sábado, 22 de diciembre de 2012

¡Feliz Navidad!

¡Mis mejores deseos para esta Navidad!


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jueves, 13 de diciembre de 2012

El romance del siglo


Si existiera un premio por elegancia, fineza y su glorificación, esta película ganaría el de la más paqueta del año. El diseño de arte (es decir, la escenografía, las locaciones, la ambientación, la utilería, etc) más el vestuario y los peinados son de una notable exquisitez. Si arranco esta crónica consignando este hecho es porque lo primero que llama la atención en este film y lo que más perdura una vez finalizado es este aspecto. Es evidente que se han tomado todo un trabajito y les luce.
 


El título más que El romance del siglo (el original es intraducible, es la sigla W.E. conformada por los nombres Wallis y Edward que alude al pronombre we, nosotros en inglés) debería ser Wally y Wallis porque el film se estructura en las historias de estas dos mujeres. Primera decisión inteligente ya que la conocida historia del romance entre la norteamericana Wallis Simpson y Edward, primero príncipe de Gales y luego rey abdicante al trono de Inglaterra ha sido manoseada, al menos por la televisión, hasta el hartazgo. Aquí el punto de partida es Wally Winthrop (la muy bella y talentosa Abbie Cornish), una señora bien casada en lo material y mal casada en lo sentimental que tiene una obsesión con Wallis (la no tan bella pero no menos talentosa Andrea Riseborough) y el rey que dejó un trono por amor (“a las chicas les gustan los cuentos de hadas” dirá el guión en algún momento). Esta fijación de Wally dará origen al pararelismo constante del que se nutre el film y veremos así los vaivenes emocionales de Wallis por un lado y los de Wally por el otro. Si me pongo cínico podría decir que propone algo que suena muy “noventoso”: otro atisbamiento de la vida privada de los ricos y famosos.
 


Se trata de la segunda película como directora de nuestra visitante de la semana, Madonna, y su regreso al séptimo arte después de que anunciara su retiro definitivo tras que su primer film Filth and wisdom, 2008, fuera vapuleado unánimemente por crítica y público. Como no tuve dicha o desgracia de ver el citado opus no puedo decir una palabra sobre él y sobre si esta nueva aventura cinematográfica representa un progreso o un mayor o mejor dominio de las herramientas directrices. Lo que sí puedo decir es que no es un bodrio, lejos de ello, es una película atendible, bien narrada, y con algunas observaciones certeras. Un poco fría, quizá; su clímax no desata emociones, es más una invitación a que atestigüemos hechos que para sus protagonistas son dolorosos. Tampoco es muy profunda  aunque haya esporádicamente detallecitos que me contradigan. El todo se  parece más bien a un buen novelón sentimental de los que tienen sus necesidades satisfechas y no tienen nada mejor que hacer que ponerse a sufrir por los vericuetos del amor o la pasión (no me lleven mucho el apunte, es mi resentimiento de asalariado el que habla, sufro por amor como cualquiera).
 


Dos momentos me llamaron la atención de este trabajo de Madonna, tal vez porque me remitía al estilo de dos directores que admiro por distintas razones. Hay una discusión entre Wallis y Edward que culmina junto a un árbol y la cámara los deja, se va arriba por el árbol y llega al cielo, re-Enrique Carreras. En otro Wallis baila con una negra hermosa y la música no es de época sino que es un tema de los Sex pistols, re-Baz Luhrmann, o más bien re-Moulin Rouge.
 


Ah, los caballeros son James D’Arcy (Edward), Ryan Hayward (Win Spencer, primer esposo de Wallis), David Harbour (Ernest Simpson, segundo esposo de Wallis), Richard Coyle (William Winthrop, único esposo de Wally), pero es el “feo” guatemalteco Oscar Isaac que  hace del ruso Evgeni el que se lleva la adoración de la cámara de Madonna. Queridas lectoras, ustedes me dirán si con razón o sin ella.
 


En resumen, si quieren ver lindas ropas, buenos muebles, ambientes hermosos, joyas únicas y toneladas de glamour en un par de historias de amor, ésta es su película de la semana.
 


En cuanto a mí, si entregara premios (perdonen la presunción, pero como adelantaron las nominaciones para el Óscar, de tan influenciado, estoy hasta las orejas de candidaturas previas) el polaco Abel Korzeniowski se llevaría el de Mejor Música Original para una Película. Su partitura es una de las más bellas que oí este año.
 

Un abrazo, Gustavo Monteros
 

Un detalle para cinéfilos o sabedores del inglés. Una de las casas que contribuyó con prendas vintage (ropa de época legítima y usada) se llama The way we wore. Juego de palabras con el título de la película de Sidney Pollack con Barbra Streisand y Robert Redford, The way we were, que aquí se llamó Nuestros años felices, pero cuyo título original se traduciría más o menos fidedignamente como Tal como fuimos, entonces  el nombre de la tienda se traduciría como Tal como nos vestíamos. Juego que demuestra la maleabilidad del inglés, con sólo el cambio de una letra, se obtiene una significación distinta.

Los ilegales


Corrían los años 1920 hasta que los agarraron porque el epílogo de esta película ocurre en otra década. Perdón, corría el año tal hasta que lo agarraron es una vieja rutina de music hall que siempre quise homenajear. Listo, ya lo hice, juro que de ahora en más me portaré bien. Comienzo de nuevo. Estamos en el condado de Franklin que sabrá Dios donde queda, los yanquis confunden Río de Janeiro con Buenos Aires, ¿y yo tengo que saber en qué estado queda el condado de Franklin? Perdón, me fui otra vez. Prometo que ahora me concentro y no me disperso más. Bueno, estamos en el condado de Franklin y corren los años 1920, o sea hay ley seca, elaboración ilegal de alcohol, gánsteres, ametralladoras, trajes a rayas, sombreros y esas cosas. Pero esta nueva película de John Hillcoat está más cerca de un western (como su primer film The proposition, 2005) que de Boardwalk Empire, la estupenda serie de HBO con la que supuestamente comparte época y tipo de personajes y delitos. Más allá de las peculiaridades de la historia (atropello y posterior venganza, tema bastante “vaquero” si los hay, re-Los hijos de Katie Elder, por ejemplo), quizá sea fácil homologarla a un western porque transcurre no en Chicago sino en el ya mencionado condado de Franklin, zona medio montañosa llena de bosques, laguitos y esas cosas, re-Temple de acero.
 


Es la historia real (¿real hasta dónde?, sabrá Dios) de los hermanos Bondurant y se supone que empaticemos con estos protagonistas, ¡tres forajidos! El mayor es Frank (Tom Hardy, que, créase o no, tiene labios más gruesos que los de Angelina Jolie, ¡recórcholis!) Un hombre tosco y taciturno capaz de súbitos ataques de violencia sádicos que deja a Hannibal Lécter a la altura de La novicia rebelde (mejor no lo enojes). El del medio es Howard (Jason Clarke) un borrachín que aprovecha que elaboran bebidas alcohólicas y toma, toma, toma, total le salte al costo. Y el menor, Jack (Shia LaBeouf), un tarambana que tiene como “role model” (modelo a emular) no a Newton o Mark Twain sino a ¡Floyd Banner! (Gary Oldman), un gánster sanguinario como pocos. Y no va que sí, que simpatizamos con estos tremendos bandidos, quizá por la excelencia de los actores, la astucia del guión, la destreza de la dirección o por nuestra pasiva ingenuidad de espectadores que nos lleva a identificarnos con los que nos pongan de protagonistas. Sea por lo que sea, nos preocupa el destino de estos atorrantes. De modo que le damos a esta historia plausibilidad o credibilidad y no nos aburrimos ni ahí. Otro rasgo no menor de este film es la violencia, gráfica, gráfica. Damas y caballeros impresionables, abstenerse. Se siente como se rompen los huesos, los cortes de venas y carnes son como de cirugía sin anestesia, y se percibe como los golpes con nudilleras de acero destrozan músculos, dientes y cartílagos. Gráfico, gráfico, mire. Los trucos en el cine avanzan a pasos agigantados. Los despanzurramientos de Salvando al soldado Ryan hoy parecen tan antiguos como los trucos de Méliès. Aunque pensándolo bien, recién ahora se me ocurre, que la violencia sea tan detallada contribuye quizá a que seamos más partícipes de la película.
 


Lo que tira abajo un poco la veracidad ficcional es que dos de estos sátrapas se queden con algunas de las mujeres más exquisitas del cine contemporáneo. Frank entablará relación con Maggie (Jessica Chastain) una ex corista que quiere dejar de desandar las angustias del camino del cinismo. La Chastain está más cerca de la sofisticación de Marlene Dietrich que del hembrón rotundo garantizador de erecciones estilo Jane Russell. Su primera aparición en escena derrama glamour y parece fuera de lugar en un ambiente tan sórdido. Pero lo que es tan tangible como su elegancia es su maravilloso talento. A la chica le basta pitar un cigarrillo y derramar un  par de lágrimas para comunicar que ha sido víctima de una violación inenarrable por la que ninguna mujer quisiera pasar. Todo un prodigio la rubita. Y Jack conquistará a Bertha (Mia Wasikowska) una de las pocas actrices que deslumbra a cara lavada o con poquísimo maquillaje. Aquí hace de la hija de un pastor religioso estricto, un poco Amish o algo así; las variaciones del culto protestante me son un poco ajenas. Le toca pasar por un momento que es pura fantasía cinematográfica. Como dijimos la chica es medio Amish o algo por el estilo y por lo tanto luce una moda muy poco sentadora. En un momento Jack le compra un vestido a ojo, la chica se lo pone y no le chinga la sisa (sabrá Dios también qué es eso, pero las mujeres de mi casa decían cosas así) ni le queda un chiquitín holgado, no, le queda como si los diseñadores de vestuario de una película acabaran de acabaran de cortarlo y coserlo sobre su cuerpo, ¡andá!
 


A los actores y actrices mencionados, hay que sumarle el súper villano que hace Guy Pearce. Con cejas depiladísimas y un corte de pelo que hay que ver para creer, no me pongo de acuerdo conmigo mismo, no sé si el hombre hace una gozosa caracterización de un maldito o una sobreactuación antológica. Como sea se deduce que no pasa desapercibido para nada.
 


John Hillcoat filma bien, pero abandona esta vez las honduras a las que llegó con su obra anterior, La carretera, en la que un  padre, Viggo Mortensen debía poner a salvo a su hijo en un mundo que se había ido bien al carajo tras una apocalíptica explosión nuclear. Aunque hay aquí temas como el honor, los lazos familiares, el erguimiento de un mito y esas cosas, el asunto no pasa de la superficialidad de un título.
 


En resumen, una película vistosa, entretenida, violenta como una buena historieta de la vieja revista El Tony.
 

Un abrazo, Gustavo Monteros
 

Ah, parece que el condado de Franklin queda en Virginia. Y el guión, al igual que el de The proposition, es de Nick Cave. El muchacho, aparte de ser un músico de lo más creativo, ahora también me escribe. Sigue así.

viernes, 7 de diciembre de 2012

7 días en La Habana


 Tengo una teoría (absurda y rebatible como todas las mías) de que una ciudad es mítica si es fuente de o se la menciona en muchas canciones. Según este lineamiento, ya que, sin esforzar mi cada vez más pobre y devastada memoria, puedo recordar al menos siete canciones que tienen de eje o trasfondo a La Habana, concluyo que esta ciudad, al igual que Buenos Aires, París, Roma o Bahía, es mítica. No me extraña entonces que una compañía cinematográfica decida reunir a siete directores que hagan transcurrir unos cortos allí.
 
Les dieron cuentos o guiones de Leonardo Padura como referencia. Algunos (Del Toro, Medem, Tabío) tomaron a Padura al pie de la letra, otros (Trapero, Noé, Cantet, Suleiman) desarrollaron ideas propias.
 
El lunes corresponde a Benicio del Toro que abre con su corto El Yuma. A Teddy ( Josh Hutcherson) un actor norteamericano que viene a estudiar en la Escuela de Cine de La Habana, el chofer que le asignaron le da a conocer una noche típica y Teddy, muy borracho, se engancha con la chica equivocada.
 
El martes es de Pablo Trapero y su corto se llama Jam Session. Un director de cine (Emir Kusturika interpretándose a sí mismo) viene a recibir un premio y descubre que su chofer es un gran músico.
 
El miércoles es para Julio Medem (Los amantes del círculo polar, Lucía y el sexo) y su capítulo se titula La tentación de Cecilia. Una cantante se debate entre el amor de su novio, un jugador de béisbol en la mala y la promesa de una vida mejor con un productor español, (Daniel Brühl, el protagonista de Goodbye, Lenin).
 
El jueves es del palestino Elia Suleiman (Intervención divina) y su Diary of a beginner. Un hombre (el propio Suleiman) llega para entrevistar a Fidel y la espera será un laberinto.
 
El viernes le toca a Gaspar Noé (Solo contra todos, Irreversible) y su Ritual. Los padres de una chica descubren que ella es lesbiana y deciden someterla a un exorcismo.
 
El sábado es el turno de Juan Carlos Tabío (codirector de Fresa y chocolate y Guantanamera) y su opus se intitula Dulce amargo. Una psicóloga que da consejos por televisión redondea sus estipendios realizando pasteles.
 
Y el domingo es todo de Laurent Cantet (Recursos humanos, El paso del tiempo, Bienvenidas al paraíso, Entre muros) que cierra con La fuente. Una mujer devota sueña con que la virgen le pide una fuente y una fiesta así que todos los vecinos deben ponerse manos a la obra.
 
Como en toda antología, algunos gustan más que otros u otros parecen mejor acabados que algunos. En lo personal, el que menos me gustó fue el Tabío, su realismo me resultó pasado de moda. Los que más me gustaron fueron los de Trapero, Suleiman y Cantet. El de Trapero me conmovió. El de Suleiman con su leve humor absurdo es poético y evocador. Y el de Cantet deleita aunque un poco más de desarrollo no le hubiera venido nada mal. El de Noé es un ejercicio visual y como tal un poco frío, aunque el abrazo final le da un poco de calor. Los del Del Toro y Medem me gustaron a secas. El Del Toro está bien, pero el final pesa más que el desarrollo. Y el de Medem deambula terreno conocido, el del melodrama de la estrella (en ciernes en este caso), típico de las viejas y queridas películas de cantantes.
 
Sea cual fuere el veredicto que le demos al todo o las partes, lo que está más allá de toda discusión, a menos que seamos sordos u odiemos lo que se cifra en los pentagramas, es la belleza de la música.
 
En resumen La Habana emerge más mítica después de esta película. Los mitos se reavivan a fuerza de homenajes. Y los viajecitos, incluso los vicarios-cinematográficos nunca vienen mal.
 
Un abrazo, Gustavo Monteros

sábado, 1 de diciembre de 2012

7 psicópatas


 El bueno de Colin Farrell en un arrebato de entusiasmo cae en una barrabasada lógica para describir esta película, dice que es “muy única”. Algo así como el viejo chiste de la mujer que insiste en que sólo está un poco embarazada. La unicidad como el embarazo no admite aumentativos, diminutivos ni medias tintas. Pero por puras ganas de embromar, aceptemos por un rato el absurdo que nos propone Colin (después de todo, despropósitos mucho peores y menos simpáticos hemos aceptado en nuestra vida) y preguntémonos ¿es tan así? ¿Es tan muy única esta película? La respuesta es quizá, aunque para evitar discusiones, yo focalizaría la descabellada descripción en la figura de su autor y director, Martin McDonagh. El hombre de quien conociéramos por estos parajes La reina de la belleza de Leenane y The pillowman (en teatro) y Escondidos en Brujas (en cine) es de verdad “muy único”. Dos notorios atributos le dan singularidad: un salvaje humor irlandés y un peculiar manejo de la violencia. Más otros que no le son privativos y que (gracias a Dios) comparte con muchos otros: un ejemplar manejo de la estructura dramática y una desbocada imaginación.
 
Ahora bien, ¿por qué no coincido con Colin y le atribuyo lo de muy único a McDonagh? A las pruebas me remito. Marty (Farrell) es un guionista empantanado que debe escribir un guión llamado 7 psicópatas. Un amigo, Billy (Sam Rockwell) que se dedica junto con Hans (Christopher Walken) al secuestro de perros para luego pedir rescate, lo ayuda a salir del paso contándole historias de asesinos. Pero no va que Billy y Hans secuestran el Shih Tzu de un mafioso (Woody Harrelson) de lo más apegado a su mascota, quien no dudará de apretar el gatillo para recuperarlo.
 
Como puede verse todo es muy “Tarantino” con un juego metacinematográfico (se discuten las dificultades de un guión que se reflejan en lo que uno ve en pantalla) muy “Charlie Kaufman”. Eso sí, los personajes y los diálogos son muy “McDonagh”. El resultado es desparejo aunque disfrutable y entrañable. Porque McDonagh es un hombre de talento y cuando la pega, vuela alto muy alto.
 
Contribuye al deleite el antológico desempeño del elenco mencionado, al que se suma el gran Tom Waits, y el lujo de contar en breves participaciones con Michael Pitt, Michael Stuhlbarg, Harry Dean Stanton y Gabourey Sidibe (la inolvidable protagonista de Preciosa).
 
7 psicópatas ganó el Premio del Público en el último festival de Toronto, lo que es muy comprensible, porque más allá de (o debido a) sus desniveles, su violencia feroz, su provocadora incorrección política (hay líneas poco halagüeñas sobre las mujeres, los gays, los negros, los ingleses, etc.) el todo es muy irreverente, absurdo y altamente divertido (al menos para los que gustamos de ciertas excentricidades y buenas actuaciones.)
 
Un abrazo, Gustavo Monteros