viernes, 21 de noviembre de 2014

Antes del frío invierno



Los ricos también lloran rezaba el título de la vieja telenovela con la Castro y esta película vendría a decir que los ricos también sufren crisis emocionales. Sí, estamos en el terreno de Claude Chabrol o Claude Sautet, o sea en las casas solariegas de la alta burguesía francesa, que de tan fina en los ratos libres no mira televisión sino que borda o escucha ópera. Eso sí, más allá del detalle del bordado, a este Philippe Claudel le falta la causticidad de Chabrol o la penetración psicológica de Sautet, pero a no desesperar que el hombre también tiene lo suyo.


De no ser que la película se abre en una comisaría en la que Paul (Daniel Auteuil) es interrogado, creeríamos que su vida es perfecta. Es un neurocirujano que de tan respetado todos llaman maestro, está casado con Kristin Scott-Thomas (en versión personaje tan magnífico como se la adivina a ella en la vida real), y bebe siempre vino tino del mejor, no precisamente Termidor tetrabrik. Pero los envíos de misteriosos buqués de rosas a todos los lugares que frecuenta y la aparición de una escurridiza jovencita franco marroquí (Leïla Bekhti) lo lleva a preguntarse por qué el absurdo de las rosas y quién es ella, de dónde viene, qué pretende. Las preguntas le desbaratan la perfección aparente de su vida, porque, claro, el hombre también se las hace a sí mismo.


Philippe Claudel narra con mucha elegancia y sutileza. Tanta que dichas virtudes se le vuelven en contra. No hay asomo de lo contrario para equilibrarlas, y el trámite por momentos se vuelve anodino. Ojo, jamás aburre y los tres protagonistas nombrados, más el amigo que hace Richard Berry, garantizan actuaciones atrapantes y seductoras.
 

Y si esto no bastara para hacerla de visión obligatoria, están los detalles del relato de la paciente y de la canción final (consejo, no se levanten hasta haberla escuchado toda en los títulos finales, es muy hermosa) "Comme un p’tit coquelicot” para rankearla de inolvidable. 

Gustavo Monteros

Antes de despertar




En la vida real, por suerte, la amnesia es más rara que el mentadísimo perro verde, pero en la industria de las ficciones, es más frecuente que los yuyos del campo.


Christine (Nicole Kidman) se despierta todas las mañanas sin saber ni su nombre. Su esposo, Ben (Colin Firth) la pone en autos sobre quién es y la tranquiliza un poco. Y cuando Ben sale a trabajar, la pobre Christine recibe un llamado telefónico de un tal doctor Nasch (Mark Strong) que la informa sobre un tratamiento que están intentando.


Como en la gran Memento (2000, de Christopher Nolan), nosotros sabemos tanto o menos que la misma Christine. Y una vez armado el rompecabezas, debemos decidir si el engaño fue lícito y bueno o si nos estafaron con una estupidez.


A mí me gustó. Y no solo porque esté Nicole, que es una de mis favoritas. En nuestra pequeña historia personal (la de ella conmigo), esta película será siempre recordada como en la que le dijeron unas doscientas veces que tenía más de cuarenta años. No sé si al margen de la necesidad del guión, también como un recordatorio para que acepte el paso del tiempo y no se haga cosas raras en la cara. Como acostumbra está soberbia. En físico, actuación y viceversa. Y sí, la chica sale hasta desnuda y con poco maquillaje. Es que al revés de Joan Crawford y las otras amnésicas del viejo Hollywood que perdían la memoria, pero no la capacidad de maquilarse, peinarse y emperifollarse, la pobre Christine de la Kidman en la urgencia por recuperar la memoria no anda con tiempo de arreglarse mucho. Igual está soberbia porque ella es así.


Colin Firth también se gana el dólar con nobleza mientras que Mark Strong, no. Pone la cara y pasa por el banco. Aunque quizá no esté mal. Si Dios te dio esa cara tan angulosa y encima sos actor, ¿por qué preocuparte por actuar si basta con que la cámara te registre para dar dobleces de personaje?


Dirigió Rowand Joffe (Brighton Rock, 2010). Y si el apellido te suena, es con razón. Es el hijo de Roland Joffé (Los gritos del silencio, La misión, Vatel). Queda en familia. 

Gustavo Monteros

Caminando entre tumbas



Por esas cosas fortuitas que tienen las carreras de los actores, Liam Neeson, se topó, ya de grandecito, con encarnar héroes de acción. Y se le da bien esto de andar a los tiros y a las patadas, le sale creíble, factible, por más que ya no esté tan erguido, tenga muchas canas y las tragedias (la de su súbita viudez y el alcoholismo) le hayan bifurcado las arrugas.


Esta vez es Matt Scudder, un detective privado, protagonista de una serie de novelas de Lawrence Brock. (Este mismo personaje fue interpretado por Jeff Bridges en 1988 en Morir mil veces de Hal Ashby).


Un narcotraficante Kenny Kristo (Dan Stevens, el ex Matthew Crawley de Downton Abbey en plan de cara de dolor de muelas constante) le pide a Scudder que averigüe quién mató a su esposa para vengarse.


Dirigió Scott Frank con precisión la mayor parte de las veces. Por momentos, el film tiene la sequedad del buen noir. En otros, no tanto. No, más bien cae en la ñoñería de las viejas series policiales. Pero como cuando la pega, raya alto, la cosa se sigue con interés.


En resumen, de visita obligatoria para los que aman el policial más bien negro.

Gustavo Monteros

Madres perfectas



Pocas películas me dejaron tan afuera que estas Madres perfectas de Anne Fontaine (Nathalie X, Coco antes de Chanel, Mi peor pesadilla). A pesar de mi amor por Naomi Watts, mi respeto por Robin Wright o la belleza deslumbrante del paisaje de Seal Rocks, Nueva Gales del Sur, Australia, la película nunca me interesó, me sedujo o me atrapó. Lejos de ello. Me dije: debe ser por la cuestión de género y no del cinematográfico sino el de la identificación sexual. Y sí, Madres perfectas es de esas películas de mujeres, por mujeres, para mujeres. Y si no lo es, se parece bastante.


Y de ser ese el caso, la culpa de que no haya entrado ni un segundo no es toda mía, por ser varoncito sino también de Anne Fontaine, que no le dio un poco más de densidad al asunto y hacerlo un poquito más asequible al interés masculino. Y eso que hay hombres en el proyecto como el guionista (y gran dramaturgo) Christopher Hampton, que esta vez les permite a los personajes decir unas cuantas obviedades. Se basa en una novela de Doris Lessing, The grandmothers y se centra en la historia de dos amigas de lo más íntimas que terminan por relacionarse sentimental y sexualmente con el hijo único de la otra.


Como se ve, el asunto tiene sus aristas y rispideces, pero por los motivos que sean, entre los que no excluyo mi cortedad mental, a mí nada me fue ni me vino. Ni siquiera me aburrió o me enojó, no, peor, me dejó indiferente. Claro, esto no quita que a ustedes les resulte valiosa o reveladora. No es la primera ni va a ser la única vez en que me enfrente con un límite infranqueable.
 
En resumen no sé qué decir. 
Gustavo Monteros