viernes, 29 de noviembre de 2013

La sospecha



La sospecha es un thriller con ambiciones. Tiene un arranque poderoso que asegura de inmediato nuestro interés. Dos parejas amigas (Hugh Jackman y Maria Bello por un lado y Terrence Howard y Viola Davis por otro) festejan el Día de Acción de Gracias. Entre recuento de anécdotas e intercambio de bromas beben un poquito demás. En algún momento del festejo dejan a sus hijas salir a buscar algo en casa de Jackman y Bello. No volverán. La peor pesadilla de un padre se hace realidad: se presume que han sido secuestradas. El caso cae en manos de un joven policía, Jake Gyllenhaal. Las primeras pistas llevan a sospechar de un “tornillo flojo”, Paul Dano.

Entonces el director Denis Villenueve (reconocido y admirado internacionalmente por la portentosa Incendies) sin apartarse del thriller comienza a profundizar el entorno y los personajes. El pueblo donde transcurre la acción luce desolado, devastado. La atmósfera es opresiva, ominosa y los personajes tienen más facetas que todas las piedras de las Joyas de la Corona. Algunos de los peores rasgos de la sociedad estadounidense salen a la luz, la paranoia, el individualismo, la naturalización de la violencia, y el misticismo conductista.

Hugh Jackman insatisfecho con la evolución del caso tomará resoluciones que exponen una misteriosa ambigüedad moral tanto en el guionista como en el director en un tema controvertido como pocos, la tortura. Solo se la muestra. No hay aquí un punto de vista rector, una posición tomada.

En el tramo final la historia hará unos cuantos malabares, tendrá unas cuantas vueltas de tuerca un poco traídas de los pelos, que habrá que aceptar sin chistar, aunque la credibilidad sea puesta más que a prueba. En esto se sirve de las herramientas habituales ya en el thriller tramposo al que Hollywood nos tiene acostumbrado. No obstante no empañan las evidentes virtudes de un film contundente.

El elenco es sólido de toda solidez. Del primer actor al último extra dan actuaciones medulares sin ninguna nota en falso. A los nombrados agrego a dos muy admirados por mí, el Sondheimniano  Len Cariu (¡el hombre fue el primer Sweeney Todd para la Sra. Lovett de la inmensísima Angela Lansbury!, Dios sin duda lo bendijo, aunque desafortunadamente su actuación no quedó grabada en video, puesto que en el que existe, registrado durante la gira por el interior de EEUU, el rol lo interpretaba el también grande y Sondheimniano, George Hearn) y destaco asimismo a la dúctil Melissa Leo. Hay premiaciones que contemplan distinguir a elencos completos, éste debería ganar varios de esos lauros. Imposible no mencionar también el impecable trabajo del director de fotografía, Roger Deakins, frecuente colaborador de los hermanos Coen.

Es una pena que no se haya conservado el título original Prisoners (Prisioneros) mucho más abarcador, sugerente y alusivo al eje de la historia que el anodino La sospecha que limita la interpretación a un único aspecto de la narración.

Denis Villenueve confirma que el talento exhibido en Incendies no era casual o fortuito. En resumen, un film un poco infatuado de su importancia, pero atrapante, que desata reflexiones que uno sigue rumiando incluso días después de haber visto el film. ¿Quiénes son los prisioneros? ¿Todos? ¿Algunos? ¿Y de qué los son? ¿De sí mismos? ¿De lo que arrastran? ¿De cómo llegaron a ser lo que son?
Un abrazo, Gustavo Monteros

jueves, 28 de noviembre de 2013

Las estrellas también cumplen años


Reproduzco esta nota más que nada porque a todos nos interesa estar al tanto de la edad de los actores.

Domingo 24 de noviembre de 2013 | Publicado en edición impresa

Hollywood

Estrellas que no se apagan

Los protagonistas envejecen sin sucesores; films para caras nuevas, como 50 sombras de Grey, ponen en aprietos a los estudios

Por Javier Porta Fouz  | Para LA NACION

 Sylvester Stallone: 67. Arnold Schwarzenegger: 66. Bruce Willis: 58. George Clooney: 52. Robert De Niro: 70. Al Pacino: 73. Robert Downey Jr.: 48. Harrison Ford: 71. Viggo Mortensen: 55. Brad Pitt: cumple 50 en diciembre. Tom Cruise: 51. Adam Sandler: 47. Daniel Day Lewis: 56. Denzel Washington: 58. Clint Eastwood: 83. ¿Y Leonardo Di Caprio? Un niño realmente, cumple 40 recién el año que viene, las ventajas de haber empezado muy joven y haber participado en un éxito descomunal como Titanic (1995) muy pronto.

El promedio de edad de estas dieciséis estrellas del cine de hoy (incluido el niño Di Caprio), de esas que convocan público por su propio nombre, es 59 años ¿Pueden encontrar una cantidad similar de estrellas taquilleras, pero con un promedio de edad de 49 años? ¿Y con 39? Prueben: cuando hizo El padrino II, Al Pacino tenía 34, y De Niro, 31 años. Simplificando y generalizando mucho, podemos decir que las grandes estrellas masculinas jóvenes son un invento del cine de décadas pasadas, y que lo que hay ahora es apenas un eco de eso, ¿o será un último estertor? ¿Dónde están los Pacino y De Niro actuales?

 Cuando se estrenó Volver al futuro Michael Fox tenía 24 años, ¿dónde está el nuevo Michael Fox? Sí, claro, hay estrellas más nuevas: Matt Damon tiene 43 y Ben Affleck, 41 ¿Justin Timberlake? 32 años ¿Jesse Eisenberg? 30. Podemos bajar la edad y encontrar algunos nombres más (no tantos), pero al compararlos con los citados al principio nos alejamos cada vez más de la noción de estrella: nombres inmediatamente reconocibles por el espectador (es decir, sin necesidad de aclarar "Jesse Eisenberg, el de Red social"). En el caso del cine de acción, un surgimiento rutilante de los últimos años fue el inglés Jason Statham, que llegó a la fama con poco pelo y hoy tiene 46 años. El éxito, para los actores en el cine de hoy, está lejos de estar asociado automáticamente con la juventud.

 Sí, hay éxitos que tienen actores jóvenes. Crepúsculo por ejemplo. Pero si nos detenemos en el veinteañero Robert Pattinson, veremos que su éxito proviene de la serie vampírica y que él, por sí solo, no puede trasladarlo automáticamente a otra película. Lo mismo ha ocurrido con los jóvenes actores de Harry Potter. Y megaéxitos globales como la serie -por ahora sin fin- Rápidos y furiosos tampoco transfieren su atractivo a otros proyectos de los actores principales, que ya no son unos niños.

 En el siglo XXI, muchos éxitos se construyen con una marca (best sellers como punto de partida es una fórmula muy utilizada) que puede prescindir de un director especialmente conocido y de actores superestrellas. Ahí están las mencionadas Harry Potter y Crepúsculo: estas películas hacen famosos a sus actores y no al revés. Y así tal vez será con la adaptación de 50 sombras de Grey y Jamie Dornan.

 Las películas de animación más grandes, si bien suelen contratar a muchos actores conocidos para que aporten sus voces, tienen éxito también dobladas a otros idiomas, lo que probaría que tampoco para ellas son tan necesarias las estrellas. De esto podemos derivar una hipótesis rápida sobre por qué hoy no surgen tantas estrellas jóvenes: buena parte del cine sigue haciendo negocios sin necesitarlas. Sí, hay otra zona del cine que, impulsada por el nombre de los actores, continúa generando éxitos, pero esos éxitos no son necesariamente la porción más grande de la torta.

Era distinto en el pasado: en los setenta no había estas series de secuelas y más secuelas y el cine de animación estaba muy, pero muy lejos de generar (en términos absolutos y en términos relativos) los ingresos de hoy en día. Pero en esa década ya estaba el germen de las películas que basan su venta mucho van más allá de las estrellas: Tiburón (1975) de Steven Spielberg (Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss eran conocidos, pero no estaban por delante de los dientes del asesino acuático en el afiche) y, por supuesto, La guerra de las Galaxias (1977) de George Lucas, que ayudó a construir como gran estrella a Harrison Ford (y falló con Mark Hamill). Spielberg y Lucas, si bien a partir de hacerse exitosos lograron trabajar con otras estrellas, empezaron a probar que quizá no eran tan necesarias, y el cine de hoy sigue utilizando sus enseñanzas. Habría que preguntarles a los actores prometedores de hoy en día si no hubieran preferido ser jóvenes promesas (o realidades consumadas) en los setenta o en los ochenta.

 Hay otra manera de ver este fenómeno: a edad similar, los actores de hoy en día parecen mucho más jóvenes que los actores de décadas pasadas. Es fácil de entender: gracias a diversos factores (algunos más naturales, otros menos) estrellas que son muy conocidas y que portan una larga carrera previa parecen de mucha menos edad que la que tienen. Y entonces, otra hipótesis: no habría tanta necesidad de estrellas nuevas porque las estrellas establecidas (de cuarenta o de mucho más) lucen cada vez más jóvenes. En una nota reciente de Vulture se hacía una comparación entre actores de hoy y del pasado con edades similares. Un par de ejemplos: Harrison Ford es hoy dos años mayor que Burgess Meredith cuando hizo de Mickey en Rocky . Y Bruce Willis tiene la misma edad que Spencer Tracy cuando hizo El viejo y el mar. Las actrices también están en la nota de Vulture, pero es un tema que se podrá tratar en otra ocasión: aunque algunas se comparten, entran a jugar otras variables dignas de verse por separado.

¿Y en cuanto a los actores argentinos? La estrella más grande del cine nacional en este momento es Ricardo Darín, ¿Edad? 56 años. ¿Y los otros dos nombres que llevan mucho público en el cine argentino? Guillermo Francella tiene 58 y Adrián Suar, 45. Por otra parte, a juzgar por la recepción en la Argentina de los nombres más nuevos de Hollywood, es aún más difícil instalar una estrella joven aquí que en los Estados Unidos. Por ejemplo, Channing Tatum (33) no es una estrella para el mercado local y las magras cifras de sus estrenos lo prueban. En cambio, Johnny Depp sigue llevando mucha gente a los cines: El llanero solitario funcionó en el mercado local mejor que en el promedio mundial. Claro, Depp, de eterna cara de joven y que recién cumplió los 50, un niño al lado de los largamente septuagenarios Stallone y Schwarzenegger..
 

jueves, 21 de noviembre de 2013

Gambit



Hubo una vez en 1966 una comedia de frágil pero imperecedero encanto. Significó el desembarco en Hollywood, a instancias de una por entonces poderosa Shirley Mac Laine, que lisa y llanamente lo impuso a los productores, de un por entonces incipiente inglesito, un tal Michael Caine. El gran Herbert Lom completaba el elenco. La dirigió el versátil Ronald Neame (La aventura del Poseidón, La primavera de una solterona, La alegre historia de Scrooge). La película se llamó Gambit.

En ella, Harry Dean (Michael Caine) un barriobajero londinense contrata a Nicole (Shirley Mac Laine) una corista de un cabaret hongkonés y se hacen pasar por aristócratas ingleses para estafar a un multimillonario, Shahbandar (Herbert Lom) en un indeterminado país árabe. 

Hubo una vez un productor, Mike Lobell, que asistió a la premiere inglesa de Gambit en 1966 con reina, pompa y circunstancia y esas cosas. En 1996, la compañía para la que trabajaba le pidió una remake y él sugirió Gambit. El proyecto comenzó a andar. En algún momento, los hermanos Coen, muy necesitados de plata, aceptaron reformular el guión. Pusieron poco oficio y menos inspiración en la tarea. La remuneración de debe haber sido muy estimulante. Alcanzó a lo sumo para que se divirtieran contraponiendo dos registros de habla: el inglés de las clases altas y cultas versus el tejano más pintoresco y folklórico.

En la versión de los Coen, la cosa es así: Harry Deane (Colin Firth), un experto en arte inglés contrata a P J Puznowski (Cameron Díaz), una reina del rodeo tejano para hacerla pasar por la dueña de un Monet y estafar a su insoportable patrón, el megamillonario Lionel Shahbandar (Alan Rickman) en la Londres contemporánea. Dirigió Michael Hoffman.

Antes de llegar a la conformación del presente equipo creativo se barajaron varios nombres. Algunos directores no quisieron trabajar con un guión ajeno, otros actores no se avinieron a los directores propuestos. Una pena que el proyecto no se empantanara indefinidamente porque esta vez el cuento termina mal.

Los Coen respetaron al menos el artilugio que hace única a la versión original aunque denuncian el truco. En el Gambit de 1966, durante la primera media hora en que Shirley Mac Laine, créase o no, no dice una sola palabra, se exhibe la ejecución de un plan hasta los más mínimos detalles. Luego, en el minuto 31 sabremos que no asistimos a hechos sino a la versión idealizada que de los mismos tiene Michael Caine. Y entonces Shirley, conocida parlanchina si las hay, hablará hasta por los codos. Aquí, los Coen, introducen un narrador, Wingate (Tom Courtenay) un falsificador genial que denuncia antes de que los hechos se escenifiquen que veremos la versión que de los mismos tiene Colin Firth. Cameron Díaz, no tan conocida parlanchina, tampoco dirá una palabra pero el artilugio ya no despista y carece de gracia. 

El director Michael Hoffman (Sopa de jabón, Restauración, Sueño de una noche de verano, Lección de honor, La última estación más que seguir la huella de los clásicos que en los 60s hizo Stanley Donen con también una palabra en el título, Charada y Arabesque, homenajea más bien a las comedias que por la misma época hacía Blake Edwards. Hasta se permite marcarle a Colin Firth un par de gags muy en el estilo del inspector Clouseau, pero como veremos el actor tiene otra agenda.

Cameron Díaz es tan encantadora como Shirley Mac Laine, aunque su personaje está mal armado, las situaciones en las que participa son tan risibles como un dolor de muelas y sus líneas “tejanas” son más malas que un dóberman asesino. Con un personaje que no estaba en el original, Stanley Tucci en clave de corrección política actualiza el viejo y querido mariquita, así de marcado y estereotipado es su gay. Tom Courtenay no tiene mucho para hacer salvo poner la cara y lucir tierno. El personaje de Cloris Leachman, que tampoco estaba en el original, parece vivir en El chiquero de Pasolini, La gran comilona de Marco Ferreri o Feos, sucios y malos de Ettore Scola, pero sin la punzante ironía de los clásicos italianos, lo suyo es pura grosería.

Dos cosas, sin embargo, se salvan del naufragio. Colin Firth de Michael Caine sólo toma los míticos anteojos y se dedica a interpretar su papel como si lo hubiera hecho Cary Grant. No es una imitación en el sentido estricto del término sino una personificación “a la manera de”. Si se conoce o se tiene muy presente el paradigma Cary Grant, su trabajo adquiere mayor relieve y se disfruta más. Y por último, la primera escena con los dos recepcionistas del Savoy Hotel. Es un ejemplo logradísimo de doble sentido. Colin Firth y Cameron Díaz sostienen una discusión perfectamente inocente, “leída” en sentido sexual por los recepcionistas, interpretados antológicamente por Julian Rhind-Tutt y Pip Torrens, quienes por alguna curiosa razón no aparecen en los créditos finales y hubo que googlear para saber sus nombres, esfuerzo más que merecido porque es imposible no sonreír con ellos.

Si la memoria no me falla, es el enésimo film de Michael Caine que se replica. Antes hubo un nuevo Alfie, un nuevo Get Carter, un nuevo The Italina job y otro Sleuth-Juegos macabros. En todos los casos y ante los pobres resultados, uno no puede evitar preguntarse: ¿no hubiera sido mejor invertir la plata gastada en las remakes en una gran campaña publicitaria y reestrenar los originales? La respuesta es obvia.

Un abrazo, Gustavo Monteros
Gambit (2012) acaba de ser lanzada en DVD y se halla en todos los clubes de DVD. Gambit (1966) hace rato que se lanzó en DVD y se encuentra en los clubes de DVDs clásicos.

jueves, 14 de noviembre de 2013

Temporariamente...

...cerrado por agotamiento físico-psicológico-cultural. ¡Volveremos!



(No estoy cansado de lo mismo que Madeline Kahn, pero ¿quién puede resistirse a postear alguna vez esta maravilla.)

Abrazo grande,
Gustavo Monteros

viernes, 8 de noviembre de 2013

The iceman



Si hay algo que la literatura y el cine has probado casi imposible es que alguien tenga una doble vida y se salga con la suya. Tarde o temprano, los caminos se cruzan y la verdad se revela. Richard Kuklinski (Michael Shannon) le oculta todo a su esposa, Deborah (Winona Ryder), primero que no dobla dibujos animados sino películas porno y después cuando el capomafia, Roy Demeo (Ray Liotta) le dé un trabajo más acorde a sus talentos le dirá que se dedica a la especulación bursátil. Tampoco es cuestión de contarle a la propia esposa que uno es un asesino profesional, de esos que apagan faroles sin pestañar.

El film se basa con aparente fidelidad en un caso real, lo que le da a la historia la dificultad de crecer como drama. Tal como está, es un cuento técnicamente impecable que no ofrece más suspenso que saber cuándo se enterarán la esposa y las dos hijas y cómo. Sin embargo la trama se sigue con interés por el magnetismo del protagonista.

Como mucha otra gente, le di un nombre y apellido a Michael Shannon en la fabulosa El imperio del contrabando (Boardwalk Empire), serie que sigo religiosamente sin perderme un minuto. Antes todos lo habíamos visto en numerosas películas como otro más de los excelentes actores de reparto que tiene el cine yanqui. A partir de la serie ascendió a protagonista y muchos lo seguimos con admiración en todo lo que emprende. Como Jean Reno, Jean-Paul Belmondo o Humphrey Bogart pertenece a los “carones”, los que más que por donosura enamoran a la cámara con la inimitable personalidad de sus rasgos. A Shannon, el talento para actuar le exuda y puede ser tanto el más noble de los vecinos o el más hijo de puta de los villanos. Si no lo conocen o no lo ubican del todo, The iceman de Ariel Vromen es una inmejorable oportunidad de familiarizarse con él. Su actuación aquí es sencillamente deslumbrante. Convierte a esta película en un hito del arte de interpretar y no exagero en lo más mínimo, más bien me quedo corto. Tan grande es.

Ray Liotta como en Mátalos suavemente le presta a su personaje su paso por la insoslayable Buenos muchachos de Martin Scorsese. Winona Ryder está bien y es bienvenida otra vez al ruedo. Chris Evans anda con ganas de ser algo más que El capitán América y se anota unos cuántos puntos. En el elenco figura también un casi irreconocible David Schwimmer y se engalana con los gánsteres de John Ventimiglia y Robert Davi. James Franco tiene una breve participación y el bueno de Stephen Dorff se luce en su también fugaz escena.

Si son de degustar excelentes actuaciones, no le fallen a este Michael Shannon de antología.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Un camino hacia mí



Fui un chico difícil y un adolescente incluso más difícil. Al abrir los ojos cada mañana, los primeros que tenían que lidiar con mis dificultades eran los miembros de mi familia, quienes las ignoraban o hacían lo posible por intensificarlas. Sobreviví a mis dificultades y a ellos. En mi primera juventud acomodé cómo pude las cosas, me di y les di a cada cual su culpa y empecé a desandar mi vida con la niñez y la adolescencia detrás y sus cuentas relativamente saldadas. Pero de verdad dejé de culparlos al entrar a la treintena larga. Comprendí que cuando era adolescente, mis padres tenían la edad a la que yo había arribado. ¿Cómo pedirles, pues, que me contuvieran, me comprendieran cuando yo, llegado a esa etapa, no entendía nada ni podía contener ni a un peluche? Fue un alivio y una condena. Ahora por fin mi vida era mía y a nadie podía atribuirle los desastres que cometía. Crecer siempre es difícil, aunque la adolescencia es el peor ritual de pasaje. La pena y la dicha son más intensas, de colores refulgentes, sin matices, todo es extremo y el alboroto hormonal poco ayuda. Se acabaron las ternezas de la infancia y lejos están las certezas de la madurez. Me acojo a lo que dice la canción de Gigi: I’m glad I’m not young anymore (me alegra ya no ser joven).

Desde el principio sabemos que Duncan (Liam James) está en problemas. Un camino hacia mí se abre con una de las escenas más crueles desde que Ingrid Bergman se sentara al piano y humillara a Liv Ullman en Sonata otoñal. Trent (Steve Carell) el novio de la madre de Duncan, Pam (Toni Collette) le pregunta a Duncan: “Entre 1 y 10 ¿qué puntaje te das?” Duncan a regañadientes se da un 6. Trent le retruca: “Para mí sos un 3”. La escena está muy bien filmada, transcurre en un auto y de Trent sólo se ven los ojos en el espejo retrovisor, en cambio de Duncan se ve todo su rostro que refleja el dolor infringido. Por suerte, más adelante Duncan se topará con Owen (Sam Rockwell) un adulto inmaduro, que todavía se lame las heridas de la adolescencia, por eso los comprende tanto, que le dirá: “No te preocupes, no te conoce, esa respuesta habla más de él que de vos”. Menos mal, sino pequeño trauma tendría Duncan que superar. Y siguiendo con los números, es imperativo aclarar que Duncan tiene sólo 14 años.

Un camino hacia mí transcurre en unas acotadas vacaciones de verano en las que Duncan y todos los que lo rodean harán unos cuantos ajustes. Es una pequeña película que como los ejemplos mencionados en el afiche (Pequeña Miss Sunshine y La joven vida de Juno)  se vuelve entrañable, porque si bien parte de una peripecia chiquitita, ésta se vuelve trascendente en sus alcances. 

Se distingue debido a que parte de tres ejes imbatibles: un elenco impecable, un guión bien estructurado con algunas frases brillantes y una dirección que sabe servirlo. Steve Carell y Amanda Peet se lucen en papeles antipáticos esta vez. La extraordinaria Toni Collette hace lo suyo o sea algo extraordinario. La no menos enorme Allison Janney descuella en la vecina Betty. Maya Rudolph entrega una hermosa actuación  salvaje con Caitlin y el bueno de Sam Rockwell le da aristas y sutilezas a su Owen. El pequeño Peter de River Alexander con su ojo ladeado es una delicia. Están también muy bien las adolescentes Zoe Levin (Steph) y AnnaSophia Robb (Susanna), pero nada sería lo mismo sin un protagonista luminoso, imposible no identificarse con el Duncan de Liam James.

Los actores y guionistas, Nat Faxon y Jim Rash debutan en la dirección con esta honestamente manipuladora historia, honestamente porque no cae jamás en la tentación del golpe bajo berreta. Y si bien pudieron evitarse la competencia final, debieron sentir que conducía mejor al abrazo, lo cual es verdad.

El lema del afiche dice: “We’ve all been there”. Y sí todos hemos estado ahí, en una transición dolorosa, de adolescentes, de adultos, en cualquier edad, bah.
Un abrazo, Gustavo Monteros