viernes, 18 de enero de 2013

Una aventura extraordinaria


Una aventura extraordinaria (Life of Pi) es una película inusual. Muchos la tildan de obra maestra, de pieza única, aunque tentado a dejarme arrastrar por la corriente de entusiasmo, elijo esta vez sentarme en la orilla y destacar su singularidad, que el tiempo decida el sitial de honor que le corresponda en la historia del cine.
 


Un novelista a la pesca de una buena historia le pide a un Pi ya adulto que le cuente la aventura que signó su vida. Y Pi, claro, se la cuenta. Esta relación novelista-Pi narrador es el marco limítrofe que circunda la película, que tendrá dos partes claramente distinguibles y una conclusión. En la primera, resuelta en un naturalismo exacerbado o poético que roza el realismo mágico sin deslizarse en él, Pi relata su infancia particularísima, el origen de su nombre, el deslumbramiento por las fuerzas superiores que lo lleva a practicar tres religiones simultáneamente (el hinduismo, el islamismo y el catolicismo) y la convivencia en una familia administradora de un zoológico. Habrá una ida y vuelta constante entre el pasado evocado y el presente narrativo de novelista-Pi contador. Esta primera parte concluye en que los padres deben vender los animales a un zoo de Canadá, país en el que la familia también se afincará. Animales y familia se suben a un carguero japonés que se hunde en medio de la travesía. Pi termina en un bote con una cebra, un orangután, una hiena y Richard Parker, un tigre de Bengala. Comienza entonces la segunda parte, el relato de la supervivencia al naufragio. En esta parte no habrá regreso al presente narrativo de novelista-Pi relator. A la larga, bueno, más bien a la corta, quedan en el bote sólo Pi y el tigre y  se nos cuenta cómo logran convivir (es un decir) y sobrevivir (desde un principio tenemos esa certeza respecto de Pi, del destino de Richard Parker nos enteraremos ahora). La tercera parte corresponde al epílogo en el que, como es de rigor, todas las líneas narrativas abiertas encuentran su conclusión.
 


La primera parte siembra las claves con las que la segunda, la historia del naufragio, debe leerse: un elusivo sentido de la realidad atravesado por la fantasía y la religiosidad. El epílogo nos dice que quizá haya dos versiones de la historia de Pi, una, la que se nos ilustró, con un Dios aleatorio pero no ausente y otra de una humanidad feroz sin un Dios a la vista. ¿Cuál es la verdadera? Como el novelista o los agentes japoneses del seguro, tendremos que elegir. O no. Después de todo, los cuentos son una ilusión, la verdad es inaprensible.
 


Ang Lee es un narrador dotado, talentoso e inquieto. Se ha paseado por varios géneros con sensibilidad y logros. La comedia de costumbres (Banquete de boda; Comer, beber, amar), la transcripción de novelas clásicas (Sensatez y sentimientos), el drama cínico (La tormenta de nieve), el western (Cabalgando con el diablo), el relato modélico de artes marciales (El tigre y el dragón), la reformulación de superhéroes (Hulk), el drama romántico testimonial (El secreto de la montaña), el thriller de amor y espionaje (Crimen y lujuria) y la comedia nostálgica (Bienvenidos a Woodstock). En Una aventura extraordinaria halla un nuevo desafío del que sale victorioso.
 


La película se basa en una exitosa novela fantástica de Yann Martel. Aunque la primera parte es seductora y llena de delicioso humor, es la segunda, la del naufragio, la que me apasionó. Me aburren soberanamente los relatos de naufragios, pero este me atrapó. Ang Lee despliega una imaginería visual deslumbrante y coincido con todos los críticos que lo señalaron, por fin los adelantos tecnológicos sirven para algo más que para los efectos pochocleros berretas, ya que el inefable Richard Parker y los demás animales fueron generados por computadora.
 


Tuve la suerte de ir al cine acompañado de un grupo de amigos. La propuesta de Lee obtuvo distintos grados de aceptación y aprobación. Generó, sin embargo, una apasionante y lúcida discusión que me permitió vislumbrar interpretaciones que por mi cuenta quizá nunca hubiera elucubrado.
 


Una aventura extraordinaria es un film distinto, con un mundo propio, que se atreve a ser singular. Adentrarse en él implica riesgos, pero también recompensas.
 

Un abrazo, Gustavo Monteros

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