jueves, 15 de enero de 2015

Corazones de acero



No hay caso, los yanquis no pueden con su genio, no hacen película de guerra en la que no terminen por agitar la banderita del patriotismo, de su supremacía física, de su superioridad moral. Sin comentarios.


Mambrú se fue a la guerra, chirivín chirivín chin chin. No, no esta vez. Brad Pitt se fue a la guerra, chirivín chirivín chin chin. A la Segunda Guerra, otra vez (ya había ido antes con Bastardos sin gloria (2009) de la mano de Tarantino. Ahora va de la mano de David Ayer (Vidas al límite o Soldados de la calle, 2005, Dueños de la calle, 2008, En la mira, 2012).


Brad es el sargento Don “Wardaddy” Collier y está a cargo de un tanque Sherman (llamado Fury como la película en el original). Ya están entrando a terreno alemán, porque estamos cerca del fin de la guerra, pero los pérfidos alemanes han recibido órdenes de no rendirse fácilmente, de modo que Brad y sus muchachos no la tienen sencilla. Cuando la película empieza, vienen de padecer una pérdida y Brad da una arenga tan curativa como motivadora. Parece tener el corazón de acero, como el título ridículo que le pusieron para su distribución aquí, pero no, el hombre tiene su sensibilidad, porque cuando se aparta y se queda solo, saca a relucir su humanidad refulgente. Como la pérdida debe ser cubierta, le imponen al novato Norman (Logan Lerman), mecanógrafo para más datos, y que es tan pero tan novato, que aun no ha matado a nadie. El resto de la tripulación, Boyd “la Biblia” Swan (Shia LaBeouf), Trini “el Gordo” García (Michael Peña) y Grady Travis (Jon Bernthal) le dan una especie de bienvenida, pero le toca a Brad instruirlo, orientarlo, bautizarlo en el fuego. Y así el film será tanto de aventuras como de iniciación.


El estilo es el gore bélico inaugurado por Steven Spielberg en Rescatando al soldado Ryan (1998) y hay un momento en el que parece que por fin Brad Pitt se va a animar a militar en el elenco de los antihéroes (bueno, después de todo, el papel que lo puso en el mapa fue un personaje sorete, su atorrante en Thelma & Louise, 1991), pero no. Se queda en el héroe un poco sucio pero redimible al fin. Tal como quieren verse siempre los yanquis, héroes que se ven obligados a hacer cosas sucias. Andá.


En resumen, si se le perdonan que los personajes sean estereotipos puros, que algunas vueltas de argumento sean más viejas que la serie Combate, entretiene. Eso sí, hay que aguantar que se postulen y se congratulen por ser la reserva moral de la humanidad. Otra vez.

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