Los primeros 14 minutos de Mil veces buenas noches (2013) del noruego Erik Poppe no son buenos
o excelentes sino directamente óptimos, insuperables. Expresan con
contundencia, casi sin una palabra, a pura acción, las contradicciones más
íntimas de una fotógrafa de guerra, Rebecca (Juliette Binoche). La señora cubre
la última ceremonia y la explosión de una mujer bomba en Kabul. Lástima que el
resto, como esos romances de inicios brillantes que se diluyen después en
frustración tras frustración, se desbarranca a un valle de obviedades y decepciones.
Es
que la señora, a pesar de semejante profesión de riesgo, está casada con un
biólogo marino, Marcus (Nicolaj Coster-Waldau) y tienen dos hijas, la mayor, Steph
(Lauryn Canny) una adolescente, que resiente su
profesión y sus ausencias, y la menor, Lisa (Adrianna Cramer
Curtis) todavía una niña que se conforma con reclamar regalos
en cada regreso de la madre. Sin embargo, dado que esta vez, mamá Rebecca
vuelve herida, aparece en primer plano el conflicto que la separa de papá
Marcus y de hijita Steph: su suicida actitud para capturar la mejor foto.
Interesante
planteo que Erik Poppe no resuelve a la manera del período crítico-realista de
su coterráneo Henrik Ibsen, o sea a puro debate de ideas y pasiones, sino según el modelo más aburrido y pedestre
del telefilm de superación. Los personajes aprenderán, unos más tarde que
otros, a comprender sus problemas y a lidiar con ellos. Claro, con la
insufrible ayuda de melosos violines como soporte de fondo, faltaba más. La
escena final aspira entre otras cosas a la ironía, aunque por lo que pasó en el
medio se queda en la más subrayada elementalidad.
De
todos modos más allá de algún apunte logrado, la película no se vuelve
desdeñable porque cuenta con Juliette Binoche, que no logra que el cobre sea
oro pero casi. Su talento es palpable, le otorga humanidad a la muñeca más
endeble. Hipnotiza con sus ojos de perro triste. A su lado Nicolaj
Coster-Waldau (el famoso Jaime Lannister de Game
of thrones) es más apuesto que actor. Nada grave en realidad, el ser de
buen ver tiene sus ventajas, no desata antipatías furibundas sin ir más lejos.
En resumen, imprescindible para los que
admiramos a Juliette Binoche, los demás, con un poco de paciencia hacia la
tontería bien intencionada, la lindura de los encuadres y la música dulzona,
pueden verla y si se descuidan hasta disfrutarla sin problema.
Gustavo Monteros
A mí me encantó, es una historia distinta. ¿Cómo lograr el equilibrio entre los afectos y la pasión profesional? Es complicado ¿no lo creen? Mil Veces Buenas Noches , aborda esa tirantez entre lo que se debe y lo que se quiere hacer es el eje principal del film de Poppe. Y en ese desarrollo, el director noruego plasma de forma correcta, respaldado por la gran actuación de Binoche, la cotidianeidad de los reporteros de guerra: las situaciones a las que se enfrentan y el deseo de que, el captar una imagen, no sea sólo eso sino el hacer visible a una persona o momento, sin permitir que pase inadvertida. En definitiva este film tiene la capacidad de atrapar al espectador. El inicio y el final son dos momentos claves que le aportan un cierre narrativo a la historia, pero no es suficiente porque esa expectativa no se mantiene durante toda la película.
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