viernes, 26 de septiembre de 2014

Yo, mi mamá y yo



“Madre hay una sola… menos mal” rezaba un histórico grafiti de los ochenta. Parafraseando a Almodóvar, Gabriela Acher tituló un espectáculo suyo “Algo sobre mi madre, todo sería demasiado”. Y sí, la madre es el primer escollo que nos regala la vida. Si no la tenemos, la orfandad  es un drama y si la tenemos, el vínculo  a veces también lo es. Cuenta la leyenda que hay madres excepcionales, perfectas. Sé que cuanta madre lea estas líneas se considerará entre ellas. El amor maternal las exime de toda autocrítica. Humoradas al margen, una madre es solo una mujer con su historia a cuestas en posesión de un exclusivo campo de experimentación e influencia: los hijos. Y entre los cuentos de madres e hijos, este film se volverá insoslayable.


El título elegido para su distribución en estos pagos es tonto y apunta más para el lado del narcisismo del que en algún momento se acusa sin mucho sustento al protagonista. El título original es más que pertinente: Guillaume y los chicos, ¡a la mesa! Es como la madre los llama a comer. Guillaume no es uno de los chicos para ella, sino el que eligió para que sea, de algún modo, la hija que no tuvo.


Guillaume Gallienne es un actor de la Comédie Française, que integró elencos de populares películas tales como María Antonieta, El concierto, Astérix & Obélix: Al servicio de Su Majestad. Y ésta es su historia que escribió, dirigió y protagonizó por partida doble ya que se interpreta a sí mismo y a su madre.


No quiero caer en ningún tipo de adjetivación, adjetivar sería en este caso reducir la experiencia a un ejercicio confuso y balbuceante. Solo diré que tiene humor, ternura, conmoción, sutileza, delicadeza. No es el típico (o esperable) pase de facturas sino una manifestación de amor y comprensión. Un viaje de descubrimiento con escenas tan reveladoras que se quedan a vivir en nosotros.


En pantallas dominadas por la oferta yanqui, este estreno es tanto una sorpresa como una anomalía. Películas así, sin estrellas rimbombantes, no suelen pasar de una semana de exhibición, de modo que véanla pronto, no la dejen para mañana que puede ser tarde.


En resumen, como dice el lugar común, una experiencia de vida, pero ¡qué experiencia!, ¡qué vida!

Un abrazo, Gustavo Monteros

Dos vidas



Tal como mejor prefiero, me siento a ver esta película sin saber nada de ella, salvo que es noruega, de 2012 y que Liv Ullman participa del elenco. Que esté Liv Ullman es garantía de que quizá valga la pena verla, si bien como todo actor tiene su cuota de bodrios (sobre todo en su etapa hollywoodense), la chica está semi-retirada y participa solo de proyectos que por algún motivo la sacan del ostracismo teatral en el que se refugia. Y si está bien para Liv, ¿por qué no habría de estar bien para mí, que solo dialogué con Bergman como espectador?


La cosa arranca con música de thriller, estamos en Noruega en 1990, pero ahí nomás la protagonista se va para Alemania, donde por supuesto el muro ya ha caído y en el baño del aeropuerto se cambia de ropa, se pone una peluca y se va a averiguar unos datos o más bien eliminarlos. La protagonista me cae bien de entrada porque en algunos primeros planos tiene un aire a Esther Goris, que desde su Eva Perón ocupa un lugar de privilegio en mi panteón de grandes actrices. Y sí, se podría catalogar este film como un thriller. Pero como en las mejores novelas de John Le Carré, los vínculos familiares, sociales y políticos tienen mucha y especial preponderancia.


Poco es lo que se puede contar del argumento sin dar pautas reveladoras que arruinen las sorpresas de las vueltas de la trama. Digamos entonces que es técnicamente impecable, que el guión dosifica con astucia los datos y que el interés por saber lo que se nos oculta se mantiene hasta el final. Quizá la historia sea tan sólida porque se basa en una novela de Hannelore Hippe, que tiene como disparador el hallazgo en la vida real de un cadáver incinerado. Las especulaciones sobre este misterio llevaron a concebir este relato, que mucho tiene que ver con la historia reciente y no tanto de Noruega.


Liv Ullman sigue siendo esa bestia histriónica capaz de transmitir todo el dolor del mundo en una mirada, de tener la perspicacia sabia de actriz innata para percibir primero en el cuerpo la contundencia de una noticia. Reencontrarse con ella en un cine es recuperar al menos por un rato la gloria que sentíamos cuando Ingmar Bergman no era historia y veíamos en estreno Gritos y susurros, Escenas de la vida conyugal, El huevo de la serpiente, Sonata otoñal, o Sarabanda.


En resumen, más allá de las virtudes de este film de Georg Maas y Judith Kaufmann, una cita de lujo con Liv Ullman, que últimamente nos pijotea su inmenso talento, ¿se la va a perder?

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 19 de septiembre de 2014

El gran impostor



Me cuesta atravesar el día. Es un campo minado. Como en las viejas películas de guerra, en el próximo minuto daré el paso que desatará el clic de la bomba, que no me matará, o sí, porque me enviará a un mundo desconocido que me desconcierta. Y no me embarga la angustia o la tristeza sino la desazón, que es peor, ya que no hay lloro que la cure. Como siempre, o como nunca, necesito una película que me haga pasar la hora, que me lleve al puente que cruce este río de cocodrilos. Busco frenéticamente en el índice del disco duro un título, un título, hay tantos. El gran impostor me salva. Nada como una mentira para mitigar una verdad. Vi El gran impostor una vez y bastó para que me quedara en la memoria. Era chico, eso lo explica, la memoria era entonces más fresca y más permeable. La vi en la tele, no en el cine, la popularidad de Tony Curtis decrecía, pero no agonizaba. El pelo era suyo y no el entretejido o la peluca de después. Cuando la vi, quizá ya no era el ídolo de matiné, pero su nombre aun fulguraba en la marquesina sin ninguna lamparita quemada. Recuerdo que me desesperó que mintiera tanto, que fingiera saber tantas cosas que no sabía. Ahora buscaba recrear esa misma desesperación. Vivir mucho es recrear. Sucumbir al recuerdo para no morir del todo.


Tony Curtis hace de Ferdinand Waldo Demara, un hombre que cree que jamás será querido por lo que es, sino por lo que haga o represente. Y como no tiene paciencia para terminar ningún estudio, se hace pasar por integrante consumado de distintas profesiones. La penúltima profesión que finge es la más difícil y la que más suspenso crea: cirujano (la última que muestra la película es la de maestro, con la que se puede mentir como si nada, más de un colega lo hace y se sale con la suya, y después se dice que el crimen no paga…).


Esta amable comedia de 1961 conserva la levedad, no exenta de matices, que la hace deliciosa. La dirigió Robert Mulligan, que al año siguiente pasaría a la historia por llevar al cine Matar a un ruiseñor.


Tony Curtis fue un gran comediante y padeció la maldición de todos los comediantes, no ser tomado en serio hasta hacer drama. En su caso fue con El estrangulador de Boston (Richard Fleisher, 1968) y cuando en el fatídico para nosotros 1976, dirigido por Elia Kazan en sus cinco minutos opacó hasta el mismísimo Robert De Niro en El último magnate. Pero era en la comedia en la que brillaba sin par. Aquí rebosa de “fisicalidad” como el mejor Belmondo. (Fisicalidad, mala traducción neologista de physicality, palabra que usamos para describir a los actores que no solo hablan con las palabras, sino también con los gestos, con el cuerpo).


Y el día pasa sin tropiezos. Mayores. Termino el chocolate con mucho cacao que me regaló Susana. También termino el exquisito whisky, convenientemente escocés, que me regaló Marina y me acuesto. Perrito (que desde hace unos días se llama Perrito P en homenaje a Karina K) se hace un bollo a mi lado y sueña con que es un mastín. Y yo sueño que no sé lo que sé.

Un abrazo, Gustavo Monteros

jueves, 11 de septiembre de 2014

L. A. Confidential - La dalia negra



A James Ellroy le cabe el sayo de “tómalo por lo que hace y no por lo que dice”. Y sí, el hombre es un buen novelista, un gran autor de policiales negros, pero como personaje público es un provocador capaz de propagar cualquier barrabasada con tal de desatar un escándalo, producir un efecto polémico o llamar la atención del distraído más feliz. Su exesposa, la también novelista, Helen Knode, dice, por ejemplo, que sus ideas políticas son una cagada. Sí, sí, ya sé, las exesposas no son precisamente los jueces más salomónicos de la Tierra, pero en vista de los disparates que Ellroy erupta cuando anda en ánimo de provocar, a la señora algo de razón no le falta.


De sus novelas, las que componen el Cuarteto de Los Ángeles (La dalia negra, 1987, El gran desierto, 1988, L. A. Confidential, 1990, y Jazz blanco, 1992) figuran entre sus mejores. Hasta la fecha, dos de ellas fueron llevadas al cine con resultados casi opuestos de tan dispares. Una se convirtió en una excelente película, la otra, no,  fue un error mayúsculo, y si se me permite una contradicción aparente, diré que de tan fallida se vuelve adorable.


L. A. Confidential (o Los Ángeles al desnudo, tal como se la conoció por aquí) de Curtis Hanson sigue tan contundente y redonda como cuando se estrenó allá por 1997. Transcurre a fines de los años cuarenta y se cimenta en los andares de tres policías que ven la profesión de maneras muy distintas y que se verán envueltos en situaciones que echarán luz al lado siniestro del cine, el periodismo, la prostitución y la corrupción policial. Fue nominada para nueve Óscars: Mejor película, Mejor director, Mejor guión adaptado, Mejor actriz de reparto, Mejor fotografía, Mejor montaje, Mejor sonido, Mejor banda sonora original, Mejor dirección artística. Perdió siete porque era el año de Titanic, megaproducción hiperexitosa de la que se enamoró todo el mundo, menos yo y algún otro trasnochado inconmovible al “I’m the king of the world” de Di Caprio, las ropas mojadas de la Winslet (a quien amamos en otras películas), y los agudos de Céline Dion. Pero ganó dos, el de Mejor guión adaptado, que Hanson compartió con Brian Helgeland y el de Mejor actriz de reparto para Kim Basinger, con toda justicia, porque fue en esta película en que la siempre bella Kim ratificó que podía hacer otras cosas aparte de provocar más erecciones que el viagra. El premio al guión también fue muy justo, ya que es sencillamente magistral. Desentrañó con astucia los nudos narrativos de la novela, los graduó con precisión para despertar el interés y las sorpresas, sin descuidar ni por asomo el desarrollo de los personajes. Y como siempre, fue la calidad del reparto lo que le aseguró la vida eterna.


Recuerdo que una amiga, fotógrafa ella y muy fisonomista, se quejó en los tiempos del estreno de que los protagonistas se parecieran, de que tuvieran un mismo corte de cara y rasgos similares. Claro, por entonces, Kevin Spacey, Russell Crowe y Guy Pearce solidificaban sus carreras, no estaban tan presentes en nuestras retinas como lo están hoy. De los tres, en esa época, Kevin Spacey era el más “conocido”, de allí su preeminencia en el afiche. Ya había aparecido en dos películas que levantaron apropiada polvareda: Los sospechosos de siempre (Bryan Singer, 1995) y Seven (David Fincher, 1995). L. A. Confidential consolidó su presencia en el primer plano que, para nuestro deleite, ya no abandonó. Guy Pearce venía de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto (Stephan Elliott, 1994) y L. A. Confidential le dio más visibilidad, aunque tendría que esperar a Memento (Christopher Nolan, 2000) para grabar su nombre en la piedra de la historia del cine. Y sin duda, L. A. Confidential fue la película que hizo estrella a Russell Crowe. Ya se había hecho notar en Rápida y mortal (Sam Raimi, 1995) junto a la siempre hipnótica Sharon Stone, el inoxidable Gene Hackman y al por entonces pequeño Di Caprio y en Virtuosity - Asesino virtual (Brett Leonard, 1995) junto al siempre magnético Denzel Washington, sin embargo fue el policía matón violento que no soporta que maltraten a las mujeres, que hace en L. A. Confidential, el que lo colocó definitivamente en el mapa. Su corpachón rotundo, su cara de boxeador molido a golpes y su voz profunda de eco cavernoso fue una combinación irresistible para el público. El grandote, con sensibilidad de costurerita que dio el mal paso, siempre paga.


Los actores pueden ser buenos aunque necesitan la suerte de hallar los personajes que potencien sus recursos intransferibles para rayar alto. Y estos tres tuvieron la buena fortuna de toparse con este film. No fueron los únicos. También reafirmaron aquí sus carreras el siempre efectivo James Cromwell, que ya se había hecho inolvidable como el dueño del carismático Babe, el chanchito valiente (Chris Noonan, 1995) y el gran David Strathairn que ya había compartido papel, nada más ni nada menos, que con la superlativa Meryl Streep en Río salvaje (Curtis Hanson, 1994) y con las no menos superlativas Kathy Bates y Jennifer Jason Leigh en Eclipse total (Dolores Claiborne) (Taylor Hackford, 1995). Y si la breve aparición en Thelma y Louise (Ridley Scott, 1991) lanzó a la notoriedad a Brad Pitt, L. A. Confidential motorizó la carrera de Simon Baker, protagonista en la actualidad de El mentalista televisivo.


Por lo tanto, si bien hoy L. A. Confidential es un conglomerado de estrellas, cuando se estrenó ofrecía solo dos nombres consolidados, el de Kim Basinger y el del siempre glorioso Danny DeVito. Perdón si en esta reseña me excedí en nombres y datos, pero la cinefilia es también un ejercicio de revalidar buenos recuerdos.


La dalia negra es una novela tan buena, compleja y apasionante como L. A. Confidential y si esta última llegó al cine en una adaptación modélica, la primera aterrizó en la pantalla con uno de los guiones más torpes que se recuerden. Josh Friedman no le encontró la vuelta a la adaptación e hizo un trabajo grosero, casi de aficionado. Las subtramas se amalgaman con cemento de contacto a la trama principal, que por otra parte luce más confusa que perfume en un chiquero. El desarrollo de los personajes es caprichoso y pueden salirse con un martes 13 en cada cambio de escena. La dosificación de la información es sencillamente desastrosa y solo resta esperar a que la anécdota se resuelva por su cuenta y riesgo. Y termina por ser de esas películas en las que no hay que descartar al boletero o la acomodadora como los posibles asesinos. Por lo que se ve en pantalla es imposible adivinar que se basa en una sólida novela. Hay novelas que se traducen solas al cine, otras no, requieren una remodelación que no las traicione pero que las vuelva viables al nuevo medio. Las novelas y las películas pueden contar una misma historia, pero son rompecabezas que se arman de distinta manera para que la atención y el interés no se pierdan.


A primera vista, el resumen del argumento no parece ofrecer problemas insalvables. Estamos en Los Ángeles en 1947, el macabro hallazgo del cadáver mutilado de una mujer joven desatará una investigación que desnudará el traumático pasado y el convulsionado presente de dos de los detectives involucrados.


Al iniciarse la película, con el primer problema con que nos encontramos es el reparto. Sobre todo con los dos protagonistas masculinos. Josh Hartnett y Aaron Eckhart son dos buenos actores, pero de por sí, por físico y temperamento no se postulan como los nuevos Bogarts o Robert Mitchums, bah, ni siquiera como los nuevos Alan Ladds. No importa, lo que natura non da, al menos en la actuación, Salamanca puede prestar. Aunque esta vez parece que estuvo pijotera. Josh Hartnett luce muy blandito y llorón. Sí, está bien, los hombres duros también lloran, hasta al mismísimo Humphrey se le pianta un lagrimón en Casablanca, pero no andan en todas las escenas a lágrima viva como una Andrea del Boca desmadrada. Y a Aaron Eckhart no le ayuda mucho, para el cine negro, su cara de WASP integrado al sistema, y como actor no se tomó la molestia de averiguar, como Karina K que interpreta lacerantemente a Judy Garland en teatro en estos días, los efectos del consumo de anfetaminas. Para él, andar de anfetas es hablar rápido, a los gritos y tener poca paciencia. Según su versión, todo docente en la última hora de clase está entonces de anfeta.


A las damas les va mejor, Scarlett Johansson y Hilary Swank se pintan solas como la encarnación revivida de la suprema femme fatale. Ya se sabe, Scarlett Johansson puede hacer hasta que la lectura de las contraindicaciones de los antibióticos se vuelva erótica. Y a Hilary Swank, que tiene menos prejuicios sexuales que el marqués de Sade, le toca hacer una peligrosa mantis religiosa que elige tanto a chicas como a muchachos como retozones compañeros de cama. De allí que Scarlett, en plan de chica más o menos inocente aunque muy manipuladora, evoque a Marilyn Monroe, y que Hilary, en plan de chica curtida a la que nada asusta, traiga a la memoria la mejor Barbara Stanwyck.


De todos modos a pesar del guión horrible y la pobre opción de sus protagonistas masculinos, el film no llega a ser un desastre irredimible y se perfila, al menos en mi caso, como un pecado venial cinematográfico, o sea, una de esas películas que nadie en su sano juicio consideraría buenas, pero que uno aprecia por sus errores. Para empezar porque la historia es buena, está solo mal contada. Para seguir la dirige Brian De Palma (El fantasma del paraíso, 1974, Carrie, 1996, Vestida para matar, 1980,  Scarface, 1983, Doble de cuerpo, 1984, Los intocables, 1987, Carlito's way, 1993, Misión imposible, 1996,  Ojos de serpiente, 1998, Redacted, 2007, entre sus mejores), un chico que de cine algo sabe. Firma aquí cuatro o cinco escenas impecablemente filmadas. Y con la secuencia prefinal, en la que todo se aclara de una manera muy poco ortodoxa, hace lo mejor posible: manda todo al registro operístico, con una actriz gozosa en pleno ataque de histrionismo agudo. Por los motivos equivocados, sencillamente inolvidable. Además los rubros técnicos son altamente estimables, la dirección de arte, la música, el vestuario, el maquillaje y la fotografía son de primer orden, no en vano Vilmos Zsigmond obtuvo una nominación para el Óscar por esta película. Tiene también lujos adicionales, como un número musical en el que k. d. lang desparrama su talento.


Tanto L. A. Confidential como La dalia negra giran en la actualidad por el cable y figuran entre las opciones online.

Un abrazo, Gustavo Monteros