jueves, 18 de diciembre de 2014

La entrega



Bob (Tom Hardy) es el barman de pocas pero precisas palabras en el ex bar del primo Marvin (James Gandolfini). El cómo y el por qué Marvin perdió el bar es tema recurrente entre ambos y será relevante en el desenlace de la historia. Y aunque Marvin ya no lo posee, todavía lo regentea, como fachada de sus verdaderos dueños, unos capos de la mafia chechena que lo usan para lavar dinero. Todo arranca un 27 de diciembre, en Brooklyn, de modo que el frío corta hasta el aliento. De camino a casa, muy tarde, Bob descubre un cachorro muy lastimado en el basurero de Nadia (Noomi Rapace). Que el pobre perrito esté allí no es casual porque cuando aparece el ex novio de Nadia, Eric (Matthias Schoenaerts) y cuando en el bar…


La entrega es en el primer guión firmado por el novelista Dennis Lehane y se basa en su novela corta o cuento largo Animal Rescue. El asunto tiene su importancia porque el hombre ya tiene su historia en el cine, dado que sus ficciones dieron pie a celebradas películas, tales como Río Místico (2003) de Clint Eastwood, Desapareció una noche (2007) de Ben Affleck o La isla siniestra (2010) de Martin Scorsese.


La entrega es un atrapante policial de personajes y la trama progresa tanto por lo que son como por lo que hacen. No hay aquí espectaculares o frecuentes despliegues de violencia y cuando esta aparece es breve y decisiva.


El film marca el debut en Hollywood del director belga Michaël R. Roskam que viene de dirigir la fabulosa Bullhead o Rundskop (2011) un drama policial de aquellos, no casualmente protagonizado para el recuerdo perenne por Matthias Schoenaerts, actor talentoso como  pocos que por suerte veremos pronto en unas cuantas películas.


Es una pena que La entrega se estrene en fechas ideales para pasar desapercibida. Por favor, si su cabeza no está ganada, para bien o para mal, por las fiestas que se aproximan, no se la pierda. Es una muy buena película. Algo para nada frecuente.

Un abrazo, Gustavo Monteros

jueves, 11 de diciembre de 2014

Un pasado imborrable



Cuando empezó me dieron ganas de cantar “Es la historia de un amor como no hay otra igual…” porque Eric (Colin Firth) el más improbable de los galanes, un obsesivo de los ferrocarriles conoce ¡y seduce! a la más mundana y experimentada Patti (Nicole Kidman) de una manera tan insólita, que si no se basara en un libro de memorias, sería el más bello invento de un novelista romántico. Se casan, pero no viven felices y comen perdices, porque Eric no puede dejar atrás el pasado imborrable al que hace referencia el título que le propinaron los distribuidores locales. Es que Eric fue uno de los ingenieros capturado y torturado durante la Segunda Guerra Mundial por los japoneses en Tailandia y obligado a trabajar en el ferrocarril que uniría Tailandia con Birmania. La desconcertada Patti le pedirá ayuda a Finlay (el impar Stellan Skarsgård) amigo de Eric desde que estuvieron juntos en el campo de concentración. Lo que sigue es la batalla de Eric por comprender, aceptar y hacer las paces con su pasado.


La historia transcurre en dos tiempos, en el presente del relato, fines de los setenta y comienzo de los ochenta y en el pasado traumático o sea 1942 y los tres años subsiguientes. El Eric joven es interpretado por Jeremy Irvine (el compañero humano del equino sufrido, el inolvidable Caballo de guerra del gran Spielberg).


El director Jonathan Teplitzky narra con mesura y elocuencia. Colin Firth le da a su personaje una contención británica que lo hace incluso más conmovedor. Y Nicole Kidman a su catálogo de virtudes le agrega la de saber escuchar desde el personaje sin anteponer jamás a la estrella que es para robar cámara. El resto del elenco, del primero al último, está impecable. Imposible no destacar a Tanroh Ishida como el joven Takeshi Nagase y en especial a Hiroyuki Sanada, en el mismo personaje ya mayor, la contrapartida de los Erics.


En resumen, una cita impostergable para los cinéfilos, porque como ya se habrán dado cuenta estamos en el terreno de El puente sobre el río Kwai, 1957, del grande entre los grandes, David Lean. Ya no están Alec Guinness, William Holden, Jack Hawkins, James Donald o Sesseu Hayakawa, pero ellos estaban en una versión cinematográfica de una novela de Pierre Boulle. Firth, Kidman, Skarsgård, Irvine, Sanada y los demás no les van a la zaga y están en la recreación de las memorias del combatiente real Eric Lomax. Aquel clásico y esta muy buena película tienen objetivos y estilos diferentes, pero se complementan. Echan luz a sucesos que jamás debieron ocurrir.
 

Abrí con una canción, cierro con otra “Es un monstruo grande y pisa fuerte toda la pobre inocencia de la gente”.

La buena mentira



A veces los afiches “venden” no solo la película sino también sus cortedades. El de La buena mentira es un buen ejemplo. En la parte inferior vemos a un grupo de chicos negros en una llanura que suponemos africana de inmediato. Y no nos equivocamos. La trama se centra en la odisea de los niños emigrantes del Sudán del Sur que recorrieron kilómetros y kilómetros para huir de las matanzas en que perecieron sus padres y vecinos. Eventualmente, tras varias experiencias traumáticas, llegarán a un campo de refugiados y con el tiempo serán aceptados en los Estados Unidos. 


Entonces viene a cuento la parte superior del afiche. En ella vemos a una radiante Reese Witherspoon, que después de unos cuantos fiascos quiere reenderezar su carrera. Como su personaje, casualmente, que pasa de díscola y superficial a comprometida y profunda. Porque cuando el grupo de sudaneses llega a Kansas, ella, una agente de empleos se ve obligada a recibirlos. Primero los muchachos le serán indiferentes, pero poco a poco irá participando de sus desajustes, sinsabores y problemas. E involucrará la ayuda de su jefe, Corey Stoll, de una coordinadora de la ONG que los trajo, Sarah Baker y de un empleado de inmigraciones, Victor McCay.


Las dos mitades del afiche refieren a dos partes distinguibles de la historia. En la que transcurre en África, Philippe Falardeau (Monsieur Lazhar) procura no subrayar una historia de por sí terrible y en la que transcurre en los Estados Unidos intenta no perderse en los típicos convencionalismos hollywoodense. Empata en la primera parte y pierde por goleada en la segunda.


De todos modos, los actores que hacen de sudaneses, Arnold Oceng (Mamere), Ger Duany (Jeremiah), Emmanuel Jal (Paul), Kuoth Wiel (Abital), Femi Oguns (Theo), les imprimen tanta verdad a sus personajes que es imposible no simpatizar con ellos. Y en los títulos finales se nos dará una pista respecto a esto.
 

En resumen, las buenas intenciones no pueden con la maquinaria industrial hollywoodense. Sin embargo, si se aceptan sus convencionalismos gastados, conmueve e interesa.

Calvario




Calvario de John Michael McDonagh (El guardia) es un whodunit al revés, esta vez no se trata de saber quién lo hizo sino de dilucidar quién lo va a hacer. Al padre James (el inmenso, en todos los sentidos de la palabra, Brendan Gleeson) en el confesionario le dicen que van a matarlo tal día en tal lugar. El futuro asesino (al que el padre no puede verle la cara por la mirilla) confiesa que años atrás, de niño, fue abusado por un cura y como este cura ahora está muerto, ha elegido al padre James como el representante de la iglesia que debe pagar con su vida el ultraje sufrido.


Comienza entonces el padre James (que dista mucho de ser modelo de santidad) el calvario del título hasta llegar a la fecha fijada. Ante su rotunda y luminosa humanidad desfilará una serie de personajes, que mejor no describir en detalle para no arruinar sorpresas. Bástenos decir que todos son muy peculiares y muy difíciles de olvidar.


Calvario es una tragicomedia. Con mucho humor del mejor. Para colmo de bondades, irlandés y por momentos negro retinto. Siempre efectivo y gozoso.


John Michael McDonagh logra un film inclasificable en el fondo, porque es tanto un policial en ciernes, un western metafísico, un drama de consciencia y una morality play (esa parienta del auto sacramental) en la que todos los personajes representan distintos atributos morales.


Quizá parezca hasta ahora que todo es demasiado “católico”, lo es, pero es también universal, porque el dolor, la estupidez y el heroísmo lo son.


A Brendan Gleeson le basta aparecer para despertar toda nuestra empatía y el resto del elenco que incluye caras vistas en series y películas y otras no tan reconocibles (Chris O'Dowd, Kelly Reilly, Aidan Gillen, Dylan Moran, Isaach De Bankolé, M. Emmet Walsh, Marie-Josée Croze y David Wilmot) exuda excelencia.
 

En resumen, insoslayable, disfrutable, imperdible.

Hasta que la muerte los juntó



“No hay nada más lindo que la familia unida” cantaban Los Campanelli, a lo que uno podría agregar: “Ni nada más rendidor que la familia disfuncional”. O sea todas. O casi.


Hasta que la muerte los juntó de Shawn Levy (Una noche en el museo, Una noche fuera de serie, Gigantes de acero) es Hollywood en estado puro. O sea nada que no hayamos visto antes (y unas cuantas veces) ejecutado con un impecable profesionalismo.


Papá Altman (¿un homenaje al legendario Robert, quizá?) ha muerto y un pedido final obliga a mamá Altman (Jane Fonda)  y sus hijos, Jason Bateman, Tina Fey, Adam Driver y Corey Stoll a pasar un tiempo juntos. Surgirán, entonces, viejos conflictos no resueltos, pases de facturas, y también (¿por qué no?) tiernos momentos compartidos.


Algunos de los hermanos tienen cuentas pendientes con lugareños que nunca abandonaron la ciudad como Timothy Oliphant o Rose Byrne.


En el transcurso de la trama, tendrán asimismo especial relevancia Kathryn Hahn (esposa de Corey Stoll), Connie Britton (pareja de Adam Driver) y Debra Monk (pareja de… mejor no decirlo, que es el secreto final de la velada).


El guión es correcto, la música subraya todo, y el elenco (muy bueno) allana las torpezas, los lugares comunes, las obviedades y las caídas de ritmo.


En resumen, un film modesto o eficiente que se vuelve atendible solo gracias a su elenco.