jueves, 28 de marzo de 2013

6 estrenos 6

Estas crónicas son ante todo un servicio. Elegimos uno de los títulos que se estrenan y lo analizamos para que ustedes puedan saber si les interesa o no verlos. Esta semana se estrenan no uno ni dos, sino ¡seis! films. Ninguno de los cuales tengo ganas de ver, más que nada porque estoy de ánimo para un policial negro tipo Barrio Chino, El halcón maltés o La novicia rebelde (uy, La novicia rebelde no es un policial negro, pero como hace dos milenios la daban en Semana Santa, se me coló) y no hay. Bueno, la cuestión es que por más que yo no tenga ganas de ver nada, esto no es óbice (óbice, ¡qué linda palabra!) para que no cumplamos con el servicio, así que al menos reseñaremos dichos estrenos. Allá vamos.



 El primero es una película de terror. La memoria del muerto de Valentín Javier Diment con Horacio Acosta, Raquel Albéniz, Jimena Anganuzzi, Lola Berthet, Belén Brito, Ana Celentano, Rafael Ferro y Gabriel Goity. En general, salvo alguna excepción como El orfanato no hacemos crónicas de películas de terror, por tres motivos. 1) No somos adeptos al género. 2) Debido al punto uno, salvo los viejos clásicos como Frankenstein, el Drácula de Lugosi o los de Christopher Lee o los Halloween de John Carpenter no hemos seguido el desarrollo del género y no sabemos mucho, y como ya hay demasiada gente que habla de lo que no sabe, no queremos sumarnos a la sanata generalizada. Y 3) Los fanáticos del género no necesitan análisis para ver un film, se estrena uno y allá van. Lo sé, soy fana del musical y he visto hasta ¡Grease II!


El segundo estreno es Jack, el cazagigantes de Bryan Singer (Los sospechosos de siempre, El discípulo, X - Men, Superman regresa, Operación Walkiria). Reformulación del cuento infantil clásico de Jack y las habichuelas mágicas en versión súper producción pochoclera. Habrá fantasía, hallazgos visuales, alguna humorada lograda y buenas actuaciones. También… ¡con ese elenco!: Nicholas Hoult, Eleanor Tomlinson, Ewan McGregor, Stanley Tucci, Eddie Marsan, Ewen Bremner, Ian McShane.



El tercero es Proyecto 43, película dividida en cortos de Bob Odenkirk, Elizabeth Banks, Steven Brill, Steve Carr, Rusty Cundieff, James Duffy, Griffin Dunne, Peter Farrelly, Patrik Forsberg, Will Graham, James Gunn, Brett Ratner, Jonathan van Tulleken de humor grueso, absurdo, políticamente incorrecto, de espíritu adolescente, escatológico, con afán de escandalizar. La novedad es que cuenta con un elenco de estrellas como Dennis Quaid, Greg Kinnear, Hugh Jackman, Kate Winslet, Liev Schreiber, Naomi Watts, Emma Stone, Richard Gere, Justin Long, Uma Thurman, Gerard Butler, Seann William Scott, o Terrence Howard. No sé el todo, pero en estos casos, uno que otro corto puede estar logrado.


El cuerto es GI Joe el contraataque de Jon M. Chu con Dwayne Johnson, D.J. Cotrona, Channing Tatum y ¡Bruce Willis! O sea la típica película con músculos, testosterona y cosas que explotan cada cuatro minutos. La veremos en algún momento porque siempre hay un domingo a la tarde de lluvia en el que las opciones son planchar las camisas para la semana o ver una peli de acción elemental y ¡adivinen qué elegimos! Y porque siempre vemos las pelis de Bruce Willis, aunque, querido Bruce, no te digo que hagas Shakespeare (bien podrías, talento no te falta) pero de vez en cuando ¿no podrías elegir un proyecto con alguna clase de argumento o con algo que se parezca a personajes? De más está decir que el querido Bruce ya tomó nota de mi objeción y ya está volando a Suecia para buscar con Liv Ullman un guión perdido de Ingmar Bergman y transformarlo en Duro de matar XVIII.

Respecto del quinto y sexto estreno, copiaremos a The guardian (que decimos que es de Londres, aunque por origen es de Manchester) que analiza tráileres (la viejas y queridas colas). Los tráileres son reveladores. Pueden vender mal una buena película, aunque las bondades de la misma trascienden y se “ven”. Se registra en toda la historia del cine que sólo hubo un caso, uno, de una excelente cola que vendió un film malísimo transformándolo en interesante, atractivo, caso del que nos ocuparemos en alguna otra ocasión.




Según el tráiler, Verano del 79 (Le skylab) de Julie Delpy (actriz identificada por la serie de films de Richard Linklater que compartió con Ethan Hawk: Antes del atardecer, Antes del amanecer, Antes de medianoche) es el viejo y querido relato costumbrista-pintoresco de relaciones familiares y del paso epifánico de la niñez a la adolescencia. Si no anduviera en ánimo de policial negro, quizá me hubiera aventurado a verla.



Y por último La reconstrucción de Juan Taratuto (No sos vos, soy yo, ¿Quién dice que es fácil?, Un novio para mi mujer) con Diego Peretti, Claudia Fontán y Alfredo Casero. Este tráiler es muy pero muy singular: cuenta toda la película. Promete ternura, lecciones de vida y por la naturaleza del elenco, actuaciones destacadísimas.

Esperamos haber sido de utilidad. ¡Felices Pascuas! ¡Feliz Fin de Semana Súper Largo!
Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 22 de marzo de 2013

Efectos colaterales






¿Es esta película tan buena de verdad o todos hacemos abuso de generosidad porque es la última obra de un hombre de genio? Sí, Steven Soderbergh (Magic Mike, La traición, Contagio, El desinformante, Che: El argentino, Che: Guerrilla, Ahora son 13, Intriga en Berlín, La nueva gran estafa,  Solaris, Todo al descubierto, La gran estafa  u Ocean's eleven, Traffic, Erin Brockovich una mujer audaz, Vengar la sangre, Un romance peligroso, Kafka, Sexo, mentiras y video, entre otras) se retira. Los motivos que esgrime suenan como un berrinche. Bah, siempre nos lo parecen cuando se jubila prematuramente alguien que admiramos. Sin embargo ¿cómo no coincidir cuando dice que el cine que se hace y se consume actualmente es vacío, ruidoso, torpe (el resumen interpretativo es mío, sus palabras son más amables)? Digo (¿en broma?) que el cine contemporáneo es una excusa para vender pochoclos, que la verdadera industria es ésa, la del popcorn. Antes se hacían largas cola para ver que nos deparaban Wyler, Preminger, Huston, Wilder, Truffaut, Bergman o Fellini, y hoy se venden millones de baldes de pochoclo para ver cada huevada. A los espectadores, cuando arrecia la mediocridad, nos queda refugiarnos en los clásicos. Claro, nos encantan las películas, pero no vivimos del cine. Querer hacer hoy buen cine en Hollywood no es difícil, es un absurdo. Es nadar corriente arriba en un río, en el que si te salvaste de las pirañas, te esperan los cocodrilos. Efectos colaterales es su última película para cine, hay otra para televisión, Behind the candelabra, un film biográfico sobre el pianista Liberace, con Michael Douglas y Matt Damon, que acaba de terminar y que produce HBO. Pero volvamos a la que nos ocupa.

Efectos Colaterales es del tipo de películas de las que conviene contar muy poco para no dar demasiadas pistas y arruinar las sorpresas. Emily Taylor (Rooney Mara, la Lisbeth Salander hollywoodense) ya venía pisando baldosas flojas. Ahora, a pesar de que su esposo, Martin (Channing Tatum) acaba de salir de la cárcel por haber estafado a una institución financiera (más que prisión le tendrían que haber dado 100 años de perdón) sigue deprimida y con ínfulas suicidas. Su psiquiatra, el Dr. Jonathan Banks (Jude Law) la empastilla con una droga nueva que le provoca unos efectos secundarios de lo más interesantes para la platea y de lo más incómodos para la pobre Emily. Aparece por ahí la psiquiatra anterior, la Dra. Victoria Siebert (Catherine Zeta-Jones) que oculta unos cuantos secretos. Todo comienza con el clásico reguero de sangre, entonces…

Como describe Philip French en The Observer: “el film muta de un acercamiento impactante a la farmacología y a la depresión en un thriller psiquiátrico al estilo de Cuéntame tu vida, el tipo de películas que Hitchcock hizo famosa a mediados de los ’40 y que generó una moda de películas sobre buenos o malos psiquiatras y su asociación con el sistema criminal de justicia”.

Bien, aunque el modelo declarado por Soderbergh es Atracción fatal y los thrillers que de mediados de los ochenta hasta mediados de los noventa se hacían por docenas. Lo que no invalida la observación de French, porque todo thriller le debe una misa a Hitchcock (perdón, después de una semana intensa con un reality show papal a full, otra imagen me resulta difícil). Como sea, Soderbergh arma un film sólido y tramposo (como el género requiere), en el que despliega todos sus talentos. El hombre ha blanqueado que desde hace años es su propio director de fotografía bajo el seudónimo de Peter Andrews y su propio montajista bajo el seudónimo de Mary Ann Bernard. Una despedida a toda orquesta de un legítimo hombre orquesta. Soderbergh dice que se va a dedicar a la pintura, el teatro y a la televisión tal vez. Te deseamos lo mejor, Steven.

Cosas de la vida, esto de renunciar me toca de cerca. Ando rumiando dejar como actor las tablas independientes, las profesionales, a pesar de mi larga e impresionante foja de servicios (mi orgullo), no se pelean precisamente por tenerme, sobre todo porque no me conocen (mi consuelo). No es cuestión de suerte como se dice, sino de algo más precario, de la solidaridad de quienes deben presentarte y avalarte y de la generosidad de quienes deben darte trabajo. Como bien dice Blanche Dubois se depende de la bondad de los extraños.

En el arte, la dimisión es algo profundo, misterioso e inapelable. Algunos se van para volver, como Clint Eastwood, que retornó tras una breve pausa con la magia intacta. Gene Hackman se refugia en la escritura de novelas históricas. Goldie Hawn prefiere continuar en su hija. Inés Estévez todavía no vuelve. Elsa Daniel regresó en una película equivocadísima y nos condenó otra vez a la tristeza de extrañarla. Marilina Ross, como actriz, volvió de nuestra nostalgia por insistencia de Doria para un especial de la tele y de la Zorrilla para una noche sola de teatro, pero la luminosidad ya era fabricada. Olga Zubarry consintió en morirse sin volver. Diana Maggi elige perderse en el recuerdo o en el olvido, que es lo mismo. Qué sé yo, quizá otra paradoja, pero a veces aunque parezca una cobardía, el verdadero heroísmo no está en besar la lona ni en tirar la toalla sino en colgar los guantes.
Un abrazo, Gustavo Monteros

 

viernes, 15 de marzo de 2013

Elena




“Tenés razón, los hijos son los hijos” admite Doménico Soriano en el final de una de las mejores obras de teatro jamás escritas, la Filumena Marturano del genial Eduardo de Filippo. “Madre hay una sola” reza el dicho popular. Sacralización que encuentra un límite en el chiste popular que la completa: “Menos mal, si no qué quilombo”.

Hay un concepto “madre”, sostenido por todas las madres, claro, que coloca a sus acciones por encima de toda ley, psicología o filosofía, porque, andá a negárselos,  una madre es una madre. Precepto al que Elena, la protagonista de esta película, adhiere a pie juntillas.

Elena (Nadezhda Markina) y Vladimir (Andrey Smirnov) son una pareja mayor de diferente extracción social. Él es rico, ella no. Se conocieron tarde en la vida y ambos tienen hijos de una relación anterior. La de él, Katerina (Elena Lyadova) es una muchacha moderna y desprejuiciada. El de ella, Sergey (Aleksey Rozin) es padre de dos hijos, de un adolescente, Aleksandr (Igor Ogurtsov) y de un bebé. Sergey está desocupado y manifiesta despreocupación respecto de su situación. Pero a pesar de sus diferentes contextos, tanto Katerina como Sergey son indolentes, lo que dice mucho, más allá de la temperatura social, de la educación y crianza en estos tiempos, pero no nos adelantemos. La cuestión es que Sergey necesita dinero para manipular influencias que evitarían que Aleksandr vaya al ejército y pueda seguir una carrera universitaria de inmediato. Por supuesto Sergey quiere que Elena le pida ese dinero a Vladimir, entonces…

“Dios está en los detalles” es un axioma, supuestamente acuñado por Gustave Flaubert y popularizado por el arquitecto Ludwig Mies van der Rohe, que resalta la importancia de tomar en cuenta los elementos menores que, en definitiva, se vuelven claves para hacer la gran diferencia. Andrey Zvyagintsev, el director de Elena, es un devoto de dicho axioma. Cuando el film comenzó, me pareció sacado de otra época, el tempo narrativo era de una lentitud exasperante. Me asusté porque creí que iba a contar los hechos en tiempo real y yo ya no tenía tiempo de tomarme un té de tilo. Pero no, después adquiere un ritmo más acorde al que se usa en la actualidad. El lento comienzo es su manera de advertirnos que prestemos atención a los detalles, que son los detalles los que nos darán la magnitud del conflicto.

Elena es un cuento moral de una gran simpleza que oculta en su aparente llaneza profundidades insondables. Desnuda como pocos las virtudes y cortedades de las relaciones, la crianza, la educación, el manejo del dinero y la violencia en esta contemporaneidad nuestra. Da pie a abarcadoras y apasionantes discusiones.

Demás está decir que como en toda buena película rusa, los actores ratifican ser dignos herederos de Constantin Stanislavski y entregan interpretaciones modélicas.

Copio a Tita Merello, que no en vano fue una Filumena Marturano insoslayable, y digo: Muchacha argentina, si sos madre de cuerpo o de alma, ésta es tu película. Eso sí, andá pronto porque no creo que dure mucho en cartel. Ah, y no vayas con un hombre, propio o ajeno, no sea cosa que se ponga paranoico…
Un abrazo, Gustavo Monteros

Anna Karenina





Se dice que las sociedades primitivas se reunían alrededor del fuego para contar hazañas antiguas que se transmitían de generación en generación hasta transformarse en mitos o leyendas. Hay cosas que no cambian. Hoy tenemos la globalización, internet, la telefonía celular, pero desde hace siglos seguimos reuniéndonos para contarnos una y otra vez las mismas historias. Pese a los cambios de contextos sociales y políticos, de modas o ambiciones, no pasa temporada en que no vuelvan las Annas Kareninas, Las damas de las camelias o Los condes de Montecristo. Qué se le va a hacer, es que los cuernos,  los sacrificios por amor y los hambres de venganza son eternos.

Los ingleses son campeones en esto de versionar las mismas historias. Saben que no es cuestión de contar lo mismo de la misma manera. No por nada llevan añares contando las imperecederas glorias y miserias de los Hamlets, los Otelos y los Romeos y las Julietas. En el fondo sólo se trata de cumplir la vieja ley del Music-Hall: hacer que lo viejo parezca nuevo.

Joe Wright (Expiación, deseo y pecado, El solista, Hanna) se aparta del clasicismo que usó para trasponer cinematográficamente la novela de Jane Austen, Orgullo y prejuicio y se lanza con esta Anna Karenina  (sobre el original de León Tolstoi, claro) a un artificio en mi opinión fascinante. Casi toda la acción transcurre en un inmenso teatro a la italiana en el que se levantó el patio de plateas para dar mayor espacio a las escenografías. Y con gran valentía y riesgo mezcla teatro, cine, música y algo de ballet. Este artificio obedece por supuesto a un concepto, la idea de que la vida social es una representación teatral que regula los comportamientos hasta volverlos convencionalismos puros; el campo sin embargo escapa hasta cierto punto de este encorsetamiento y puede filmarse en toda su munificencia. El artilugio deleita a los teatreros, aunque puede fatigar al espectador de cine que quiere que una película se parezca a una película. El otro peligro latente es que el truco, seductor y creativo como pocos, sepulte a la historia bajo toneladas de telones pintados, montículos de cartón piedra y utilería que jamás permanece en el mismo lugar mucho tiempo. Que esto no suceda dependerá de la pericia del guión y de la empatía que puedan crear los actores.

Al guión lo firma el gran dramaturgo checo-inglés Tom Stoppard (en nuestros escenarios se conocieron: Rosencrantz y Guildenstern han muerto, El verdadero inspector Hound, Saltimbanquis, Travestis, El Hamlet de 15 minutos, La invención del amor, entre otras), de asimismo impresionante foja de servicios para el cine. El señor hizo los guiones de La inglesa romántica de Joseph Losey, Desesperación de Rainer Werner Fassbinder, Brazil de Terry Gillian, El imperio del sol de Steven Spielberg, La casa Rusia de Fred Schepisi, Billy Bathgate de Robert Benton, Shakespeare apasionado de John Madden, Vatel de Roland Joffé, Enigma de Michael Apted, entre otras. Su versión para esta Anna es fluida, elocuente y exhaustiva. Si la memoria no me falla, es la primera vez que aparecen en pantalla todas las subtramas de la copiosa novela.

Keira Knightley está espléndida como la Karenina, la primero virtuosa esposa que se entrega luego a la ilícita pasión para terminar devastada por un amor incomprendido. Aaron Taylor-Johnson está muy bien como Vronsky, el impetuoso amante. Se los ve hermosos juntos, pero no alcanzan la suficiente química para evocar la abrasadora pasión que los consume. Promesa incumplida de todas las Annas Kareninas a decir verdad. Hubo grandes Annas y grandes Vronskys, pero nunca el arrebato incontenible que los lleva a romper las reglas. El bueno de Jude Law está impecable como Karenin, el esposo llevado al límite de sus creencias. Es la primera vez también en que este personaje no es un monstruo de la rigidez sino un marido lacerado con heridas que no cierran.

El elenco es de primera e incluye a próceres de varias gestas que reverdecen sus laureles: Matthew Macfadyen (Oblonsky), Kelly Macdonald (Dolly), Olivia Williams (la condesa Vronsky), y Emily Watson (la condesa Lydia Ivanova). Más algunas caras nuevas que despliegan estimable talento: Ruth Wilson (la princesa Betsy), Alicia Vikander (Kitty) y Domhnall Gleeson (Levin). Además de un par de guiños para los seguidores de Downton Abbey: Michelle Dockery, (la princesa Myagkaya) y Thomas Howes (Yashvin), en la serie: la heredera Mary Crawley y el simpático lacayo William Mason que se malogra al comienzo de la segunda temporada, respectivamente. Y un lujo, la inmensa Shirley Henderson en un breve y jugoso rol (la esposa escandalizada en la ópera).

Por las características descriptas, los rubros técnicos sobresalen y merecen ser nombrados. La fotografía es de Seamus McGarvey, el montaje es de Melanie Oliver, el diseño de producción es de Sarah Greenwood, la dirección de arte es de Thomas Brown, Nick Gottschalk, Niall Moroney y Tom Still, la decoración y utilería es de Katie Spencer, y el vestuario es de Jacqueline Durran. Apropiadamente nominados para premios que en algunos casos ganaron.

Una mención destacada para la bellísima partitura de Dario Marianelli. Soberbia.

No suelo darme cuenta de esas cosas, pero como en Moulin Rouge! de Baz Luhrmann y El romance del siglo de Madonna, las joyas que se ven son de indecible hermosura. Hasta yo, que en mi vida usé un anillo y mucho menos un aro, con gusto hubiera robado los aretes que luce por ahí la Knightley.

En resumen, una interesante versión, que más allá de sus peros, al menos para los teatreros se vuelve ineludible.
Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 8 de marzo de 2013

Hitchcock



Nada traiciono si digo que Hitchcock es un cuento que termina bien. Todos sabemos que Psicosis fue un gran éxito y que Hitch jamás se separó de su esposa Alma. Sí, esta película se asienta en estos ejes: los entretelones de la filmación de Psicosis y una de las crisis matrimoniales que sorteó con Alma.

Hitchcock apunta a los cinéfilos como su primer público y a los cinéfilos, como buenos niños que somos, nos gusta oír el mismo cuento una y otra vez. Este film no nos cuenta nada que no sepamos. Se nos vuelve a referir la azarosa elección del proyecto Psicosis, la pelea de Hitch con productores y censores, el armado del reparto, la ingeniosa promoción de la película y la ratificación, claro, de su perfil psicológico, el católico reprimido que sublima a más no poder, el voyeur, el onanista y el perverso en ciernes en su relación con las estrellas a medio hacer. En cuanto a Alma siempre supimos que fue un gran talento opacado por el genio de su marido, una “doctora” de guiones sin igual y una montajista de primera línea. Aquí se ilustra cómo piloteaba el hecho de vivir en las sombras, de ser dejada de lado. Y si la crisis matrimonial no es sangrienta se debe a que ella lo amaba de verdad.

Como no podía ser de otro modo, abundan también los chismes conocidos: que Hitch prefería a las estrellitas en ascenso antes que a las consumadas, porque éstas ofrecían más resistencia a doblegarse a sus caprichos; que Vera Miles fue la única actriz que se negó a ser manipulada para ser otra rubia de la colección, que su humor aunque cáustico no caía mal, que sufría los premios que se le negaban, y que detrás de la fachada de autoridad monolítica se escondía un hombre temeroso, inseguro y dubitativo.

El tono de la película es amable, tampoco podría ser de otro modo si se quería ser más o menos fiel a la verdad. Durante años se socavó el mito para descubrir sobre qué barro se aposentaba y se encontró poco o nada. Más allá de conductas discutibles y quizá hasta reprochables, Hitch por sobre todo era un buen tipo, y su peor costado se recortaba por las muchas frustraciones que halló irremontables. Y perdón por lo evangélico, pero el que esté libre… que tire la primera piedra.

El elenco de notables que interpreta personajes ídem es antológico: Anthony Hopkins (Hitchcock), Helen Mirren (Alma), Scarlett Johansson (Janet Leigh), James D’Arcy (Anthony Perkins) y Jessica Biel (Vera Miles). No les van a la zaga en personajes menos glamorosos: Danny Huston (Whitfield Cook), Toni Collette (Peggy Robertson), Michael Stulhbarg (Lew Wasserman), Richard Portnow (Barney Balaban), Ralph Macchio (Joseph Stefano) y Michael Wincott como Ed Gain, el asesino de las ensoñaciones. Como al pasar aparecen dos ídolos absolutos de los cinéfilos, nada más ni nada menos que Bernard Herrmann y Saul Bass, Paul Schackman es el músico Herrmann y Wallace Langham es el diseñador gráfico Bass. Y Josh Yeo hace del actor John Gavin que recibe el comentario más venenoso de toda la película. Todos y cada uno de ellos se divierten a lo grande y lo comparten con la platea. Y si bien, por elección propia, lo de Hopkins está más cerca de la mimesis que de la composición no por eso su trabajo se invalida.

En resumen, Hitchcock de Sacha Gervasi es una cita obligada para los cinéfilos y para los no cinéfilos también ¿por qué quién no disfruta de un buen chisme? Lo digo con autoridad porque pertenezco a las dos categorías. La de los cinéfilos y la de los chismosos.
Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 1 de marzo de 2013

The master




Cuando Hollywood no era más que un naranjal soleado y las películas mudas se hacían con la celeridad con que se hierven las salchichas del hot-dog, surgió entre los productores la manía de reducir los argumentos a unas cuantas oraciones, tales como las de la famosa enunciación: chico conoce chica, chico pierde chica, chico recupera chica, y su variación: chico conoce chica, chico pierde chica, chico no recupera chica. La costumbre persiste hasta hoy y si tuviera que reducir el argumento de The master a sus esencias diría que es: Tornillo Flojo conoce a Manipulador Irresponsable, Manipulador Irresponsable pierde a Tornillo Flojo, ¿Tornillo flojo vuelve con Manipulador Irresponsable? Ojo, aunque por hacerme el vivo parece que equiparo el argumento a la fórmula de romance 1 y 2, no hay aquí ningún Secreto en la montaña, no, entre Tornillo Flojo y Manipulador Irresponsable hay una cosa como de amistad a secas, más de padre e hijo, o como el título sugiere más de maestro y discípulo.

Tornillo Flojo es Freddie Quell (Joaquin Phoenix), un marinero que sobrevivió a la Segunda Guerra Mundial y más que uno tiene varios tornillos flojos. Ya venía medio “Tocame un vals” de antes, pero la guerra terminó de “Soltarle la cadena”. Y por esas cosas de la vida, del destino y de los argumentos de las películas conoce a Manipulador Irresponsable o sea Lancaster Dodd (Philip Seymour Hoffman), un charlatán mayúsculo que podría o no (más bien no, según declara el guionista y director, porque estamos en la década de los 50 en los EE UU y estos personajes abundaban) ser L. Ron Hubbard, el creador de la Cientología. La cosa es que Manipulador Irresponsable ha inventado una especie de filosofía religioso-científica llamada La Causa,  y por medio de sugestión o de hipnosis te conecta con los millones de vidas que tuviste antes, y si sorteas las trampas de malvados alienígenas, puede que ese contacto te dé algo de felicidad y hasta te cure de algún mal grave. Y no va que Manipulador Irresponsable toma a Tornillo Flojo bajo su tutela como un proyecto personal. Algo que es alternativamente aceptado o rechazado por la Esposa Tenebrosa (Amy Adams) de Manipulador Irresponsable.

Y dado que estamos en una película de Paul Thomas Anderson (Juegos de placer, Magnolia, Embriagado de amor y Petróleo sangriento), a quien se le dan muy bien los líderes, los pioneros y las familias disfuncionales, la relación entre los protagonistas es misteriosa, profunda, embriagadora. Los tres actores mencionados, nominados para su correspondiente Óscar, dan cátedra y sientan precedente de cómo actuar en una película.

También, como en toda película de Anderson, pueden destilarse reflexiones de por qué los Estados Unidos son como son, cosa que a mí ya no me importa, porque por más que me diera la cabeza para llegar al epicentro de la contradicción caminante que son, igual van a seguir invadiendo países, matando de hambre a medio mundo y destruyendo las reservas naturales. De todos modos, la premisa tiene validez universal, porque locos y mesiánicos hay en todos lados.

Ojo, no es una película fácil, la querida Vicky Lago jamás la va a presentar con sus diminutivos en su ciclo de películas vespertinas, porque puede incomodar, desconcertar y exasperar; y aunque la observación de las conductas de los personajes es artera, las habituales “lecciones de vida”, que tanto pregona la talentosa actriz, están más lejos que el Polo Norte.

En lo personal confieso que me resistía a entrar en el juego que propone Paul Thomas Anderson, el film comienza contándonos por qué Tornillo Flojo es Tornillo Flojo y los retratos de locura me dan una tristeza infinita y me devastan, pero cuando Tornillo Flojo sube al barco, con sus lucecitas y los invitados bailando el mambo o el calipso y la banderita ondeando y la cámara los ve irse, me inundó una sensación de belleza, como de cuadro de Edward Hopper, y entré. Al ratito nomás comienza la relación con Manipulador Irresponsable y el asunto se vuelve más oscuro, aunque más claro en lo vital (si ven el film comprobarán que este disparate en el que parezco caer no es tal). Cuando terminó, me encariñé con Phoenix y su Tornillo Flojo, no sé si con el tiempo llegaré a quererlo tanto como al peligroso Travis Bicke, taxista, que hizo una vez un tal Robert De Niro, pero este loco tiene, allá atrás, bien en el fondo, una inocencia que desarma.

En resumen, ojalá puedan entrar en el código personalísimo que Paul Thomas Anderson maneja, si lo logran podrán disfrutar de un mundo sencillamente fascinante.
Un abrazo, Gustavo Monteros