jueves, 24 de julio de 2014

Todo lo que necesitas es amor



Las vacaciones de invierno no son solamente un privilegio de chicos y adolescentes. Hay también adultos que atender (adultos que de niños tienen apenas las ganas y el corazón), de allí que la oferta cinematográfica se amplíe y ofrezca un par de películas… ¡europeas! Ambas son de 2012 (para el cine yanqui, un film industrial típico de 2012 es como del pleistoceno, porque se supone que ya fue estrenado, pirateado, editado en DVD y lanzado a agonizar al cable) y dirigidas por mujeres, lo que presupone una sensibilidad mayor a la de Schwarzenegger.


Arranquemos con Todo lo que necesitas es amor (Den skaldede frisør) de la dinamarquesa Susanne Bier, de quien conociéramos Hermanos (2004), Después del casamiento (2006) y En un mundo mejor (2010).


Ida (la maravillosa Trine Dyrholm) dice por ahí que no viene de su mejor momento, lo cual es el eufemismo del año. La pobre sale de su última sesión de quimioterapia para descubrir a su marido acostándose en el sofá de su living con la joven y ligera de cascos asistente de contaduría. Por suerte debe ir al sur de Italia para el casamiento de su hija, pero no va y choca en el estacionamiento del aeropuerto el auto de su futuro consuegro, Philip (Pierce Brosnan) un viudo-erizo que todavía culpa al mundo por la muerte de su esposa.


Sorrento (mamma mia, quanta bellezza!) será como el bosque en las comedias de Shakespeare, un lugar donde las convenciones caerán y las relaciones se enredarán para que las verdades se escondan menos. Habrá revelaciones, giros y unos cuantos cambios. Y también como en una comedia de Shakespeare, el castigo a alguien parecerá excesivo para nuestra moral católica, sin embargo no por ello nos regocijaremos menos. 


La comedia romántica es como la telenovela, uno sabe que los protagonistas están condenados a amarse y a no ser que se trate de algo muy moderno, a terminar juntos. Aunque al revés de lo que ocurre en nuestra burocrática vida, en la comedia romántica el trámite importa más que el desenlace. Y aquí el trámite es cálido y atractivo y no porque los personajes se recorten en verano desde terrazas contra la Bahía de Nápoles. Susanne Bier no aspira a la originalidad, pero sabe cómo vestir de nuevo lo que es más viejo que el tiempo. Sabe también que personajes con aristas interpretados por actores angelados son más agradecidos que hambre saciada.


Trine Dyrholm, vista en La celebración (Thomas Vintenberg, 1998) y En un mundo mejor, es un prodigio de expresividad, luminosidad y encanto. Y sus ojazos como de animé son locuaces y elocuentes. Pierce Brosnan es un gran actor, siempre lo fue, aunque en un principio nos conformáramos con considerarlo fotogénico y simpático. Si alguna duda queda de su riguroso talento, vean en detalle lo que hace aquí. Está sencillamente impecable, ni una coma en falso. Y si ya lo querían de antes, le renovarán en este largometraje una fidelidad inexpugnable. Los demás están a la altura de los protagonistas, lo que no es poco.


En resumen, má sí, para que voy a andar con vueltas, me gustó, la disfruté.

Un abrazo, Gustavo Monteros


Lore



El Tercer Reich llega a su fin. Hitler se ha suicidado para alivio de casi todos y para pena de sus fanáticos seguidores, entre los que se cuenta la familia de Lore. Papá es un jerarca de la SS y mamá, una secuaz aguerrida y diligente. Mamá y papá terminarán en manos de los  ejércitos aliados de ocupación, aprisionados primero y quizá ejecutados después. Antes de entregarse, mamá le dice a Lore (Saskia Rosendahl) la hija mayor, una adolescente, que si no regresa en tres días, tome a sus hermanos (Liesel, una preadolescente, Günther y Jürgen, mellizos de unos 7 años y a Peter, bebé de pañales) y que atraviese la Selva Negra para llevarlos a Hamburgo, donde vive la abuela. Lo cual se dice fácil y se hace difícil, sobre todo con poca plata, sin papeles (por obvias razones) en un territorio ocupado, en ciertas zonas, devastado y con muchos retenes. En algún momento se cruzarán con Thomas (Kai Malina), un joven que se dice un judío sobreviviente de los campos de exterminio.


Hay dos viajes por supuesto. El que encaran físicamente y el que hace Lore en su interior y que externamente va de la niña mimada del principio a la joven rebelde del final. Lidiará con unas cuantas histerias (según la definición clásica de la palabra) somatizaciones incluidas, la más álgida de ellas es la que le provoca Thomas, a quien desea, pero a quien también odia y desprecia por mandato social, familiar y cultural.


El film se basa en la segunda de las tres nouvelles que integran el libro de la británica Rachel Seiffert, The dark room (El cuarto oscuro, de fotografía y no de urnas, padrones y votaciones, al que nos remite tal título en primera instancia por estos pagos). Y lo dirige la australiana Cate Shortland según los preceptos del cine “sensorial”, estilo Terrence Malick, que consiste en filmar ficción con las herramientas de un documental sobre insectos de la National Geographic, con mucho yuyito, vientito, barrito, para “aproximar” mejor la experiencia al espectador. La Shorthand, cuando deja que los hechos de la historia se impongan, se acerca a Agnieszka Holland (Europa, Europa, 1990, In darkness, 2011) quien ha contado mejor niños y Segunda Guerra, pero cuando se la da por los subrayados, por los detalles, la cosa se pone “empalagosa” o “revulsiva”, todo muy visceral, pero para el lado equivocado, el estomacal y el de la arcada.


En resumen, un film valioso, más allá de esteticismos y manierismos de moda, y estupendamente actuado. Por suerte, la historia se erige y se sacude la caspa y la hojarasca. Eso sí, no apto para quienes se incomodan con niños sometidos a experiencias límites. Y los que se impresionan con detalles sanguinolentos, pueden verla, Cate usa el sistema clásico, se acerca lentamente a lo que impresionará, de modo que es posible entrecerrar los ojos.

Un abrazo, Gustavo Monteros

lunes, 21 de julio de 2014

El rey James Garner ha muerto, ¡viva el rey!



Al revés de tanto bodoque que se cree la hostia sin serlo, James Garner fue la hostia y jamás se lo creyó. Quizás porque llegó a la profesión casi por accidente, quiso ser marino mercante hasta que descubrió que se mareaba. De allí, quizás también, su mejor perfil fue el del héroe a pesar suyo, aquel hombre que terminaba haciendo la hazaña porque no le quedaba otra.


Sus más grandes éxitos fueron series en la tele, primero con Maverick (de 1957 a 1962) y después con Archivo confidencial o The Rockford files (de 1974 a 1980) y que se ramificó en películas para la TV hasta bien entrados los noventa). Aunque también en el cine nos regaló protagonistas inolvidables. Sin ser su intención desbarataba el tácito amor que había entre Audrey Hepburn y Shirley Mc Laine en La mentira infame (The children’s hour, William Wyler, 1961). En el mismo año, 1963 fue dos veces galán de Doris Day, primero en La salsa de la vida (The thrill of it all, Norman Jewison) y después Yo, ella y la otra (Move over, darling, Michael Gordon). Fue uno de los dos mejores galanes de Julie Andrews (el otro, claro, es Christopher Plummer) primero en la fabulosa  Nunca comprarás mi amor (The Americanization of Emily, Arthur Hiller, 1964), en la ahora mítica Víctor-Victoria (Blake Edwards, 1982) y en el telefilme navideño Una noche especial (Roger Young, 1999). Se ganó su única nominación para el Óscar (y sí, los actores que nos hacen felices jamás ganan premios) como el maduro galán de la querible Sally Field en El romance de Murphy (Martin Ritt, 1985). Y ya que hablamos de romance, la purretada lo recuerda por el viejito enamorado de Gena Rowlands en Diario de una pasión (The notebook, Nick Cassavetes, 2004).


También estuvo en muchas películas para varoncitos: El gran escape (John Sturges, 1963), 36 horas (George Seaton, 1965), Grand Prix (John Frankenheimer, 1966), La hora del revólver (John Sturges, 1967), Apoye a su comisario (Burt Kennedy, 1969), Marlowe (Paul Bogart, 1969), Un hombre llamado Sledge (Vic Morrow, 1970), Látigo (Suppor your local gunfighter, Burt Kennedy, 1971), Sólo matan a sus dueños (James Goldstone, 1972), Asesinato en Hollywood (Sunset, Blake Edwards, 1988) en la que compartía honores con el también inmenso Bruce Willis, no pudo faltar en la versión cinematográfica de Maverick (Richard Donner, 1994) delicia en la que estaban uno de los mejores Mel Gibson y la siempre resplandeciente Jodie Foster, y tampoco faltó en la comedia geriátrica espacial de Clint Eastwood, Jinetes del espcio, 2000.


Cada vez que entrabas a escena me desatabas una sonrisa que me duraba hasta la palabra fin, no creo que te guste que cambie ahora porque te hayas ido. Aunque, amigo, la verdad sea dicha, con la sonrisa se me mezcla ahora un lagrimón. 



viernes, 18 de julio de 2014

Les salauds



Veo en DVD Les salauds (2013) de Claire Denis, niña mimada de la crítica y muy recordada por Bella tarea (Beau travail, 1999) y White material (2009). A la chica le gusta el esteticismo a ultranza, las elipsis y los desnudos. Les salauds (Los canallas, Los hijos de puta o algo de ese tenor) se presentó el año pasado en la sección Un certain regard del festival de Cannes y no obtuvo ni un “siga participando” porque es un bodrio tamaño Aconcagua. Se supone que es una especie de policial. Un capitán de la marina mercante, Vincent Lindon, es llamado a París, dado que su cuñado se ha suicidado y su sobrina está internada en una clínica psiquiátrica en estado de shock. La hermana le dirá que el negocio familiar, una fábrica de zapatos, está en quiebra y que quiebra, suicidio y shock son obra del salaud, Michel Subor, quien vendría a ser el súper villano. Lindon se instala como vecino de la amante oficial y madre del único hijo de Subor, Chiara Mastroianni, con la que mantendrá una relación afectivo-sexual, mientras (se presume, porque en esta película se presume mucho) prepara vengarse de Subor. Eventualmente (muy eventualmente) el bueno de Lindon se enterará que la hermana, el cuñado y la sobrina se “entregaron” a muy pero muy perversos juegos sexuales de Subor para… ¡salvar la fábrica! Y la noble de Chiara que estuvo haciendo buena letra actoral, tomándose en serio el papel, para estar a la altura de su aristocrática prosapia (sí, es la hija de Marcello con Catherine Deneuve) optará por una decisión oscura que la incluirá entre los aludidos por el título. ¿Fin? ¡No! Hay una coda final con un video que muestra las perversiones sexuales de Subor, para que quede claro, claro, claro que hermana, cuñado y sobrina de Lindon, más allá de sus amargos desenlaces, son unos reverendos salauds. Sí, imaginaron bien, la película termina como un film sado porno al que le falta un rollo.


Los bodrios del “cine arte” son cuatro veces más bodrios que los bodrios del cine industrial. Por dos motivos: 1) porque son más ambiciosos (lo que irónicamente podría, en este contexto, considerarse positivo) y 2) por la soberbia de los realizadores.


La ambición, si es hambre de gloria, está bien vista, pero si es acicate para trepar aplastando cabezas, no. La ambición en el arte es como el trabajo del arquero en el fútbol, depende del resultado. El arquero si no le entra ninguna pelota es excelente, pero basta que le hagan un gol para que su tarea sea bastardeada. En Les salauds, la ambición artístico-conceptual quizá esté en equiparar la inmoralidad de los negocios sucios a las más abyectas perversiones sexuales, o en suponer que una mierda bien puede llevar a otra, algo así como que si no te importa dejar gente en la calle, bien puede no importarte sumirte en las peores degradaciones. No en vano se dice que cuando el poder económico te caga, te está rompiendo alguna parte de tu anatomía sin tu placer ni consentimiento. Como se ve, la idea no es muy original, pero si la Claire Denis la hubiera pegado, el logro artístico taparía el lugar común. Como le salió horrible, no solo aburre sino que queda reboluda.


Y si a eso le sumamos la soberbia, común entre algunos artistas sin humor, de creer que todo lo que sale de sus cabecitas es trascendente, importante, atendible, el público entra en alerta meteorológica de tormenta bodriosa. En líneas generales, el artesano, que trabaja para la industria del espectáculo, está a salvo de la soberbia, ya que tiende a ser consciente que si bien lo que hace puede terminar en una obra de arte, ante todo, en principio, pergeña un producto. Eso lo salva de los excesos de auto-celebración permanente. Este año Asghar Farhadi, el autor director de la genial Una separación, nos espetó un requetecontra-híper-bodrio El pasado, con líneas, escenas y armado de personajes, que ni el más cínico y borracho director-guionista industrial se hubiera permitido jamás. En cambio, Asghar Farhadi no solo se permitió semejante bodrio sino que hasta pretendió que se lo respetáramos. Aquí la Claire Denis también se concede, o lo que es peor nos concede, una acumulación de disparates que hubieran enrojecido de vergüenza, incluso al menos autocrítico escriba de teleteatros bajo la más potente droga.


Moraleja: un artista en algunas obras puede ser sublime, pero eso no implica que todo pedo que se tire huela a rosas.
 

En la foto, de izquierda a derecha, Michel Subor, Chiara Mastroianni en rosa, la directora Claire Denis, el gran Vincent Lindon, Julie Bataille y  Alex Descas en la presentación de 'Les Salauds' durante el 66to Festival de Cannes, el 22 de mayo de 2013.

viernes, 11 de julio de 2014

La mejor oferta



El cine de Giuseppe Tornatore (Cinema Paradiso, Estamos todos bien, Una pura formalidad, Fabricante de estrellas, La leyenda del pianista en el océano, Malena, La desconocida, Baaria-Las puertas del viento) es como un ramo de rosas, suntuoso, elegante, bello, oloroso, un poco obvio, un tanto cursi, pero a menos de que se sea alérgico ¿a quién no le gustan las rosas?


“A la mejor oferta” en la jerga de los remates refiere a aquellos objetos que no tienen piso valorativo, que se comienzan a subastar según lo que se ofrezca. La aclaración viene a cuento no solo por el título, sino porque en este mundo de obras de arte y antigüedades valiosas es en el que reina Virgil Oldman (Geoffrey Rush) con corona indiscutida. Hombre-erizo como pocos, respira orgullo y soledad. Aislamiento al que tienen parcial acceso Robert (Jim Sturgess) y Billy (Donald Sutherland), aunque la llegada de una clienta misteriosa, Claire (Sylvia Hoeks) desequilibrará la ordenada reclusión de Virgil.


Tornatore narra esta vez con untuosa parsimonia porque debe elaborar un truco de magia, ensamblar un reloj que haga explotar una bomba. Se apoya en tres pilares: el impecable histrionismo de Rush, una dirección de arte de casi uniforme buen gusto y la música del gran Ennio Morricone, que a los 85 años está más joven que al principio de su carrera, lo que aquí entrega es muy, muy hermoso. El problema es que una vez elaborado el truco, al desarmar la trampa uno siente que hay subtramas que se trabajaron en demasía mientras que otras, para despistar, se pasaron un poco por alto y que todo tomó más tiempo del necesario. Tornatore, como prestidigitador, quizá sintió que hacía lo apropiado, no sé, yo al menos no estoy tan de acuerdo.


En resumen, un film imprescindible para los seguidores de Rush, Tornatore y Morricone, los demás, con un mínimo de tolerancia, podrán disfrutar de un mecanismo lícitamente embaucador que quizás se engrasó en abundancia.

Un abrazo, Gustavo Monteros