viernes, 11 de enero de 2013

Mentiras mortales


Robert Miller (Richard Gere) lleva una vida ideal (al menos para las revistas que se dedican a glorificar a los financistas ricos). Viaja en jets privados, hace negocios voluminosos, vive en una casa palaciega, tiene una familia feliz y bien provista, y sus subalternos lo respetan y lo envidian. Pero como su título en español lo anticipa, esto no es más que fachada, todo es pura mentira. Para empezar, como todos los ricos, es un hijo de puta. Perdón por ser tan elocuente, pero no hay fortuna sobre la Tierra que no haya sido amasada con el sudor, el sacrificio y hasta la sangre de otros. El humanismo, la filantropía no hacen fortuna. Ojalá pero no, sólo el ventajismo, la explotación, la impiedad la hacen. Ojo, hablo de riquezas cuantiosas, no de progreso o ascenso económico, eso, con un poco de suerte, está al alcance de todos y no implica necesariamente dejar el tendal. Juntarla con pala, sí. Y Robert (o sea Richard) la junta con pala. A fuerza de estafa y fraude. Pero está llegando al final de la cuerda, todavía se sostiene haciendo malabares, aunque no por mucho tiempo más, la encrucijada ya no está a la vuelta de la esquina, no, la espalda está contra la pared. En la vida privada tampoco es un santo. Le mete los cuernos a su dorada esposa (la gran Susan Sarandon) con una artista plástica que es, por supuesto, joven, bella y rubia.
 


Y por más que a Robert lo interprete el simpático de Gere, esto solo no es garantía de que simpaticemos con semejante sátrapa, de ahí que al suspenso de la trama principal (¿hasta cuándo le durará la suerte a Robert?) se le sumen dos subtramas con las que se procura establecer nuestra emotividad. La de la hija, pobre ingenua que creía que hacer mucha plata es tan noble y decente como limpiar calles; y la del pibe que lo rescata del accidente, ¿cómo dejarlo al margen del problema y de la cárcel? Estas subtramas permitirán también mostrar que Robert (o sea Richard) tiene todavía algo de reserva moral. No mucha, pero algo le queda.
 


Mentiras mortales (Arbitrage o sea Arbitraje en el original, no el del fútbol, sino la compra y venta simultánea de un activo en dos mercados diferentes para obtener una  ganancia por la diferencia de precio) es un vehículo de lucimiento para Richard Gere. El hombre aprovecha el servicio y da una actuación excelente. Susan Sarandon sigue sin tener suerte. Su personaje es el del león dormido. Hasta el momento clave en que el león se despierta, debemos tomarlo en cuenta aunque no mucho. Pero el guionista y el director, Nicholas Jarecki, temeroso de que el que el público tenga ocupadas sus neuronas masticando pochoclos, le tiran unas líneas demasiado evidentes y la obligan a subrayarlas, no sea cosa que el final nos tome desprevenidos y nos parezca desleal. No temas, muchacho, a Susan la notaremos aunque sea la extra 14 de un plano general, no en vano le sobra talento, tiene años luz de experiencia y trabajó con algunos de los grandes-grandes como Billy Wilder o Louis Malle. Aquí la pobre con tanto subrayado mata el misterio de su personaje y queda al borde de la sobreactuación.
 


En definitiva una cita imperdible para las y los admiradores de Richard Gere. Es su mejor actuación en años. Las nominaciones para premios que está recibiendo son justificadísimas. Su desempeño es impecable. Y conste que conmigo el hombre tiene que trabajar horas extras, porque como no es santo de mi devoción tiendo a no comprarle ni el saludo. Para el resto de los mortales que no se desviven por Richard (o sea Gere), es un entretenimiento bastante logrado, mayormente adulto, que garantiza una buena hora y media de aire acondicionado. (Nobleza obliga, en estos días de calor abochornante, en todos los cines lo prenden y funciona de perillas)
 

Un abrazo, Gustavo Monteros

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