A propósito de sus 9 nominaciones para los Óscars, se ha reestrenado El gran hotel Budapest. Una de las mejores películas de 2014. Bah, de cualquier año, así de indiscutiblemente buena es. Les dejo el link de cuando hicimos la crónica de su estreno. http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2014/03/el-gran-hotel-budapest.html Si no la han visto todavía, aprovechen esta oportunidad de verla en el cine (las buenas películas son incluso mejores en un cine). Va en el Cinema Paradiso a las 14:10 y a las 18:30 hs.
viernes, 30 de enero de 2015
jueves, 29 de enero de 2015
St Vincent
En
los peores momentos, los actores son unos monigotes inseguros, vanidosos,
narcisistas que se pavonean por un escenario o frente a una cámara para
mendigar, a través de un aplauso tibio, un poco de aprobación. En sus mejores
momentos, cumplen con el noble oficio de entretener y, si están inspirados, de
iluminar conductas.
Y
como en todo, están las excepciones, los angelados, a los que Dios, si existe, los
nombró sus bufones. Bill Murray es uno de ellos. No sabe lo que es el
narcisismo y le basta con aparecer para iluminar alguna falla o virtud humana. Y
al menos a mí y a unos cuantos que conozco nos gusta mirarnos en las imágenes
que nos propone, porque en él, los yerros son casi perdonables y los aciertos,
incluso los más pequeños, casi gloriosos.
A Vincent
no le gusta la gente y él tampoco cae muy bien que digamos. Anda en los sesenta
largos y arrastra los vicios de la juventud de su tiempo: fuma mucho, bebe ídem,
apuesta y debe hasta lo que no tiene, y recibe la higiénica visita semanal de
una prostituta, Daka (Naomi Watts). Un buen día se muda a la casa de al lado
una mujer recién divorciada, Maggie (Melissa McCarthy) y su hijo de unos 10
años, Oliver (Jaeden Lieberher). En el primer día de escuela, a Oliver le
quitan sus cosas, entre ellas, el celular y la llave. En la calle, llama la atención
de Vincent, “Señor, señor”, le dice. Y Vincent, de espaldas a Oliver, lleva sus ojos al cielo y pronuncia: “Llévame,
Señor, no juegues conmigo”. Y uno se ríe, y también se emociona, y no porque
Bill sea Bill, sino porque este hombre aunque odie a los niños, será solidario
con éste que lo necesita. Solidario, no simpático, tampoco la pavada. Claro,
después, mientras progresa la relación con Oliver, sabremos por qué Vincent es
así. Y mucho antes de que Oliver y la película lo canonicen, nosotros ya querremos
a Vincent y seríamos capaces de trompear a cualquiera que dijera de él algo
ruin.
Como
en toda película de relaciones y sentimientos, se necesita un reparto que
despierte inmediata identificación o simpatía. Algo que, Bill al margen,
Melissa McCarthy y Naomi Watts proveen con creces. McCarthy, en su primer personaje no explosivo, logra atenuar su
histrionismo y conmover. Naomi, nominada para varios premios por lo que aquí
hace, ya se sabe, es versatilidad todo terreno. Chris O’Dowd entrega uno de los
curas más ecuménicamente simpáticos que se hayan visto. Y el pibe Jaeden
Lieberher es, según el viejo dicho de las señoras mayores, un sol. Escribió y
dirigió, sin muchos pecados, Theodore Melfi.
Ver
a Bill Murray es siempre la felicidad, y verlo en un buen personaje y en una
buena película duplica la felicidad. ¿Y quién no quiere ser dos veces feliz en
una hora y media, primero, y después
para siempre? Perdón, en una oración anterior puse en duda la existencia de
Dios. Un desatino. Bill Murray es la prueba irrefutable de su existencia.
Dios mío, pero ¿qué te hemos hecho?
La
comedia Dios mío, ¿pero que te hemos
hecho? de Philippe de Chauveron fue un gran éxito en el país que la
engendró, Francia. Sabrá el santo Dios mencionado en el título las ganas de
reírse que tendrían los franceses para celebrar semejante dechado de falta de
gracia, humor o ingenio.
El
único chiste (si se es de lo más benévolo) es el de la situación inicial. Los
Verneuil son un matrimonio maduro de la campiña francesa, híper conservador y
ultra católico. Y dicen todo el tiempo la frase del título porque sus hijas
eligen maridos que les prueban los límites de la tolerancia, una se casó con un
chino, otra con un musulmán y otra con un judío, y ahora la menor se casará al
menos con un católico, aunque el hombre ostenta un detalle no menor para los
Verneuil, es negro.
Este
planteo inicial sugiere que habrá comentarios raciales y religiosos arriesgados
que expongan los prejuicios y las cortedades de una sociedad que se cree amplia
y avanzada, pero no… aunque no les salga del todo, los Verneuil insisten en una
corrección política que les quita todo humor. A ellos, a la película, a los
espectadores.
Una
buena comedia es como una omelette, hay que romper unos cuantos huevos. El
humor es ruptura. De algún tipo. La inversión de la lógica social, política,
religiosa, o de lo que se elija para provocar risa. Los humoristas son en el
fondo moralistas que quizá, entre otras cosas, aspiren a la corrección
política. Dicha corrección es la meta final, no las herramientas primeras.
En
resumen, un esbozo de comedia sosa, que aburre mucho, mucho, mucho. Y mucho.
Inquebrantable
Inquebrantable es
de esas películas que cumplen con lo que prometen, en este caso una aventura
épica sobre un sobreviviente extraordinario. Se basa en la vida y hechos reales
de (uno más y van miles) Louis Zamperini. El hombre fue un niño problemático
que zafó de ser un delincuente, gracias a que su hermano descubrió su talento
como corredor y lo instó a entrenar. Participó de las Olimpíadas de Berlín de
1936 y en 1941 se alistó para combatir por los Aliados. El B-24 en el que
volaba cayó al Pacífico. Él y dos supervivientes más flotaron a la deriva en un
par de balsas, casi sin provisiones ni equipamiento durante más de un mes y
medio. Uno de ellos no sobrevivió. Fueron rescatados por un barco japonés y
enviados a un campo de prisioneros, donde los sometieron a privaciones y
torturas. Toda esta odisea fue contada en un libro por el propio Zamperini,
Hollywood compró los derechos y se rumoreó con que Tony Curtis, ídolo absoluto
por aquellos tiempos, lo interpretaría. El proyecto no se concretó. Durante
años se barajaron nombres de actores para su supuesta realización, Nicolas Cage
estuvo entre ellos. Hace unos pocos años, la periodista Laura Hillenbrand
volvió a contar la historia de Zamperini en otro libro que se transformó en un
gran éxito de ventas. Algunos célebres guionistas bosquejaron guiones hasta que
partiendo del firmado por el gran Richard LaGravanese, con revisión de nada más
y nada menos que de los hermanos Coen, se decidió que la película se haría.
Luego
de vencer reticencias diversas, aceptaron que fuera el segundo trabajo de
Angelina Jolie como directora. El primero había sido la interesante y despareja
In the land of blood and honey (En la tierra de la sangre y la miel)
sobre el sufrimiento de las mujeres durante la guerra de los Balcanes entre el
92 y el 95). Jolie concreta aquí un trabajo elocuente y prolijo (demasiado
prolijo especularon algunas críticas con el afán de desmerecerlo) en el que el
imbatible espíritu de Zamperini emerge con contundencia gracias, también, a la
irreprochable faena de su protagonista Jack O’Connell. O’ Connell, uno de los
actores jóvenes británicos con más carisma, ya venía probándose protagónicos
con envidiable autoridad (Private
Peaceful, The liability, ’71, Starred up, para Hollywood hizo de hijo de
unos de los héroes de 300: El origen de
un imperio). El muchacho, aparte de su simpatía y probable apostura, exhibe
un singular talento para la actuación, lo que le augura una buena carrera, de
persistir su suerte en ligar buenos papeles.
A la
hora de evaluarla dos peros se imponen. Uno extrapelícula, y es que en estas
tierras se estrena con poca diferencia de Un
pasado imborrable (The railway man)
que narra similares experiencias en campos de prisioneros en el Japón) lo que
le da una involuntaria sensación de deja vu. El otro es la discutible decisión
sobre las pilosidades faciales durante el mes y medio que los náufragos pasan
en el mar, las barbas y bigotes
permanecen imperturbables a pesar del paso del tiempo.
En resumen, una buena película, espectacular,
conmovedora, motivacional, inspiradora, nada que no prometa desde el mismo
título. Si se la elige por lo que es, no defrauda para nada.
jueves, 22 de enero de 2015
Recomendación especial
Este blog recomienda especialmente De tal padre tal hijo.
Ver http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2015/01/de-tal-padre-tal-hijo.html
Se exhibe en el Cinema Paradiso y esta semana tiene solo dos horarios: a las 12:00 y a las 20:50
Ver http://cronicas-de-cine.blogspot.com.ar/2015/01/de-tal-padre-tal-hijo.html
Se exhibe en el Cinema Paradiso y esta semana tiene solo dos horarios: a las 12:00 y a las 20:50
Whiplash Música y obsesión
Es
bien sabido que para dominar un arte, cualquiera, se necesita un poco de
talento, una pizca de disciplina, y una dosis de obsesión. Sí, así, como si de
una receta de cocina se tratara. El problema es que no se sabe con certeza la
cantidad precisa de cada ingrediente. Una pena, si no podríamos formar artistas
como quien hace un bizcochuelo. Claro, algunas variaciones quedan descartadas,
mucho talento sin disciplina y menos obsesión no llega a ninguna parte, y
también, es obvio, con muy poco talento, por más disciplina u obsesión que se
ponga no se llega muy lejos. Como sea, estas cuestiones tienen poca importancia
ante un artista consumado, pero son esenciales durante la formación.
“La
fama cuesta y es aquí donde comenzarán a pagarla, con sudor…” decía la severa
profesora de danza de la película, y después la serie, Fama. Dicha señora, a pesar de su estrictez, es Jacinta
Pichimahuida al lado de Fletcher (J K Simmons), un déspota cruel de mano dura
(y aunque cueste creerlo que conste que al llamarlo déspota, estamos quizá
construyendo el eufemismo del siglo).
Estamos
en un conservatorio musical de excelencia, en el que el profesor Fletcher está
a cargo de dirigir un grupo de jazz, que participa de concursos y torneos en
los que sale primero o primero, porque Fletcher saca el mayor potencial de sus
alumnos a como dé lugar. Literalmente a como dé lugar.
Andrew
(Miles Teller) es un pichón de baterista que sueña con ser el mejor o morir en
el intento. Dicho lo cual, uno podría suponer que Fletcher halló la suela de su
zapato, o no…
Cuando
Fletcher abre la boca (es una manera de decir) en el ensayo, uno podría creer
que estamos ante la típica película con el sargento gritón que esconde un
corazón de oro (Reto al destino, Hombres de honor), pero el director y
guionista Damien Chazelle tiene otra agenda, para nada predecible o adocenada.
J K
Simmons, impecable secundario de muchos films, se da y nos da una panzada de
histrionismo con un personaje contundente como pocos. Y Miles Teller con su
sufrido (o no tanto) Andrew ratifica que es un actor a tomar en cuenta.
En
resumen, una película cruelmente gozosa. Después de todo, nadie se hace artista
sin superar un par de golpes. O tres. O cuatro.
Mortdecai
Mortdecai es
la gozosa recuperación de un género que surgió a fines de los cincuenta,
floreció en los sesenta y languideció en los setenta: la comedia policial o de
acción con paisajes, llena de personajes torpes que se creen estrambóticos y
son puro estereotipo. Ejemplos arquetípicos, si los hay, son los dos primeros
Peter Sellers-Blake Edwards-Jacques Clouseau: La pantera rosa (1963) y Un
disparo en la sombra (1964) antes de que redujeran al querido Clouseau a un
artificio mecánico.
Mortdecai
(Johnny Depp) es un sofisticado comerciante de arte a quien se le pide recupere
una pintura que podría tener el número de una cuenta bancaria con oro nazi. El
hombre está casado con una noble dama, Johanna (Gwneth Paltow) y cuenta con la
ayuda de un lacayo, Jock Strapp, (nombre que juega con jockstrap, o sea
suspensorio) (Paul Bettany). En la trama no será menor la participación del
inspector Martland (Ewan McGregor), unos rusos, un terrorista y otras yerbas.
En
estas películas al margen de los gags y de las líneas cómicas, importan mucho
el vestuario y la dirección de arte, aquí muy convenientemente estilizados y
cuidados.
Detalle
para los que dominan el inglés, los estadounidenses con residencia en
Inglaterra, Depp y Paltrow, y el escocés McGregor se divierten como perros
imitando el acento de las clases altas inglesas, una impostada posh received
pronunciation (que para evitar la traducción textual, equivaldría a algo así como
“pronunciación educada de clase alta”) que es una auténtica delicia.
Cruzo
los dedos para que sea un éxito mundial y se transforme en franquicia. Como
primera aventura no está mal, por momentos se extraña más ingenio, pero este
cuarteto protagónico (Depp, Bettany, Paltrow, McGregor) podría llegar a
alcanzar cumbres de delirio en sucesivas desventuras.Dirigió David Koepp.
Esta película se destaca entre los estrenos de
esta semana porque no está nominada para ningún premio, lo cual es una
tranquilidad que le suma encanto. La disfrutamos porque sí, por lo que es, sin
la presión del imperativo social a que nos guste por estar nominada a algo por
gente que se supone sabe de algo.
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