jueves, 17 de septiembre de 2015

La maestra de jardín



Nira (Sarit Larry) es una maestra de jardín de infantes, bien casada, madre de nido vacío, poeta en ciernes, que un día se topa con el misterio: un chico de cinco años, Yoav (Avi Shnaidman) puede concebir hermosos poemas. Claro, el niño es niño y no tiene la experiencia ni el conocimiento y menos que menos la sabiduría para que de su boca surjan esos conceptos tan elusivos como evocadores. Este misterio provocará en Nira emociones, reacciones, obsesiones inéditas, imprevistas.


Nadav Lapid como ya lo demostrara en la deslumbrante Ha-shooter (Policeman o Policía en Israel, 2011, que exhibe un paralelismo entre un grupo extremista de izquierda y una fuerza policial antiterrorista que convergen finalmente en una situación con rehenes) tiene una manera única de seducirnos, de meternos en lo que narra. La clave de su poder quizá resida en su imprevisibilidad. Nunca sabemos qué hará a continuación, de qué manera lo presentará, es imposible prever su próximo paso y en el pobre cine contemporáneo estamos tan acostumbrados a adelantarnos, a comprobar que acertamos en nuestra predicción, que esta imprevisibilidad nos atenaza con fuerza a sus imágenes.


Cuando la historia de esta maestra se despliega por completo, uno se siente tentado de hallarle resonancias psicológicas, sociológicas o políticas, se puede, claro, pero es mucho mejor, creo, dejar el misterio en misterio, que sea inescrutable lo hace más rico.


Si se piensa que a veces el cine debe ser más que mero entretenimiento, si se tiene la voluntad de apreciar el cine de autor, esta película es imprescindible. Es una de las mejores que veremos este año. Sin duda.

Gustavo Monteros

El gran secuestro de Mr Heineken



El gran secuestro de Mr. Heineken (2014) del sueco Daniel Alfredson, protagonizada por Anthony Hopkins revisita el caso del cervecero que ya fuera tratado por el holandés Maarten Treurniet en El secuestro de Alfred Heineken (2011) con el protagónico de Rutger Hauer.


Ambas películas podrían exhibirse una después de la otra sin que pierdan su interés, el que es posible hasta que lo acrecienten, porque podrían ejemplificar cómo incluso partiendo de los mismos datos duros (la fecha y la modalidad del secuestro, los detalles del cautiverio, el modo de la entrega del rescate y la liberación, las  personalidades e historiales del secuestrado y los secuestradores) se pueden hacer lecturas e interpretaciones que de tan disímiles bordean el antagonismo.


Las diferencias fundamentales radican en que al film con Hopkins le preocupa más la vida anterior de los secuestradores, mientras que a la película con Hauer el secuestro le resulta tan importante como las repercusiones que tuvieron en la vida posterior de Heineken, la manera en que  reacondiciona su vida y las obsesiones que se le desatan.


La película con Hopkins pierde por goleada ante la de Hauer, al secuestro y cautiverio le faltan vigor o nervio, las situaciones son excesivamente crispadas y carecen del poder de despertar empatía, las caracterizaciones son superficiales y las recreaciones de las circunstancias, planas y anodinas.


En resumen y a modo de consejo: La película con Hauer anda por el cable, por internet o en los anaqueles de los clubes de DVD, buscarla si el tema interesa. Exponerse a la versión con Hopkins solo si se es fanático del gran Anthony o si se suspira por la seducción de Jim Sturgess, Sam Worthington o Ryan Kwanten.


El “gran” agregado al título por los distribuidores locales desnuda la desesperación por hacer apetecible una propuesta insulsa, desabrida.

Gustavo Monteros

Laberinto de mentiras



Laberinto de mentiras (2014) de Giulio Ricciarelli expone con claridad meridiana las virtudes y defectos de las biopics o de los filmes basados en hechos reales. Presenta conflictos nítidos, con personajes muy perfilados aunque monolíticos y con pocos matices, en una narración que avanza más por acumulación de circunstancias que por progresión dramática, más la infaltable secuencia onírica que en clave de pesadilla exhibe tanto el inconsciente del protagonista como la capacidad de la puesta en escena del director. Todo muy prolijo, sí, pero también superficial, impersonal, anodino. A su favor diremos que esta película al menos cuenta con un tema de atractivo indiscutible.


Estamos en Alemania, más precisamente en Frankfurt, en 1958. Johann Radmann (Alexander Fehling) es un joven fiscal que se ocupa de las infracciones de tráfico. Un día junto a sus colegas es interpelado por el periodista Thomas Gnielka (André Szymanski) a que investiguen por qué un ex nazi torturador puede ejercer alegremente como maestro de escuela. Es que los alemanes luego del Juicio de Núremberg han dado por cerrada la cuestión de los crímenes de guerra. Sus colegas ignoran la interpelación, pero Johann que, como muchos de sus compatriotas, ignora todo lo que pasó en Auschwitz,  decide investigar. Apoyado por el Jefe de Fiscales, Fritz Bauer (Gert Voss) iniciará un proceso que llevará a juicio a muchos de los asesinos que se escudaban en que “solo cumplíamos órdenes”.


O sea la película expone algo en lo que creo con fuerza: que no hay horror por pequeño que sea que pueda taparse indefinidamente y ni que hablar de los monstruosos. Johann hace un viaje doblemente filoso, al del pasado reciente de la sociedad en la que vive y al de la revelación de secretos familiares. Y así pasa de la ingenuidad y la inocencia a la ceguera transitoria que provoca la verdad y que deriva en la sabiduría o el cinismo.


En la narración se destacan dos logros. En un impecable montaje, en las entrevistas previas a las víctimas, los horrores del campo de concentración más que verbalizados  son vistos en las reacciones de quienes los cuentan y quienes los escuchan. Y cerca del final cuando Johann y Thomas llegan finalmente a Auschwitz, hay un diálogo que de tan inspirado se vuelve inolvidable.


Las buenas actuaciones, la perfecta reconstrucción de época y la eterna puja entre la justicia y el olvido que piden los asesinos hacen que un guión más prolijo que elocuente no pierda sonoridad y transforman a este film en ineludible.

Gustavo Monteros

jueves, 10 de septiembre de 2015

Ricky y The Flash



Por razones de fuerza mayor no podré ir al cine esta semana, sin embargo que esto no sea óbice (siempre me deliró esta expresión) de que hable de la película que vería si pudiera ir: Ricki y The Flash. Con la ayuda del tráiler y los antecedentes de las personas involucradas en el proyecto, no es difícil hacer clarividencia sobre ella. Fue escrita por Diablo Cody, dirigida por Jonathan Demme, y protagonizada, claro, por Meryl Streep.


Diablo Cody, al margen de o debido a su peculiar nombre, es una de las pocas guionistas con status de celebridad. Debutó allá en el lejano 2007 (dado que mi vida no es muy abundante en eventos cambiantes, el tiempo me parece como la pampa, lo que semeja cerca está lejos y ayer es ya anteayer) con La joven vida de Juno, (dirección de Jason Reitman) película que aun hoy recordamos y celebramos. Como suele suceder con los auspiciosos debuts, lo que viene a continuación es una segura decepción: Jennifer’s body o sea El cuerpo de Jennifer, rebautizada aquí como Diabólica tentación (2009, dirigida por Karyn Kusama con Megan Fox en la mentada Jennifer y secundada por Amanda Seyfried y sus inmensos ojos), bodrio en el que la “diabólica” Cody demostró más apego a los lugares comunes que a la originalidad. Se repuso, un poco, no demasiado, porque los convencionalismos la pueden, con Adúltos jóvenes (2011, Jason Reitman) en el que al menos le permitía a la fabulosa Charlize Theron lucirse en la inmadura protagonista que aprendía a colapso limpio de qué va la vida. Cody, como puede vislumbrarse en el tráiler, no le hace asco a las convenciones (Ricki y The Flash va de recuperaciones y segundas oportunidades, mamá Streep abandonó por el rock a marido Kevin Kline e hijos, entre ellos, nena Mamie Gummer (hija de Streep en la vida real) quien intentó suicidarse porque la dejó exmarido, papá Kline llama a Ricki para que ayude y de paso se redima) y las buenas líneas. De modo que es fácil prevenir que el film hará nada que no hayamos visto antes, pero que quizá lo diga de un modo eficiente y, si nos descuidamos, hasta entrañable en el futuro.


Jonathan Demme, contando documentales, cortos, películas de TV y episodios de series, dirigió hasta la fecha 55 títulos; y como toda persona de larga trayectoria cuenta con logros indiscutibles (Melvin y Howard, 1980, que lo puso en el mapa, Totalmente salvaje o Something wild a secas, 1986, delicia de delicias con una imparable Melanie Griffith, más un impagable Jeff Daniels y unos anteojos de sol inolvidables; la simpatiquísima Casada con la mafia, 1988, con la ídem Michele Pfeiffer; la icónica El silencio de los inocentes que afianzó la carrera de Jodie Foster y catapultó al Olimpo de las caracterizaciones carismáticas a Anthony Hopkins) con interesantes (Filadelfia, 1993) o fallidas (Beloved, 1998, La verdad sobre Charlie, 2002) concesiones a la industria, más otras aventuras personales que terminaron en vehículos de lucimiento para actores (Denzel Washington en la remake de El embajador del miedo, 2004, Anne Hathaway en La boda de Rachel, 2008 , Wallace Shawn, The master builder, 2013, según la obra de Ibsen, El maestro constructor, of course). Y con Ricky y The Flash, no sé si redescubrirá la pólvora, pero sin duda limará los convencionalismos y lugares comunes del guión para refrescarlos un poco.


And last but not least, la señora Streep. Meryl está a prueba de críticos que quieren odiarla, bajarla de las alturas que habita, denostarla, arrastrarla por el fango de la ignominia, pero, pobres, no pueden; se les nota la mala leche, y mucho, aunque no les queda más remedio que sumarse a regañadientes al coro de alabanzas. Meryl puede con todo, ahora encima hasta canta y bien. Su grandeza de tan evidente es ya indiscutible. Es una de las pocas figuras que devuelve con su sola presencia el precio de la entrada, puede que la película en la que está sea buena, regular o mala, pero ella garantiza que dará espectáculo y del bueno. Meryl es así. Una chica de talento. De mucho talento.

Un abrazo, Gustavo Monteros


jueves, 3 de septiembre de 2015

Gloria



Gloria (Paulina García) anda por la cincuentena larga, no es de mal ver, tiene un buen pasar, trabaja en una empresa, está divorciada desde hace más de 12 años, con dos hijos grandes e independientes, que para sus problemas prescinden de su madre casi por completo. Muchas cosas pueden decirse de Gloria, menos que no atiende sus necesidades. Por las noches frecuenta los clubes de solos y solas, y vuelve a su casa, a veces con una borrachera, otras con un hombre. Entre ellos, Rodolfo (Sergio Hernández) que la satisface sexualmente con plenitud y que quizá pueda abarcarla afectivamente. Pero como no hay quien no arrastre un lastre, el de Rodolfo corporizado en tres mujeres, una exesposa y dos hijas mayores pero muy dependientes, puede irrumpir en la incipiente relación y hundirla incluso antes de que deje el puerto. ¿Superarán Gloria y Rodolfo los escollos? ¿Podrán fortalecer unos lazos que se perfilan promisorios?


Gloria película chilena de 2013 de Sebastián Lelio es un sólido ejemplo del buen cine que en apariencia se está haciendo al otro lado de la cordillera. Llega a nuestras pantallas tras un periplo por numerosos festivales de los que no salió sin reconocimientos (sin ir más lejos Paulina García ganó el Oso de Plata a la Mejor Actriz en el Festival de Berlín de 2013) y por variados públicos internacionales de los que emergió con buenas críticas.


En lo personal confieso que me pareció un poco larga, con escenas redundantes o simbolismos obvios como la marioneta o el pavo real, o un final “cantado” o más bien “bailado” que se demora demasiado en llegar, confieso asimismo que estas objeciones no empañan secuencias logradísimas como el cumpleaños del hijo o las que transcurren en el auto con Gloria canturreando las canciones de la radio.


Gloria participa de una tendencia que de a poco se asienta en el cine contemporáneo: la de mostrar escenas de sexo entre adultos mayores, antes patrimonio exclusivo de films extremos de cine-arte. En un principio, da un poco de pudor ver cuerpos vividos entregados al sexo, no es que uno crea que el sexo sea cosa de gente joven o privativo de cuerpos supuestamente perfectos como los de Jennifer López y Brad Pitt, pero no consignar el ligero escozor que provoca verse ante este nuevo espejo sería deshonesto.


En resumen, Gloria no será tan pegadiza y entrañable como la canción de Umberto Tozzi, pero tiene lo suyo y no es nada desdeñable.