el disfrute imperecedero de su compañía. En esto de la peculiaridad recuerda al primer Elliott Gould o a nuestro fabuloso Damián Dreizik.


Stewart es sensible, bella, misteriosa. Y el misterio es el secreto de su poderoso encanto. Vemos mutar su rostro por un cúmulo de emociones y nunca estamos del todo seguros si a continuación abrazará o sacará un arma y pegará un par de tiros. La sensibilidad y el misterio es una combinación demoledora. Su sensibilidad nos ablanda e impide que anticipemos qué hará a continuación. Y siempre nos pilla desprevenidos, porque aunque sepamos el truco, la próxima vez, su sensibilidad volverá a seducirnos, que uno no es un psicópata, qué joder.


En principio, la historia también parecía estar a la altura de la pareja protagónica. A él le tocaba encarnar a una especie de Jason Bourne, un don nadie, medio fumón, que atiende un supermercadito y que tras la aparición de una rubia que le dice unas frases incomprensibles, al ser atacado más tarde descubre que es un matón letal, lleno de recursos para devolver los golpes, porque hasta puede dañar con una inocente cucharita. Como el viejo y querido Jason Bourne no recuerda de dónde le viene la mortal sabiduría. Cuando se sepa, no tendrá la gravedad geopolítica del mundo de Bourne, sino el gozoso código cerrado de la historieta, el artificio de la aventura y la violencia por la aventura y la violencia en sí. Ella, claro, es su novia, con más de un secreto, por supuesto.


El problema reside en que el desarrollo de esta buena idea no está a altura del “chiste” inicial. De tanto en tanto, habrá logros, como el gag de la sartén o la pelea final en el supermercado, sin embargo en el mientras tanto, pondremos de nuestra parte más interés del que nos corresponde para no aburrirnos. Y si bien el rol del espectador no es el de una pasividad absoluta, tampoco es cuestión de hacer todo el trabajo.


Deambulan también muy desaprovechados Connie Britton, John Leguizamo, Tony Hale y Walter Goggins, gente de probado e incuestionable talento. Al veterano Bill Pullman le va un poco mejor, aparece sobre el final y es un deus ex machina deliciosamente andropáusico.


Dirigió Nima Nourizadeth (Proyecto X) y escribió Max Landis (Poder sin límites).


En resumen, no es mala, es tan solo un poco pobretona.


En este mismo instante, Kristen Stewart y Jesse Eisenberg trabajan juntos otra vez. Ahora según guión y dirección de Woody Allen. Para su gloria y nuestro beneplácito, confiemos en que tengan mejor lucimiento que en esta película.

Gustavo Monteros

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