viernes, 4 de enero de 2013

Cloud Atlas: La red invisible


Como su nombre lo indica, Cloud Atlas es una empresa titánica. No una sino ¡seis historias! No uno o dos sino ¡tres! directores. No una o una y media, sino ¡tres horas! de duración. No una, dos o tres, sino ¡un montón! de estrellas. Y cada estrella hace no tres o cuatro personajes ¡sino hasta seis!, con ¡kilos de maquillaje, grandes pelucas, cambios de color de piel y travestimiento! Más un presupuesto no de 30 o 40 sino de ¡cien millones de dólares! El mayor jamás concedido a una película independiente de los grandes estudios.
 


Parece una propaganda de circo, ¿no? Casi equivalente al famoso “El espectáculo más grande y fabuloso de la Tierra” Y aunque parezca también estar comprando todos los números para el sorteo del cachetazo, no lo merece porque entretiene, está, más allá de sus excesos y desniveles, bien narrada; y sus autores le tienen fe y amor a lo que cuentan, antídoto infalible contra todo menosprecio y cinismo.
 


Los hermanos Wachowski (la trilogía Matrix, Meteoro) y Tom Tykwer (Corre, Lola, corre) aúnan esfuerzos para llevar a la pantalla la novela considerada infilmable de David Mitchell. La novela y película abarcan seis historias que van desde una travesía en barco para cerrar un negocio esclavista en 1849, pasando por las cartas de un compositor homosexual a su amante en la década del 30 del siglo pasado, una intriga sobre maniobras sucias en una planta nuclear en los años 70, la farsa de un agente literario sátrapa en la actualidad, la rebelión de una clon en un cercano y totalitario futuro, hasta llegar a las desventuras de una tribu isleña en un futuro lejano.
 


“Todo está conectado” dice el afiche. Frase que remite al latiguillo popularizado antaño por Pancho Ibáñez en El deporte y el hombre: “Todo tiene que ver con todo”. Y sí, algo de eso hay, más un sustrato filosófico New Age, tan profundo como una tarjeta con slogan. Las historias más que “historias” son historietas, lo que no tiene nada de malo; es sólo una definición. Pero se respeta el estilo y el espíritu de cada una y la narración fluye lógica y coherente. El film no será muy Bergman pero tampoco es la insípida retahíla de estupideces pochocleras semanal.  Habita, claro, el planeta “movie” o sea sus referencias más que a la realidad apuntan al cine.
 


Tom Hanks, Halle Berry, Jim Broadbent, Hugh Grant, Jim Sturgess, Hugo Weaving, Doona Bea, Ben Whishaw y James D’Arcy se ponen prótesis varias y arman personajes de trazos gruesos a veces y con más detalles otras, pero imponen su capacidad y solvencia y no caen en el ridículo. Susan Sarandon, como en las últimas 20 películas en las que participó, luce desaprovechada y a la espera de un personaje que canalice su talento sin igual.
 


Reservo para el final el mayor elogio que puedo tributarle: las tres horas no se sienten, cuando uno menos quiere acordarse, ya terminó. No es poco. Tres horas son ¡tres horas!
 

Un abrazo, Gustavo Monteros

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