viernes, 23 de noviembre de 2012

Curvas de la vida

Si los hombres pequeños nos desdecimos ¿por qué no habrían de hacerlo los grandes? Hace unos años, Clint Eastwood anunció que se retiraba de la actuación, pero una buena mañana se levantó y dijo: Quiero volver. Los que lo queremos y lamentamos que se hubiera retirado y hasta derramamos un lagrimón, no nos íbamos a quejar por la incoherencia y su vuelta. Todo lo contrario. Reprimimos un expresivo ¡Iupi!  por infantil y femenino y emitimos un estentóreo ¡Bueno, carajo!, más en consonancia con su perfil hipermaculino y testosterónico.
 

Primer día de exhibición, primera función y ahí estaba yo con una botellita de agua y un cuaderno de 24 hojas como eventual abanico, porque últimamente en los cines locales no prenden el aire acondicionado a menos que reúnan 200 espectadores sudorosos y al borde del motín. (El domingo pasado vimos la excelente Infancia clandestina mientras nos cocinaban a fuego lento, salimos agradecidos y ¡muy transpirados!).
 

Bueno, la cuestión es que ahí estaba yo y ahí estaba de vuelta Clint Eastwood con su personaje de estos últimos años, el viejo gruñón, mal arriado pero con un buen corazón oculto detrás de cinismos y amarguras varias. Esta vez era Gus, un cazatalentos de beisbol con serios problemas de vista, que debe ir a Carolina del Norte a espiar a un gordito prometedor. Uno de sus jefes y un amigo de toda la vida, Pete (John Goodman), ve que ya no puede arreglárselas solo y así se lo dice a la hija de Gus, Mickey (Amy Adams) una abogada a punto de ser nombrada socia en el bufete para el que trabaja. Mickey tiene unas cuantas cuentas pendientes con su padre, entre otras la de haber sido enviada con unos tíos a sus seis años cuando su madre murió. En Carolina, padre e hija se toparán con Johnny (Justin Timberlake), un ex hallazgo de Gus, al que una lesión dejó fuera del beisbol y que espera le den un trabajo de relator deportivo, entonces…
 

No sé si por la botellita de agua, o por qué otra cosa, la cuestión es que mientras veía la película me vino a la mente esa propaganda de una gaseosa en la que una chica en un cine chupetea un sorbete, ríe y llora por lo que ve en pantalla, y en off se oye la voz de un crítico que está haciendo bosta el film que ella tanto disfruta. En mi caso la voz de la conciencia me decía: No podés estar disfrutando esta historia más previsible que la sucesión de las estaciones, con trucos más desmontables que los de un torpe aprendiz de mago. Al rato la voz se calló porque yo disfrutaba más que un perro callejero al que le acarician el lomo. Si el viejo Hollywood todavía existiera, ésta sería una historia de típica película B, una excusa para lucir los talentos de actores en personajes probados y aprobados por el público. Y era por eso que yo compraba todo lo que me vendían, por la simpatía de Justin Timberlake, por la sensibilidad de Amy Adams, por la humanidad de John Goodman y por el magnetismo de Clint Eastwood. Suspendía toda pretensión y gozaba a lo grande. Eastwood le cedió esta vez la dirección a Robert Lorenz, su asistente de dirección en los últimos 15 años. Lorenz respetaba el clasicismo de Eastwood y subrayaba la pertenencia de la historia al viejo cine B.
 

Todo termina como corresponde o sea bien. Tampoco era cuestión de arruinar un amable cuento tradicional con rispideces de la realidad ramplona.
 

Ah, los hados estaban de nuestra parte y nos pusieron el aire acondicionado, aunque como el cine es medio grandecito, la atmósfera se volvió respirable cuando la película casi terminaba. No me importó, ni con la calefacción al mango hubieran empañado mi reencuentro con Clint. Cuando uno se reencuentra con un amigo después de algunos años ¿a quién carajo le importa la temperatura de la escenografía?
 

Un abrazo, Gustavo Monteros

viernes, 9 de noviembre de 2012

Bel ami - Cosmópolis



Esta crónica bien podría titularse Robert Pattison x 2. El muchacho es el protagonista de la saga de Crepúsculo, fenómeno del que por distintas razones permanecí al margen. Por esas cosas de la vida (y de la distribución cinematográfica) aparece esta semana, no en uno sino en dos de los estrenos. No diré que me disgustó conocerlo (supuestamente lo había visto en Harry Potter y el cáliz de fuego, pero no lo recuerdo) aunque no creo que me convierta en su fan.
 


Arranqué con Bel Ami. En la primera escena aparece mal dormido, mal comido y sexualmente mal atendido y uno dice: Pobre, se le nota en la cara. En la segunda escena ya se supone que ha comido, dormido, etcétera y la cara sigue igual, entonces uno dice: Pobre, se ve que es así. Puede que para vampiro su cara fuera ideal, sin embargo para el drama sutil o el drama a secas, la cara mucho no lo ayuda. No es un negado, parece entender el trabajo “técnico” del actor, llora cuando hay que llorar, sonríe a tiempo, maneja algún que otro subtexto, pero no sabe darle “organicidad” a su actuación, como si entendiera escena por escena pero no al personaje. Y falla en el aspecto clave de su papel: no tiene ni idea de lo qué es “seducir”. Las mujeres caen rendidas a sus pies más por imperativo del guión que por algún indicio que él les brinde.
 


Bel ami se basa en la novela homónima de Guy de Maupassant que retrata el ascenso de un pobre diablo por su donosura, manipulando el deseo de influyentes mujeres, claro, y hay mucho amor, traiciones varias, resentimientos ineludibles más una subtrama política de engaño y corrupción. Siempre habrá adaptaciones de cuentos y novelas de Maupassant, ya que sus tramas son ricas y pletóricas de personajes atrapantes que se prestan idealmente al registro cinematográfico. Pero esta adaptación con un guión poco feliz de Rachel Benette y una dirección tan sutil como una alisadora de caminos de la dupla Declan Donnellan - Nick Ormerod (fundadores y mentores de la compañía teatral inglesa Cheek by Jowl) figurará entre las peores. No tiene textura, detalles, profundidad. Los rubros técnicos desperdician talento y belleza, una pena, uno les desea un mejor guión y dirección. Tanto la dirección de arte, el vestuario y la música son lisa y llanamente bellísimos. Las damas son un capítulo aparte. Son nada más ni nada menos que Uma Thurman, Kristin Scott Thomas y Christina Ricci. Hacen el habitual, y esperable en ellas, derroche de talento, aunque terminan por naufragar. A la Ricci le va un poco mejor, a la Thurman le va peor y a la Scott Thomas le va más o menos porque su personaje da un vuelco no muy justificado por el guión que ella lleva a cabo con fe y gracia. De todos modos verlas es siempre un placer.
 


En resumen, si tiene que perder un par de horas, llueve a cántaros o hace un calor abochornante, está frente al cine y justo está por empezar, puede verse. No acariciará el alma pero tampoco da dolor de muelas.
 


Sigo con Cosmópolis de David Cronenberg. Aclaración necesaria: me gusta el cine (obvio) y el cine de Cronenberg me gusta… a veces. Una historia violenta (2005) es una de mis películas favoritas, recuerdo con agrado Pacto de amor (1988) y Promesas del Este (2007), mientras que a otras, que prefiero olvidar, las padecí. En mi ranking personal Cosmópolis está más cerca de las últimas que de las primeras. Quizá soy injusto, quizá sólo llega en un momento en que no puedo apreciar sus valores. Se centra en un viaje en limusina de un joven multimillonario, un rey de las finanzas, que debe atravesar la ciudad para cortarse el pelo. Hay algo así como una odisea, la ciudad es un caos porque la visita el presidente de la nación y se lleva también a cabo el funeral de un rapero muy popular. La acción transcurre casi todo el tiempo en la limusina, a ella se suben distintos personajes que guardan estrecha o ninguna relación con el millonario. El diálogo oscila entre la solemnidad, la altisonancia y la amenaza velada y un poco absurda típica de las primeras obras de Pinter. Debo confesar que a la hora me harté y me fui. Vi la participación siempre luminosa de dos actrices que amo: Juliette Binoche y Samantha Morton. Me perdí la actuación de dos actores que admiro: Mathieu Amalric y Paul Giamatti. En algún otro momento la veré completa o quizá no. No puedo decir que es un bodrio porque es evidente que el film tiene sus valores. Afirmaré en cambio que no es para mí o no es al menos lo que me interesa ver en este momento. Por ahí me estoy poniendo viejo y ya no soporto la pretenciosidad que se finge genial o profética. O mi formación, mi experiencia me llevan a rechazar los extremos, no me gusta el cine pochoclero anodino ni tampoco el intelectualismo que aburre para ser profundo. Insisto, otros quizá disfruten de esta adaptación de una novela de Don DeLillo que a mí no me da tampoco ganas de leer. Pero no me lleven el apunte, véanla, quizá descubran que soy un tonto de capirote digno de lástima o desprecio.
 


Ah, a Robert Pattison, por lo que pude ver, le va mejor que en Bel ami. El personaje y el llevar anteojos negros le sienta bien a su registro actoral y a su cara extraña y un poco desangelada.
 

Un abrazo, Gustavo Monteros