viernes, 27 de diciembre de 2013

El mayordomo




Hollywood es tan previsible y obvio como cualquiera de sus estrenos pochocleros semanales. Hacen películas con súper héroes para ganar toneladas de dinero y hacen también películas que, al margen de amasar fortunas, aspiran a recibir premios. El mayordomo pertenece a la segunda categoría. Tiene la etiqueta PREMIABLE hasta en el título, que no es El mayordomo sino Lee Daniels’ The Butler (o sea El mayordomo de Lee Daniels). Por donde se lo mire es un poco prepotente que el director del film se proponga como “autor” desde el mismísimo título. No es que le falten méritos, pero debe desandar mucho camino para estar a la altura de Spielberg, Eastwood o Scorsese, por ejemplo, quienes jamás antepusieron sus nombres al título de la película que firmaban. No es que esté mal, claro, cada uno es cada uno y se masajea el ego como puede, pero semejante despliegue de inmodestia no deja de ser presuntuoso.


Llego a El mayordomo después de que brillara por ausencia en las nominaciones a los Globos de Oro. Se esperaba que figurara y no fue así, queda por ver si para los Óscares tiene mejor suerte. Por mi parte, después de verla, felicito a los votantes de los Globos de Oro por su sentido común. El mayordomo es tan premiable como Los bañeros más locos del mundo. Las ambiciones no siempre se plasman en logros.


El mayordomo está inflada de autosuficiencia, de autoimportancia, de autobombo. Sobrevuela 80 años de historia con la profundidad de un lavatorio y la sutileza de una bomba Molotov. En sus mejores momentos se parece a una miniserie mala y en sus peores momentos a una historieta histórica de las viejas Anteojito o Billiken. Reseña los padecimientos y las luchas por obtener derechos de los negros estadounidenses a partir del destino de un descendiente de esclavos que se especializa en servir y que llega a ser mayordomo de la Casa Blanca, por donde ve desfilar a varios presidentes.


En sus dos películas precedentes, Preciosa (2009) y The paperboy (2012), Lee Daniels eligió conmocionar a través de incomodar al espectador, en ésta elige gustar a como dé lugar, sin reparar en sentimentalismos ni cursilerías. Y para colmo de males, como tiene menos humor que una hormiga renga y deprimida, todo le sale solemne y pomposo. A los cinco minutos de empezada, sabemos de qué viene, cómo será y que no tiene remedio y nos faltan… dos horas y cinco minutos más.


El numeroso elenco hace un poco más soportable el asunto, más por acumulación que por despliegue de talento. Forest Whitaker es el protagonista, gran actor si los hay, que aquí esboza más que pule su innegable talento. Oprah Winfrey (la esposa) no es ninguna Helen Mirren pero sabe seducir a la cámara y darle espesor a sus personajes. Terrence Howard y Cuba Gooding Jr hacen lo suyo sin transpirar ni despeinarse. Mariah Carey enloquece temprano y Lenny Kravitz permanece incólume, ambos suplen con sinceridad la ausencia de oficio para actuar. Vanessa Redgrave es Vanessa Redgrave y en su breve participación llega a hacerse notar. Alex Pettyfer hace de malo de toda maldad. David Oyelowo hace de hijo mayor de Forest y Oprah, mientras que Isaac White y Aml Ameen se turnan para hacer del hijo menor en diferentes edades. Y están, por supuesto, los que hacen de presidentes y de sus esposas. Robin Williams es Dwight D. Eisenhower; John Cusack es Richard Nixon; James Mardsen en John F Kennedy y  Minka Kelly es Jackie (Kennedy, of course); Liev Schreiber es Lyndon B Johnson, y por último Alan Rickman es Ronald Reagan y Jane Fonda es Nancy (Reagan, of course). Ah, y Nelsan Ellis en Martin Luther King. Hay más actores en personajes más o menos notables, sin embargo ¿para qué abundar?


El mayordomo es un bodrio con aspiraciones pero un bodrio al fin. ¿Obtendrá nominaciones para el Óscar? ¿Quién lo sabe? Hollywood no solo tiene su lógica sino también su ilógica. Bodrios más bodriosos y muchísimo más aburridos que éste terminaron cargados de premios, de modo que no debería extrañar si este mayordomo entra con un té y sale con un galardón en su bandeja. 

un abrazo, Gustavo Monteros



viernes, 20 de diciembre de 2013

La esencia del amor



Si la calidad de un melodrama lacrimógeno se mide por la cantidad de lágrimas que te hace derramar, concluyo que este film es excelente porque lloré océanos durante casi todo el metraje. La trama se centra en Arthur (Terence Stamp), un setentón duro, hosco, seco; casado (por aquello de la ley de los opuestos) con la luminosa Marion (Vanessa Redgrave). Tiene una tensa relación con su hijo James (Christopher Eccleston) y (por aquello de que los padres malos hacen buenos abuelos) se entiende como el champán con las ostras con su nieta Jennifer (Orla Hill). Arthur (toda la familia, bah) atraviesa un momento difícil (eufemismo si los hay) ya que Marion desanda el último tramo de una enfermedad terminal. Marion ama la vida y endulza el amargor en que está inmersa participando de un coro de ancianos, dirigido por la joven e incansable Elizabeth (Gemma Artenton), quien pone toda su sabiduría y empeño (gratis además) para compensar los malos ratos que le hacen pasar sus alumnitos de la secundaria (cualquier parecido con la realidad no es pura coincidencia). Antes de morir (no develo nada porque esto se sabe desde los títulos casi), Marion hace un solo en la audición pública para un concurso y será su legado para Arthur el duro. Allí comienza la historia a decir verdad, ¿aprovechará Arthur esta posibilidad de una redención?

Como corresponde al género, hay sensibilidad y manipulación intensa. Si estuviéramos ante un producto hollywoodense, lo descartaríamos por cínico, pero no, éste es un proyecto personalísimo del director Paul Andrew Williams, quien luchó largamente para conseguir financiación. A la postre tuvo suerte, los hermanos Weinstein se lo produjeron, lo que garantizó la satisfacción de todos los elementos técnicos y la consecución de un elenco de lujo.

Es precisamente el compromiso del elenco lo que hace que entremos en empatía con los personajes y la historia desde un principio.

Vanessa Redgrave, como ocurre frecuentemente, está superlativa. Canta con una voz endeble, apenas afinada, pero nadie interpreta como ella. Imposible olvidar su Bel di de la Madama Butterfly de Puccini, pelada, esmirriada, famélica, exhausta, en una campo de concentración ante un público de jerarcas nazis en Compás de espera; cualquier cantante decente puede cantar bien esta aria, pero interpretarla así, nada más ella, ni las más grandes de la ópera pudieron eso que ella logra. No me arrepiento de repetir: buena actriz que puede cantar es un peligro, agarrate que cabalgarás al ritmo que te marque, sólo cuando te suelte podrás darte cuenta que te despertó emociones que ni soñabas que existían. Aquí se despacha con una versión de True colors. Además la señora, por una cuestión de edad y de lugares comunes, ha estado moribunda en unas cuantas películas, de modo que sin sarcasmo alguno, podemos decir que nadie muere como ella.

Se suele ser injusto con Terence Stamp, no es nominado en las premiaciones ni figura en las listas de los más grandes actores cinematográficos y sin embargo lo es. A las pruebas (conste que menciono las más recientes) me remito: The hit, El siciliano, Vengar la sangre y su actuación más audaz y lograda: la impecable transexual de Las aventuras de Priscilla, reina del desierto. Aquí, otra vez, está inolvidable.

Gemma (nunca un nombre estuvo mejor puesto) Aterton pertenece a la escuela de Sandra Bullock, desparrama sinceridad de un modo muy poco académico, salvaje casi. Christopher Eccleston está un poco exterior, suple interioridad con histrionismo, no es la elección más feliz para un melodrama, pero esta vez le alcanza. Orla Hill es la nieta, encantadora es decir poco.

En resumen: Préparez vos mouchoirs (Preparen los pañuelos).

Un abrazo, Gustavo Monteros
¿Se puede saber qué ataque de estupidez los aqueja a los distribuidores locales o a sus publicistas? Hace unas semanas rebautizaron Prisoners (Prisioneros) con el anodino e insignificante título de La sospecha. Ahora llaman a esta película de adecuado título original (Song for Marion - Canción para Marion) con el pedorro y rimbombante mote de La esencia del amor. Larguen el mate de fernet en ayunas, muchachos.

domingo, 15 de diciembre de 2013

Peter O'Toole




Mi infancia se cae a pedazos, de a poco nada queda de ella, nadie que atestigüe que fui un niño, que alguna vez me senté en una butaca del cine Gran Rocha para ver que el telón que cubría la inmensa pantalla se corría, el desierto refulgía y Maurice Jarré desgranaba una melodía inolvidable. La película era Lawrence de Arabia y se quedaría a vivir conmigo para siempre. Pero mi padre que me acompañaba y que en ese momento me daba una caja de maní con chocolate, no. Y ahora tampoco su protagonista, Peter O’Toole. La vida sigue, sigue y merece ser desandada. Pero desde hoy, aunque se desgañiten los poetas, es más opaca. Esos ojos azules, a veces anestesiados de alcohol, sabían un secreto que ya se ha perdido. Dios como siempre nos bendijo, solo por un rato. 

Gustavo Monteros

jueves, 12 de diciembre de 2013

Tres estrenos

Tres estrenos renuevan nuestra cartelera cinematográfica, ninguno de los cuales podré ver, que eso no sea óbice para que no informe sobre ellos. Abrazo grande.




El Hobbit 2
Segunda parte de la trilogía de Peter Jackson. Intérpretes: Martin Freeman, Ian McKellen, Richard Armitage, James Nesbitt, Aidan Turner, Graham McTavish, Jed Brophy, Stephen Hunter, Ken Stott, John Callen. Duración: 162'. Calificación:  SAM13.



El otro hijo
El filme es un cuento emotivo y provocativo de dos jóvenes -uno israelí y el otro palestino- que descubren que fueron cambiados accidentalmente al nacer, y la serie de complejas repercusiones que deben afrontar ellos y sus respectivas familias. Tras la sorprendente revelación, ambas familias se verán obligadas a reconsiderar sus respectivas identidades, valores y convicciones. Dirección: Lorraine Levy. Intérpretes: Emmanuelle Devos, Pascal Elbè, Jules Situk, Mehdi Dehbi y Areen Omari. Duración: 102’. Calificación: SAM13.


Esclavo de Dios
La acción se reparte entre las ciudades de Caracas y Buenos Aires en 1994, año en que sucede el atentado a la AMIA. Ahmed, libanés, y David, israelita, sobrevivieron a dos atentados que marcaron sus vidas desde la infancia y la culpa por haberse salvado los acompañará para siempre. Desde niños, son entrenados por organizaciones que tienen el mismo objetivo: acabar con el enemigo y defender la palabra de su Dios sin importar los métodos. Dirección: Joel Novoa Schneider. Intérpretes: Mohammed Alkhaldi, Vando Villamil y Cesar Troncoso. Dur.: 90’. Calif.: SAM13.

jueves, 5 de diciembre de 2013

Machete kills




Machete kills es un delirio gozoso como pocos. A los que ya vieron Machete (2010) no tengo nada que explicarles, a los que no, les cuento que es otro sinsentido mayúsculo de Robert Rodríguez (El mariachi, La balada del pistolero, Del crepúsculo al amanecer, Mini espías, Érase una vez en México, Planet terror) en el que parodia, como su socio frecuente Quentin Tarantino, los deliciosos absurdos del peor o mejor (en la desaforada explotación comercial suelen ser lo mismo) cine B.

Dany Trejo es Machete y ahí está el primer chiste. Se supone que es un súper héroe de acción y el hombre es madurito, para decirlo con amabilidad, y como corresponde a la raigambre de ciertos protagónicos, pétreo. Su única expresión monolítica le sirve para todo. Como en el arquetípico caso del recordado Charles Bronson, su atractivo radica en una pronunciada fealdad.

En este film por requerimiento del presidente de los Estados Unidos (nada más ni nada menos que ¡Charlie Sheen!, quien figura en los créditos con su nombre verdadero, Carlos Estévez) se ve envuelto en la tarea de recuperar un explosivo en manos de un narcotraficante dual (esto de la dualidad hay que verlo) encarnado por el talentoso, Demian Bichir. Habrá complicaciones varias a cual más desmelenada y aparecerán indescriptibles personajes variopintos como una reina de la belleza con ingredientes, la bella Amber Heard, una madama de armas tomar, la contundente Sofía Vergara, una ex compañera de correrías de puntería infalible y eso que tiene un parche que le tapa un ojo, la escultural Michelle Rodríguez. Y un asesino tan pero tan misterioso que se llama El Camaleón y que permite, no, eso mejor no lo cuento. El súper villano es ahora Mel Gibson (en la anterior lo fue Robert De Niro) y como todo villano de película ofrece chances de gran lucimiento que Gibson aprovecha a ultranza (sus escándalos en la vida real tienden a hacer olvidar que el hombre es un actor muy completo de envidiables recursos). Bah, todos en realidad están tan deliciosos como sus personajes. Hay, claro, un poco de gore (truculencias sanguinolentas), nada que espante a nadie por el humor con que está inserto.

Como en toda parodia, los que estén familiarizados con los desbordes del cine B o hayan leído unas cuantas historietas, disfrutarán mejor los  guiños. Aunque como se trata de cine popular no es necesaria cultura alguna para ver este supremo disparate y liberar endorfinas.

En algún momento hay un chiste que promete la continuación de la saga, ojalá no sea un chiste y haya Machete para rato.
Un abrazo, Gustavo Monteros

Kon-Tiki



Para mí, y presumo que para muchos contemporáneos, porque gracias a Dios no soy único en nada, la aventura del Kon-Tiki es como una de esas anécdotas heroicas que algún pariente repite siempre en las reuniones familiares. Es que el Kon-Tiki era figurita repetida en casi todos los libros de enseñanza del inglés. Después, los pedagogos del inglés, cuando se cansaron de Kon-Tiki, atacaron con otra epopeya de Thor Heyerdahl, la del Tigris. Pero basta de lamer heridas y pongamos en autos a los que no tuvieron la suerte de cruzarse con  Kon-Tiki.

Kon-Tiki es el nombre de la balsa con la que en 1947 Thor Heyerdahl y otros cinco tripulantes unieron Perú con las islas de la Polinesia para demostrar que los primeros habitantes isleños vinieron de Suramérica. La expedición, con casi ninguna concesión a la modernidad de aquellos tiempos, fue primero un libro de viajes y después un documental. Ahora es un largometraje coproducido por Noruega, Suecia, Gran Bretaña, Dinamarca y Alemania que este año representó a Noruega en la categoría Mejor Film Extranjero para los premios Óscar y que perdió ante la pornográfica y desagradable Amour.

Se supone que Kon-Tiki es una película noruega pero ostenta todas las virtudes y los defectos de una producción hollywoodense. Arranca con el lugar común de un incidente infantil que supuestamente explica la intrepidez y las obsesiones de la madurez (andá, como si un solo hecho pudiera evidenciar las complejidades de la conducta de cualquier mortal). Luego, ya mayorcito y en pareja, Thor tropezará con la idea que lo hará famoso internacionalmente. Le costará hallar financiamiento para el viaje, lo logrará casi de casualidad y se lanzará al mar. No faltará la providencial tormenta, el asedio de los tiburones, los temores y las desconfianzas sobre la endeblez de la balsa. Todo enmarcado en bella fotografía y recostado sobre mullidos colchones sonoros de muchos pero muchos violines y pianos.

Habrá algunos personajes mejor desarrollados que otros, estos otros se contarán por acciones y palabras que en el mejor de los casos los vuelven intrigantes y en el peor de los mismos, esquemáticos. Las actuaciones son buenas y la dirección de la dupla Joachim Rønning - Espen Sandberg (Bandidas, Max Manus) prolija y eficiente.

En resumen, una película vistosa y entretenida sobre una aventura real. Confieso que no me aburrió a pesar de que conozco por lo antes mencionado cada detalle de la epopeya. Supongo que de no conocerlos me habría atrapado más. 
Un abrazo, Gustavo Monteros

Paranoia



No soy perro en el horóscopo chino, aunque debería serlo. Comparto con el mejor amigo del hombre un sentido de lealtad que me lleva a veces casi hasta la autoinmolación. Equivocadamente soy fiel a los actores que me regalaron momentos inolvidables. Contra toda prudencia no puedo dejar de ver películas con Robert De Niro, Bruce Willis, Diane Keaton, Susan Sarandon, entre otros. Las estrellas incluso en el cuarto menguante de sus carreras pueden darse el lujo de elegir en qué proyectos malgastar su carisma o su talento. Sabrá Dios qué razón, capricho o imponderable los hace optar por films en los que hasta el portero de sus edificios les aconsejaría no participar. Para colmo de males, una vez en el baile piensan solo en ellos, ponen piloto automático y no siguen el ejemplo de Michael Caine. El inglés, acuciado por deudas, juicios y cuentas, se involucró en unos cuantos bodrios sin remedio, pero siempre se preocupó por devolver la plata de la entrada. En el centro del desastre no olvidaba que habría espectadores que irían por él y nos entregaba una actuación decente que no nos avergonzaba de ser sus devotos seguidores. Nadie les pide que salten de una obra maestra a otra, sino que tengan un dejo de lealtad hacia su abnegado  público.

Hoy mi reclamo va dirigido a Harrison Ford. En estos últimos tiempos no pega una. El hombre está en mi altar de favoritos. Lo hicieron ganar ese sitial  su Han Solo, su Indiana Jones, su Testigo en peligro, su Rick Deckard de Blade Runner, su Costa Mosquito y si me apuran hasta su Búsqueda frenética y su Fugitivo. No voy a bajarlo de un plumerazo, pero me está cansando su insistencia en hacerme tragar un bodrio tras otro. Paranoia entra en ese menú sin discusión, es otro plato indigesto y pesado.

Un joven (Liam Hensworth) experto en tecnología digital queda en el centro de la disputa de dos titanes de la industria (Harrison y Gary Oldman). La trampa en la que cae de puro ambicioso tarda como 40 minutos en armarse, lo cual pasado a tiempo psicológico equivale como a cuatro siglos de tedio. Y bueno, hay que dar tiempo a que el espectador al que está dirigido el producto degluta el pochoclo tranquilo, no sea cosa de complicarle la masticación con una idea. El módico suspenso se establecerá en ver cómo zafa. Obviamente habrá un subtrama amorosa con sus consabidos besos y sexo, más una emotiva, es un decir, y conflictiva, es otro decir, relación padre-hijo.

Liam Hensworth es un muchacho buen mocito con menos encanto que un papagayo desplumado. Gary Oldman no tiene esta vez que impostar un acento estadounidense y habla su inglés natal con un subrayado de sainete. Harrison se empeña en aparentar ser más viejo de lo que es, una especie de coquetería al revés, no disimular la edad sino marcarla exageradamente. Y cuando se enoja hace como que actúa. Richard Dreyfuss es el padre perdedor y ético, lo que supuestamente garantiza nuestra simpatía. Amber Heard hace de chica linda (en Machete kills la pasa mucho mejor). Julian McMahon (Nip/Tuck) pone cara de malo, lo que le cuesta poco. Embeth Davidtz (la recordada Miss Honey de Matilda) hace de señora fina y Lucas Till hace de amigo rubio. Eso sí, es de muy buen gusto la ambientación y el vestuario (qué se le va a hacer, cuando uno se aburre presta más atención a esas cosas). Dirigió un tal Robert Luketic.

Querido Harrison, no hemos terminado, pero en honor a nuestro pasado sería beneficioso que dejaras de amargar las promesas de un futuro en común con una desilusión tras otra.
Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 29 de noviembre de 2013

La sospecha



La sospecha es un thriller con ambiciones. Tiene un arranque poderoso que asegura de inmediato nuestro interés. Dos parejas amigas (Hugh Jackman y Maria Bello por un lado y Terrence Howard y Viola Davis por otro) festejan el Día de Acción de Gracias. Entre recuento de anécdotas e intercambio de bromas beben un poquito demás. En algún momento del festejo dejan a sus hijas salir a buscar algo en casa de Jackman y Bello. No volverán. La peor pesadilla de un padre se hace realidad: se presume que han sido secuestradas. El caso cae en manos de un joven policía, Jake Gyllenhaal. Las primeras pistas llevan a sospechar de un “tornillo flojo”, Paul Dano.

Entonces el director Denis Villenueve (reconocido y admirado internacionalmente por la portentosa Incendies) sin apartarse del thriller comienza a profundizar el entorno y los personajes. El pueblo donde transcurre la acción luce desolado, devastado. La atmósfera es opresiva, ominosa y los personajes tienen más facetas que todas las piedras de las Joyas de la Corona. Algunos de los peores rasgos de la sociedad estadounidense salen a la luz, la paranoia, el individualismo, la naturalización de la violencia, y el misticismo conductista.

Hugh Jackman insatisfecho con la evolución del caso tomará resoluciones que exponen una misteriosa ambigüedad moral tanto en el guionista como en el director en un tema controvertido como pocos, la tortura. Solo se la muestra. No hay aquí un punto de vista rector, una posición tomada.

En el tramo final la historia hará unos cuantos malabares, tendrá unas cuantas vueltas de tuerca un poco traídas de los pelos, que habrá que aceptar sin chistar, aunque la credibilidad sea puesta más que a prueba. En esto se sirve de las herramientas habituales ya en el thriller tramposo al que Hollywood nos tiene acostumbrado. No obstante no empañan las evidentes virtudes de un film contundente.

El elenco es sólido de toda solidez. Del primer actor al último extra dan actuaciones medulares sin ninguna nota en falso. A los nombrados agrego a dos muy admirados por mí, el Sondheimniano  Len Cariu (¡el hombre fue el primer Sweeney Todd para la Sra. Lovett de la inmensísima Angela Lansbury!, Dios sin duda lo bendijo, aunque desafortunadamente su actuación no quedó grabada en video, puesto que en el que existe, registrado durante la gira por el interior de EEUU, el rol lo interpretaba el también grande y Sondheimniano, George Hearn) y destaco asimismo a la dúctil Melissa Leo. Hay premiaciones que contemplan distinguir a elencos completos, éste debería ganar varios de esos lauros. Imposible no mencionar también el impecable trabajo del director de fotografía, Roger Deakins, frecuente colaborador de los hermanos Coen.

Es una pena que no se haya conservado el título original Prisoners (Prisioneros) mucho más abarcador, sugerente y alusivo al eje de la historia que el anodino La sospecha que limita la interpretación a un único aspecto de la narración.

Denis Villenueve confirma que el talento exhibido en Incendies no era casual o fortuito. En resumen, un film un poco infatuado de su importancia, pero atrapante, que desata reflexiones que uno sigue rumiando incluso días después de haber visto el film. ¿Quiénes son los prisioneros? ¿Todos? ¿Algunos? ¿Y de qué los son? ¿De sí mismos? ¿De lo que arrastran? ¿De cómo llegaron a ser lo que son?
Un abrazo, Gustavo Monteros

jueves, 28 de noviembre de 2013

Las estrellas también cumplen años


Reproduzco esta nota más que nada porque a todos nos interesa estar al tanto de la edad de los actores.

Domingo 24 de noviembre de 2013 | Publicado en edición impresa

Hollywood

Estrellas que no se apagan

Los protagonistas envejecen sin sucesores; films para caras nuevas, como 50 sombras de Grey, ponen en aprietos a los estudios

Por Javier Porta Fouz  | Para LA NACION

 Sylvester Stallone: 67. Arnold Schwarzenegger: 66. Bruce Willis: 58. George Clooney: 52. Robert De Niro: 70. Al Pacino: 73. Robert Downey Jr.: 48. Harrison Ford: 71. Viggo Mortensen: 55. Brad Pitt: cumple 50 en diciembre. Tom Cruise: 51. Adam Sandler: 47. Daniel Day Lewis: 56. Denzel Washington: 58. Clint Eastwood: 83. ¿Y Leonardo Di Caprio? Un niño realmente, cumple 40 recién el año que viene, las ventajas de haber empezado muy joven y haber participado en un éxito descomunal como Titanic (1995) muy pronto.

El promedio de edad de estas dieciséis estrellas del cine de hoy (incluido el niño Di Caprio), de esas que convocan público por su propio nombre, es 59 años ¿Pueden encontrar una cantidad similar de estrellas taquilleras, pero con un promedio de edad de 49 años? ¿Y con 39? Prueben: cuando hizo El padrino II, Al Pacino tenía 34, y De Niro, 31 años. Simplificando y generalizando mucho, podemos decir que las grandes estrellas masculinas jóvenes son un invento del cine de décadas pasadas, y que lo que hay ahora es apenas un eco de eso, ¿o será un último estertor? ¿Dónde están los Pacino y De Niro actuales?

 Cuando se estrenó Volver al futuro Michael Fox tenía 24 años, ¿dónde está el nuevo Michael Fox? Sí, claro, hay estrellas más nuevas: Matt Damon tiene 43 y Ben Affleck, 41 ¿Justin Timberlake? 32 años ¿Jesse Eisenberg? 30. Podemos bajar la edad y encontrar algunos nombres más (no tantos), pero al compararlos con los citados al principio nos alejamos cada vez más de la noción de estrella: nombres inmediatamente reconocibles por el espectador (es decir, sin necesidad de aclarar "Jesse Eisenberg, el de Red social"). En el caso del cine de acción, un surgimiento rutilante de los últimos años fue el inglés Jason Statham, que llegó a la fama con poco pelo y hoy tiene 46 años. El éxito, para los actores en el cine de hoy, está lejos de estar asociado automáticamente con la juventud.

 Sí, hay éxitos que tienen actores jóvenes. Crepúsculo por ejemplo. Pero si nos detenemos en el veinteañero Robert Pattinson, veremos que su éxito proviene de la serie vampírica y que él, por sí solo, no puede trasladarlo automáticamente a otra película. Lo mismo ha ocurrido con los jóvenes actores de Harry Potter. Y megaéxitos globales como la serie -por ahora sin fin- Rápidos y furiosos tampoco transfieren su atractivo a otros proyectos de los actores principales, que ya no son unos niños.

 En el siglo XXI, muchos éxitos se construyen con una marca (best sellers como punto de partida es una fórmula muy utilizada) que puede prescindir de un director especialmente conocido y de actores superestrellas. Ahí están las mencionadas Harry Potter y Crepúsculo: estas películas hacen famosos a sus actores y no al revés. Y así tal vez será con la adaptación de 50 sombras de Grey y Jamie Dornan.

 Las películas de animación más grandes, si bien suelen contratar a muchos actores conocidos para que aporten sus voces, tienen éxito también dobladas a otros idiomas, lo que probaría que tampoco para ellas son tan necesarias las estrellas. De esto podemos derivar una hipótesis rápida sobre por qué hoy no surgen tantas estrellas jóvenes: buena parte del cine sigue haciendo negocios sin necesitarlas. Sí, hay otra zona del cine que, impulsada por el nombre de los actores, continúa generando éxitos, pero esos éxitos no son necesariamente la porción más grande de la torta.

Era distinto en el pasado: en los setenta no había estas series de secuelas y más secuelas y el cine de animación estaba muy, pero muy lejos de generar (en términos absolutos y en términos relativos) los ingresos de hoy en día. Pero en esa década ya estaba el germen de las películas que basan su venta mucho van más allá de las estrellas: Tiburón (1975) de Steven Spielberg (Roy Scheider, Robert Shaw y Richard Dreyfuss eran conocidos, pero no estaban por delante de los dientes del asesino acuático en el afiche) y, por supuesto, La guerra de las Galaxias (1977) de George Lucas, que ayudó a construir como gran estrella a Harrison Ford (y falló con Mark Hamill). Spielberg y Lucas, si bien a partir de hacerse exitosos lograron trabajar con otras estrellas, empezaron a probar que quizá no eran tan necesarias, y el cine de hoy sigue utilizando sus enseñanzas. Habría que preguntarles a los actores prometedores de hoy en día si no hubieran preferido ser jóvenes promesas (o realidades consumadas) en los setenta o en los ochenta.

 Hay otra manera de ver este fenómeno: a edad similar, los actores de hoy en día parecen mucho más jóvenes que los actores de décadas pasadas. Es fácil de entender: gracias a diversos factores (algunos más naturales, otros menos) estrellas que son muy conocidas y que portan una larga carrera previa parecen de mucha menos edad que la que tienen. Y entonces, otra hipótesis: no habría tanta necesidad de estrellas nuevas porque las estrellas establecidas (de cuarenta o de mucho más) lucen cada vez más jóvenes. En una nota reciente de Vulture se hacía una comparación entre actores de hoy y del pasado con edades similares. Un par de ejemplos: Harrison Ford es hoy dos años mayor que Burgess Meredith cuando hizo de Mickey en Rocky . Y Bruce Willis tiene la misma edad que Spencer Tracy cuando hizo El viejo y el mar. Las actrices también están en la nota de Vulture, pero es un tema que se podrá tratar en otra ocasión: aunque algunas se comparten, entran a jugar otras variables dignas de verse por separado.

¿Y en cuanto a los actores argentinos? La estrella más grande del cine nacional en este momento es Ricardo Darín, ¿Edad? 56 años. ¿Y los otros dos nombres que llevan mucho público en el cine argentino? Guillermo Francella tiene 58 y Adrián Suar, 45. Por otra parte, a juzgar por la recepción en la Argentina de los nombres más nuevos de Hollywood, es aún más difícil instalar una estrella joven aquí que en los Estados Unidos. Por ejemplo, Channing Tatum (33) no es una estrella para el mercado local y las magras cifras de sus estrenos lo prueban. En cambio, Johnny Depp sigue llevando mucha gente a los cines: El llanero solitario funcionó en el mercado local mejor que en el promedio mundial. Claro, Depp, de eterna cara de joven y que recién cumplió los 50, un niño al lado de los largamente septuagenarios Stallone y Schwarzenegger..