viernes, 7 de febrero de 2014

Agosto

  


August: Osage County (Agosto para los íntimos) fue primero una obra de teatro perteneciente a la categoría (denominada por mí en broma o no tanto) de drama potente. La escribió el actor Tracy Letts, lo que de antemano garantizaba conflictos fuertes y caracterizaciones nítidas. Los actores cuando escriben teatro no olvidan que hay que poner el cuerpo, despertar y mantener la atención del espectador todas las noches durante toda la función.  Saben pues que conflictos y personajes poderosos valen más que las palabras lindas, los juegos estilísticos o las ideas ambiciosas. Y Tracy Letts se aseguró, como decimos en Argentina, de poner toda la carne al asador. La obra se inscribe en la tradición de las familias disfuncionales, en este caso con secretos inconfesables e inconfesos que bien podrían vertebrar una tetralogía. Como relaciones complejas y secretos más o menos oscuros tenemos todos, la obra fue un éxito internacional. Aquí se la conoció en una puesta intachable dirigida por Claudio Tolcachir con inmejorables actuaciones de todo el elenco y en especial de Norma Aleandro y Mercedes Morán, quién firmó también la fluida adaptación (no la trasladó a Chubut o Catamarca, pero universalizó o “argentinizó” con buen tino las peculiaridades estadounidenses). (En lo personal me es imposible olvidar que fue la última participación escénica de Juan Manuel Tenuta en un gran personaje vertido con la nobleza que lo distinguía).


El argumento se centra en una reunión familiar debida a… no, mejor eso no lo cuento. De a poco se perfilarán las personalidades de los integrantes, las relaciones que mantienen y, claro, los secretos insospechados jamás develados. El trámite es atrapante, apasionante incluso. El éxito, como el miedo, puede ser distraído pero jamás es tonto. Un texto valioso ensombrecido, en mi discutible opinión, por la resolución del conflicto de Julianne Nicholson y Benedict Cumberbatch, el autor pretende que roce la tragedia griega, aunque para mí está más cerca del culebrón clásico. Detalles, nomás.


El propio Letts se ocupó de la adaptación cinematográfica. La obra tiene muchos personajes y es larga, alrededor de tres horas. No escamoteó personajes para el cine, aunque podó unos cuantos conflictos (luce acotada la escena del porro entre Abigail Breslin y Dermot Mulroney,  por ejemplo) y eliminó subtramas por completo (aquí el sheriff interpretado por el incipiente Will Coffey es solo una breve presencia y luego una referencia) hasta que redondeó las saludables dos horas que dura el film.


Los títulos iniciales del film consignan en primer término al director de casting (el responsable de elegir el elenco). No es gratuito. La obra y ahora el film son un artefacto de actores. Y este elenco, tal como el argentino del estreno teatral, es soñado. Combina estrellas, con secundarios de lujo y promisorios recién llegados. Todos restallan talento, sin embargo (era previsible) el espectáculo, como siempre que tiene un papel jugoso, lo da Meryl Streep. ¿Qué decir de ella que albergue todo su talento, el que catapulta a nuevas alturas con cada nueva creación? Resumamos con un “es prodigiosa” y crucemos los dedos para no quedarnos cortos. Aquí el guión y la dirección le dan una entrada a escena al estilo clásico, como la que se prodigaba a Bette Davis o Greta Garbo, por ejemplo, en el viejo Hollywood y que Meryl aprovecha para volverse inolvidable desde el primer segundo. Después, en la escena de la comida graduará su arsenal para provocarle a la Roberts la reacción física apropiada. Y no sigo para no engolosinarme y ponerme pesado, pero a cada línea, a cada mirada, a cada intención la calibra el genio. Perdón, pero lo que hace en el monólogo de las botas es una master class de cómo se maneja el aquí y el ahora. A Julia Roberts el haber hecho teatro en Broadway le vino muy bien, ha aprendido a bastonear (comandar una escena marcando el tempo del conflicto) sin depender de los planos o de la secuenciación, que tanto le facilitan la vida al actor de cine. Está gloriosa y sutil en la escena del auto con Juliette Lewis, en el cuento de los loros, en las discusiones con el bueno de Ewan McGregor, en la escena con las otras dos hermanas y en cada momento que comparte con Streep. Es hasta la fecha su actuación más lograda, más en dominio de todos sus recursos. Los demás, sin excepción, hasta el breve médico o el más breve dueño de la licorería, dan con la carnadura precisa y ejemplar de sus personajes.


Dirigió, procurando no entorpecer el superlativo trabajo actoral, John Wells (The company men). Es asimismo muy bella la partitura de Gustavo Santaolalla.


En resumen, un texto seductor para que actores y espectadores nos demos un festín.

Un abrazo, Gustavo Monteros

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