viernes, 21 de agosto de 2015

Con derecho a roce



Cualquier guionista o dramaturgo al que le pregunten, les dirá lo mismo: no hay nada más difícil que escribir una buena comedia romántica. El género ordena que no haya besos definitivos, bodas inclaudicables y engordamiento con perdices hasta el  punto final. Y ese es el malabar más arduo, mantenerlos químicamente cerca aunque físicamente separados según circunstancias altamente entretenidas hasta para el más adusto detractor. Hay trucos, claro. Para todo hay trucos, pero se abusó tanto de ellos, que ya hay más lugares comunes que trucos a los que recurrir.


Con derecho a roce (Playing it cool, en el original, o sea “irla de callado”, “jugar con la aquiescencia”) se la hace fácil. Arranca con el recurso favorito de la postmodernidad: la autoreferencialidad. Chris Evans es un guionista al que le encargan un guión para una comedia romántica, que no puede escribir por no tener una experiencia feliz a la cual aferrarse.


Se procede, entonces, a dar una justificación para semejante anomalía. Chris Evans, entre todos los habitantes del planeta, parece el menos indicado para no haber tenido jamás una pareja. El hombre es de esos errores genéticos que parecen existir solo para habitar el cine. Apolíneo hasta la perfección (no en vano en la saga Marvel es El Capitán América) ni ojeras tiene. Su voz no es del todo agradable, pero algún casillero no debe llenar para evitar el linchamiento a manos de los menos agraciados. Otorgada que fue la justificación que avala que esté solo, se procede a otorgarle un amigo gay (Topher Grace) (una bienvenida contravención, normalmente es la heroína quien tiene un amigo gay) aparte de otros compinches más de peculiares características (Luke Wilson, Aubrey Plaza, Martin Starr) que conforman una especie de coro que comenta, alienta o critica las alternativas del romance.


Porque habrá romance, qué duda cabe, aunque la heroína no haya hecho todavía su aparición. Y como es el elemento que falta, no tarda en irrumpir en el genio y figura de Michelle Monahan, hermosa, dúctil y simpática como corresponde. Lástima que esté comprometida con Ioan Gruffudd. Y bueno, tiene que haber un impedimento para atrasar el happy ending a toda orquesta. Comienzan entonces los avances y retrocesos de la historia, generadas por el ex-truco-devenido-lugar-común: salir solo como amigos a pesar del alborotamiento hormonal y el desquicio sentimental.


Como se ve Con derecho a roce no aspira a la originalidad, pero logra sostener el interés, más que nada por el sólido desempeño del elenco y porque el director, Justin Reardon, decidió comandar la nave y no descansar en el piloto automático.


En resumen, los amantes del género no saldrán defraudados. Los demás, abstenerse o no según su propia cuenta y riesgo. 

Gustavo Monteros

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